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Mostrando entradas de diciembre, 2021

NO SABÍA QUE EL RUMOR DE MI MAL COMPORTAMIENTO ME HABÍA HECHO GIGANTE

  NO SABÍA QUE EL RUMOR DE MI MAL COMPORTAMIENTO ME HABÍA HECHO GIGANTE Por Jorge Martínez Mejía Los tipos dedicados al arte de escribir versos desfilaban en un torrente singular, serpenteante. Arriba, en la plaza, también miles de pájaros foucalteanos gritaban hasta enloquecer. Cada uno sacaba su etiqueta de alcurnia brava. Unos, de pulcra letra dórica, otros apenas recordaban a Maiakovski. Otros, los más salvajes, tiraban a la hoguera a Roberto Sosa. Algunos más inútiles, como yo, apenas sabíamos del todo a lo que se refería el zafarrancho. El gentío se ahogaba en tropel, sin sentido y sin recompensa. A Roberto Sosa quítenle lo político y solo dejen lo poético, dije, sin saber del todo a qué venía aquello. Fui atado de inmediato y llevado de tolva en tolva fuera del gentío. Años después, en un bar de poca monta, echándome una cerveza, los lugareños se inclinaban ante el enorme signo de interrogación. Abajo del cuadro, delante del que alzaban las cervezas, decía en letras de molde: A

A NUESTROS POETAS MUERTOS

  A nuestros poetas muertos   Por Jorge Martínez Mejía No se derritieron con un sol sampedrano de abril o junio, ni fluyeron por el Ulúa flotando como ramas arrancadas en una tormenta; nuestros poetas muertos se murieron de lejanía, de versos invisibles, inaudibles, escritos para ciegos. Partieron sin contar su historia verdadera, sin recordar su infancia, su falta de amamantamiento, su carencia de leche materna. Algunos soñaron el calorcito de un útero y al nacer se calcinaron en el comal del cielo. No dejaron ningún verso memorable y nadie escribió para sus poemas un prólogo que valiera la pena. No tuvieron antología y en la noche de su recital, miles de pájaros cacarearon hasta el amanecer sin dejarles leer una tan sola palabra. Por eso, para nuestros poetas muertos, es muy importante que escribamos éste réquiem, seguro que, como ellos, será tirado al cesto del olvido. Sin decir nada más, y con la certeza de que todo podría repetirse, y que este, su seguro servidor, parta también

PUENTE DE LOS HOMBRES HUMILLADOS

  Imagen de Jorge Martínez Mejía Por Jorge Martínez Mejía PUENTE DE LOS HOMBRES HUMILLADOS   Mi viejo camarada, poeta, decidió construir, dulcemente, un puente infinito, para que pasaran por él, uno a uno, los hombres humillados de la tierra. Ahí van, como animales devastados, heridos de frío, sujetos sin nombre, sin voz, sin presente, sin mañana, sin salida a ningún lado. Ahí van. Algunos llevan, a rastras, viejas latas, otros apilan en sus cuellos inútiles colguijes, que en otro tiempo, quizás, fueron recuerdos. Del otro lado solo hay cenizas. Huellas de antiguos incendios, balazos, crismas reventadas, manchas de sangre en las paredes, grafitis y rayones con el hueso. Del otro lado del puente, la bruma apenas deja ver cientos de cuerpos amontonados, amarillentas falanges regadas por el suelo, hilos de sangre coagulada. Del otro lado del puente, en los hospitales, en las cárceles, en las habitaciones olvidadas, en los autobuses convertidos en chatarra, en las morgues, en las muert