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La fugacidad del poder y la maldad de la ignorancia

 

Nací en riña con el poder. Crecí en mitad de la violencia y las señas católicas. Era de los que se persignaba cuando niño delante de mis tías y tíos, de mis abuelas y abuelos. Me gustaba ir a misa sin saber a qué iba. En mi familia se debilitó el catolicismo por la presencia de las sectas religiosas, Testigos de Jehová, Pentecostales, Mormones; en fin, la doctrina religiosa era un campus que peleaba en mi cabeza el espacio de la escuela República de Honduras, en Las Vegas, Santa Bárbara, donde hice mi primaria.

 

El padre Kike, párroco de la iglesia católica, fue el primero en agredirme cuando me acerqué por la hostia, yo no sabía que la primera comunión era requisito, pero el padre Kike era un tipo rudo. Podía levantarnos de las orejas o de la “patilla”, y en aquel inolvidable momento me sonó la cara. Nos peleamos después frente a la iglesia y yo sabía que no solo estaba peleando contra él, sino contra la iglesia. Después de eso nunca he escuchado un sermón de ningún cura.

 

Entré a una iglesia Pentacostal, aún siendo un niño de catorce años, para recuperar la magia de creer en algo. Vi a la gente arrodillada a petición del pastor de la iglesia, pero para ese tiempo yo ya entendía que nadie me podía obligar a arrodillarme, sin embargo el pastor de la iglesia se movió de manera sigilosa para golpearme con la Biblia en la cabeza y obligarme a ponerme de rodillas.

 

Puedo recordar situaciones como esas. O verme encerrado en una celda, pateado y torturado por agentes de la vieja y nefasta DNI, o encarcelado en la Penitenciaría Nacional por orden del director de la Normal Mixta, por el simple hecho de luchar por el derecho a la educación de los jóvenes, de mis compañeros y compañeras de la Normal Mixta Pedro Nufio. De esas memorias pueden dar cuenta mis camaradas Bartolo Fuentes y Francisco Aguilar, con quienes nos une el profundo sentido de lucha que nos acompañará hasta el último día. 

 

Hemos luchado contra las rémoras de la más recalcitrante oligarquía del continente. Los apátridas, responsables de la muerte de centenares de líderes, mujeres y hombres, encarcelados, torturados, desaparecidos y desterrados. 

 

Hemos vivido la época más oscura dispuestos a darlo todo por ver a nuestro pueblo liberado. La llegada de Manual Zelaya al poder no nos despertó ninguna esperanza sino hasta la promulgación del decreto 18-2008. Entendí que se abría por primera vez la oportunidad de una auténtica administración del patrimonio agrícola desde el Estado. 

 

Estaba sorprendido. Todo lo que yo habría sido capaz de hacer por esta medida. Esta idea formaba una profunda parte de mis anhelos. Me llené de alegría. Luego la IV urna se me mostró como la posibilidad de que el sector cultural, del que soy parte como escritor, por primera vez, pudiera presentar su propuesta de Ley de fomento de la cultura y las artes. 

 

Nos metimos a fondo en la intención de la Asamblea Nacional Constituyente, que sigue siendo mi sueño y el de miles quizás. La idea es que nuestra gente y todos en Honduras tengamos derecho a la tierra, a la propiedad, a la dignidad y a no tener la desgracia de ver lesionada nuestra integridad por falta de oportunidades.

 

Hoy ha comenzado una era en la que podemos observar en vivo la fugacidad del poder y la maldad de la ignorancia. Juan Orlando Hernández, un sátrapa que logró llegar al poder de nuestra nación por la cobertura que le brindó un grupo de corruptos y narcotraficantes, entre quienes no se puede olvidar el respaldo de la Embajada de Estados Unidos. 

 

Toda esta estructura de poder, este andamiaje construido hace décadas para el usufructo de ciertos grupos de poder en nuestra sociedad, aparentemente llega al final, y parece que se trata de una nueva era. No es tan cierto. Sin embargo, deja claro que el poder es fugaz para los individuos. Juan Orlando Hernández ya no tiene ningún poder, sin embargo, el pueblo hondureño, nosotros, vivimos la ilusión de que sean Los Estados Unidos quienes resolverán nuestro problema cuando finalmente se lo lleven y lo pongan tras las rejas.

 

Juan Orlando Hernándfez es un abogado egresado de las aulas de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, de un sistema que forja personas capaces de una maldad inimaginable, un traidor a la patria, un criminal, un genocida. Nuestro problema no acaba con el cuerpo de Juan Orlando Hernández encerrado de por vida en una cárcel de Estados Unidos. Porque los centros comerciales seguirán siendo vitrinas de la opulencia, confrontada a nuestra gente pobre y mugrienta que ha trabajado como esclava sin ver nunca hecha realidad la promesa de la república, personas dignas, ganando un salario justo y disfrutando la brevedad de los tristes sesenta años que nos han asignado para el paso por este mundo. Nuestros niños y niñas seguirán descalzos a pesar del encierro de Juan Orlando Hernández, porque se requiere más que su encarcelamiento para resolver nuestros problemas. 

 

Porque en nuestro país se niega la dignidad a los ciudadanos, la autonomía a las mujeres y la oportunidad de vivir plenamente a todos.

 

Decía que esta es otra era porque nos reclama una valentía distinta a la de reclamar ante un Estado, a nuestro propio gobierno, porque ahora nosotros somos gobierno, nos gobernamos a nosotros mismos, y no podemos permitir ningún acto que violente la integridad de ninguno. 

 

Es la hora de tomar decisiones y de actuar rápidamente hacia la construcción de la sociedad que siempre nos ofrecieron, pero que nunca se hizo realidad. Es la hora de hacer realidad todas las promesas de la república. 

 

Porque somos un gobierno socialista democrático del que se esperan más que tristes promesas que llevan a la cárcel a los sátrapas. Hoy está en juego algo más que la imagen de una mujer, Xiomara Castro, está en juego la esperanza y la dignidad de un pueblo que ha dado más de lo que se le ha pedido para lograr este momento. 

 

No se trata de activistas buscadores de empleo que se mueven por un salario, clientes políticos. Se trata de un pueblo que ha mostrado la valentía de dar la vida por su causa, gente dedicada que solo espera la oportunidad de participar en la vida política más allá de la representación. Gente que quiere gobernar directamente, libre de delincuentes disfrazados de políticos.

 

Somos ciudadanos. Nuestra responsabilidad es ponernos al  servicio de un gobierno que se ha ganado nuestra simpatía, pero no vamos a permitir injusticias y faltas a la palabra ni a la promesa de la república. Queremos la refundación de nuestra nación.

 

 

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