Me encontré un poeta veloz
Afuera del bar poético llovía a cántaros, como es costumbre cada vez que un poeta intenta mostrar su responsabilidad de representarnos a todos con un puñado de palabras. El tipo estaba inquieto. Aparecía en todas partes tronándose los dedos. Tundra, decía, ocasionalmente, y salía disparado, ya con perlitas en la frente. Hay veces que la lluvia, por más poética y romántica que sea, le jode a uno la velada, decía. Alguien tendría que detener la lluvia en estos casos, decía también, separándose de la puerta de metal forjado, al ver el violento destello de un relámpago. Tendrá que responder la puta lluvia decía, mordiéndose la boca. Algún día tiene que rendir cuentas. Y uno pensando que la poesía lo puede todo, decía, y una lluvia le monta verga. Y se reía. La encargada del bar poético, comprometida como siempre, echó una ojeada al entorno y se dio cuenta que la poesía no era prioritaria y le dio volumen a esa canción de Pink Floy en la que habla del bello fracaso que heredamos los locos. Y David Gilmour, casi en llanto, nos hacía ver hacia afuera, a los torrentes de aquella tormenta que arrastraba cartones, latas, hojas muertas. Y la mirada misma del poeta veloz se sumergía, corriente abajo, a la misma velocidad de los charcos sin rumbo.
Comentarios
Publicar un comentario