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Hermita


 


Cada noche inventas el amor
o dibujas estrellas en el agua.

La luna ama tus ademanes y se hace pequeña
esperando tu abrazo.

Decides el nacimiento de un relámpago,
                                          de un suspiro
o de una palabra callada por la presencia
del deseo.

Eres el recuerdo de la noche
cuando la oscuridad viaja a su estación
                                          más hermosa
y caes como una pausa en pleno centro del cielo.

Tú eres la noche.

Reinas en la soledad de un camino para silbar una gota de luz,
una lluvia,
un chispero de sílabas
o el grito que dejan las hojas
en la boca de los ríos.

A ti se acostumbran el alba y la hora
                                           más dulce del día,
y el sol no puede con tu beso
posado en una ermita,
sobre una duna de pájaros
o sobre una piedra celeste de silencio.

Yo te amo inmóvil para dibujar en tu vientre
el sueño de un hombre descalzo.
Me despeño como un pequeño verano
                                              para quemar tu boca,
para humedecerte con un verso líquido
o con el temblor de la luna sobre el agua.

Y resbalo
y muero
en tu mirada.


Alumbramiento





Todo es incandescencia, la sombra es lumbre,
luz prematura el deseo.

Yesca es la noche que concibe tus senos
del tamaño de mis manos
y en tu boca se incendia la lluvia del
                                        estremecimiento.
La piel es una torre donde los dedos cabalgan,
convulsos,
en homenaje de un relámpago,
de una arenisca de cal escondida en la hoguera del tacto.

En tus espejos desnudos se levanta una escritura
                                                            de ámbar,
un desvanecimiento de luz, un beso;
la insinuación de un gemido que devora la dicha
                                                         y el sueño,
y es el alumbramiento sin fin,
                                       el movimiento.

Todo te busca como una estatua de oscuridad
y tú enciendes la leña que profana los templos.

Dame la voz ardiente con que se quema
                                               el crepúsculo
para nombrarte zarza, fruta de incendios
o lluvia de incineración.

Consagra la delicia como una leve desazón
                                                    del aire
y sé la llama sosegada en el agua.

Dame un espejo que refleje la llovizna del día
y tendrás un cuerpo tendido
                                       en mitad de la noche.

Para que seas la brisa que lame el muslo
                                               de la montaña
soy el sol tatuado en las piedras,
el ardor del viento
y el musgo humedecido por todas las noches de
                                                          tormenta.


La luna danza
manando caricias de una herida.

El aire resplandece.

La yerba despierta una fragancia en otro sitio.

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