Por Jorge Martínez Mejía
Por invitación del
Festival de Poesía de Leiria, Portugal, participé en una mesa, en un
conversatorio informal con las poetas Vania Vargas de Guatemala y Gioconda
Belli de Nicaragua, gracias a la gestión de Sabrina Duque. El propósito del
conversatorio, realizado en el marco de la conmemoración de los 400 años de la
muerte del poeta Francisco Rodríguez Lobo, trovador de Lis, uno de los más
importantes discípulos de Camões, era mostrar un panorama de la poesía centroamericana
en un ambiente amistoso e informal.
Sabrina Duque
nos propuso la idea de mostrar un álbum de los y las poetas imprescindibles en
Centroamérica. A mí personalmente me pareció un gran tema, porque con él
podemos aproximarnos un poco a lo que fue y es la poesía centroamericana según
los rostros de algunos y algunas poetas, no sin injusticias, porque todo
intento de volver clásico a un escritor o escritora, conlleva a la omisión de
otros y otras. Pero como ejercicio para que los lectores y lectoras de Portugal
y Brasil, o quizás los demasiado locales pudieran encontrar algunas coincidencias
con sus poetas favoritos, pues, es bienvenido cualquier intento de álbum poético
centroamericano.
En nuestro caso,
dado que se trataba de mostrar una lista abierta, sugerí procurar tener en
cuenta la presencia de mujeres escritoras y poetas que han dado a las letras
centroamericanas suficiente material para la construcción de su propio sentido
con la calidad de su trabajo.
Reflexioné en
que los desafíos a los que nos podemos enfrentar son dejar por fuera los
nombres que algunos doctos y doctas han canonizado o a enfadar a más de alguno
por no nombrar a uno de sus adláteres, porque en la poesía, ya se sabe, hay
inclusiones, omisiones y exclusiones. Pero, no se pueden discutir los consensos
a los que hemos llegado a fuerza de lecturas de las mismas inclusiones,
omisiones y exclusiones.
Por otra parte,
el dedo apuntador o anulador de nombres de la crítica, probablemente deja por
fuera a algunos por pereza de nuevas búsquedas de lecturas. Una crítica que no
toma en cuenta los hilos que hilvanan las nuevas formas artísticas con la
emoción popular, que se atraganta con Roque Dalton, pero que, finalmente,
termina por tragarlo a regañadientes, pues de inmediato se muestra en su sesgo
ideológico.
De igual manera,
no existe mejor forma para una conversación que compartir sobre los y las
poetas que más nos han interesado a lo largo de nuestras lecturas. Poetas que
vale la pena proponer para un álbum poético centroamericano.
La evolución de
la poesía en Centroamérica en su recorrido hasta el presente nos permite
rastrear y colocar las piezas clave conque se construye el orden de las obras
más valiosas a través del nombre de sus creadores, aun cuando se trate de una
aproximación, todos y todas estuvimos de acuerdo en que en el andamiaje no
puede partirse sino de las figuras imprescindibles de Rubén Darío (1867-1916) de Nicaragua y Juan Ramón Molina (1875-1908) de
Honduras, de quienes dijera Miguel Ángel Asturias (1899-1974) se trataba de poetas
gemelos.
En mi lista propuse
como parte del andamiaje inicial de la vanguardia a otro poeta nicaragüense,
fundador de una de las vanguardias de Centroamérica y piedra clave de la vanguardia
en América Latina. A Salomón de la Selva (1893-1959). De Salomón de la Selva
vale la pena mencionar el libro El soldado desconocido publicado en inglés cuando
tenía 26 años y que tuvo una importancia significativa para la vanguardia mexicana,
especialmente para el grupo Los contemporáneos, quienes observarán en los rasgos
poéticos de esta obra el abandono de la cursilería sentimental del romanticismo
y sus hipocondríacos personajes. Encontrarán en su estilo abierto, preciso, y
su reacción contra la métrica tradicional, nuevas sendas por andar o
experimentar. Se trata de un extenso poema que muestra sus vivencias en las
trincheras inglesas durante la Primera Guerra Mundial y que logra, ya en 1921, con
agudas imágenes y hondos e inauditos tonos llanos, una ironía descarnada. Dirá
Salomón De la Selva:
He visto a los heridos: ¡Qué horribles son los trapos manchados de
sangre! Y los hombres que se quejan mucho y los que se quejan poco… y aquel
muchacho loco que se ha mordido la lengua ¡y la lleva de fuera, morada, como si
lo hubieran ahorcado!
Los principales
rasgos de la poesía de Salomón de la Selva impactaron de manera directa en las generaciones
de jóvenes poetas nicaragüenses como José Coronel Urtecho (1906-1994) y Pablo
Antonio Cuadra (1912-2002), y perviven aún hoy, en los más jóvenes poetas
centroamericanos, guatemaltecos, salvadoreños, costarricenses y hondureños que
intentan sacudirse la solemnidad occidental y tratan de encontrar sus propios recursos
conversacionales, el alejamiento del engreimiento literario para obtener su
propia lengua de comunes mortales, anclada en su propio imaginario cultural, que retuerce
las retóricas reinantes para sacudirse sus lirismos y las cáscaras de víctimas
que aún les suenan en el aire. Son intelectuales sin ínfulas que encuentran en
el humor o la ironía la primera cualidad de su trabajo.
José Coronel
Urtecho escribió en 1927, a los 21 años, el poema Oda a Rubén Darío. Se trata
de una de las piezas literarias que marcan el inicio de la literatura de
vanguardia en Centroamérica. La Oda a Rubén Darío es, más que una lisonja o una
exaltación del renovador de la poesía hispanoamericana, una carta de despedida,
el recuento de la tensión que provoca una figura idealizada que no soporta el
examen a la luz de la verdad del hombre existencial del siglo XX.
Otras figuras
relevantes de la poesía centroamericana de vanguardia son Clementina Suárez (1902-1991)
y Eunice Odio (1919-1974). Clementina es la primera poeta que le torció el
cuello al cisne y avanzó desde las formas más clásicas del romanticismo hasta
constituirse en la primera mujer poeta de la vanguardia hondureña y
centroamericana. Sin la figura de Clementina Suárez no es posible explicar a
cabalidad la poesía en Honduras, porque ella construye los caminos que habrán
de seguir otros poetas por la senda de la vanguardia. En Costa Rica, Eunice
Odio, de igual manera, se sacudió las rémoras del modernismo y se situó en una
vanguardia de distinto signo al de Clementina, más afín al surrealismo francés,
pero muy genuino con su propio imaginario de mujer de mundo.
De igual manera,
en Guatemala no se puede explicar la poesía de vanguardia sin la figura de Luis
Cardosa y Aragón (1901-1992), lo mismo que México no puede prescindir de él sin
mencionar a José Emilio Pacheco (1939-2014) o a Octavio Paz (1914-1998).
Cardoza y Aragón es una cima de la intelectualidad de América Latina muy pocas
veces escalada.
En 1953 apareció
la obra más trascendente de Carlos Martínez Rivas (1924-1998) La
insurrección solitaria. Tenía 28 años. Se trata de un extenso poema en el
que la mujer y un tono religioso se confrontan y marcan la pauta de una obra
magna que se convirtió en un texto canónico en Nicaragua.
La impecabilidad
de Carlos Martínez Rivas se asemeja a la del poeta hondureño Antonio José Rivas
(1924-1995), quien, en su obra, Mitad de mi silencio, canta a la mujer, a la
poesía, a la patria, con claros tonos místicos y una elevada aplicación de
orfebre en versos de resonancias barrocas. Antonio José Rivas pertenece a la
conocida generación del 50 en Honduras, entre quienes se cuentan Roberto Sosa
(1930-2011), Oscar Acosta (1933-2014), Pompeyo del Valle (1929-2018), Rigoberto
Paredes (1948-2015), José Luis Quesada (1948-2019, Nelson Merren (1931-2007),
Efraín López Nieto (1948), David Moya Posas (1929-1970), entre otros.
Quizás sea
importante mencionar, a la hora de hablar de generaciones poéticas en Honduras,
que la primera generación de poetas del siglo XIX la constituyen José Antonio
Domínguez (1869-1903), Froylán Turcios (1874-1943) y Juan Ramón Molina
(1875-1908), reconocidos miembros de la Generación de 1894, junto a Alfonso
Guillén Zelaya (1888-1947) y Rafael Heliodoro Valle (1891-1959). José Antonio Domínguez
es autor del conocido poema “Himno a la Materia” compuesto por 363 versos y creado
como propuesta de Himno Nacional de Honduras. Entre Froylán Turcios y Juan
Ramón Molina oscilan el romanticismo y el modernismo; y entre Alfonso Guillén
Zelaya y Rafael Heliodoro Valle se observarán estilos postmodernistas que servirán
de enlace con la Generación de 1924, entre quienes sobresalen los nombres de
Clementina Suárez, Constantino Suasnávar (1912-1974), Claudio Barrera
(1912-1971), Jaime Fontana (1922-1972, Jacobo Cárcamo (1916-1959) y Jorge
Federico Travieso (1920-1953).
Esta generación
es considerada por la crítica literaria como la pléyade de poetas con que la
poesía hondureña alcanza su plena madurez, la que hace un fuerte vínculo con el
imaginario hondureño y lo profundiza gestando un sentido identitario.
Y a partir de la
Generación del 50, con los ya mencionados poetas Roberto Sosa, Oscar Acosta,
Pompeyo del Valle, Nelson Merren, Rigoberto Paredes, José Luis Quesada y Efraín
López Nieto, la poesía hondureña despega hacia nuevos y más elevados estadios
de calidad estética logrando colocarse en los más altos sitios del reconocimiento
internacional. Evidencia de ello son las traducciones y diversos estudios en
distintas latitudes y espacios académicos.
Una mención
especial entre los autores mencionados de esta generación merece el poeta Edilberto
Cardona Bulnes (1934-1991), autor del libro Jonás, al fin del mundo o líneas en una botella (EDUCA, 1980), un gran
poeta coterráneo de Antonio José Rivas (1924-1995) y cuya obra se mantuvo
olvidada por largo tiempo. En 1973, Cardona Bulnes obtuvo el premio de poesía
Café Marfil con su primer poemario, Los interiores. Se trata de un poeta de profundidad
visionaria con explosivos hallazgos coloquiales que hilvana inusitadas
elucubraciones poéticas y filosóficas y dejan vibrando nuestra percepción.
Antonio José Rivas,
Edilberto Cardona Bulnes y la generación del 50 nos hicieron percibir nuestro
mundo de manera esencial y marcaron nuestra historia. Aquí es de destacar a
otros poetas como Livio Ramírez (1943), de punzantes y arraigados versos llenos
de compromiso social; a José Gonzales (1953), un poeta de versos pulcros que
relatan nuestra vida política con una magistralidad impresionante por su lucidez
y transparencia.
En la poesía de
vanguardia en Honduras, el nombre más destacado y con la obra más influyente en
las nuevas generaciones es Roberto Sosa. Similar a Roberto Sosa, otro de los
poetas más influyentes en las nuevas generaciones es Nelson Merren cuyo impacto
implica más de dos generaciones de poetas que alcanzan hasta nuestra
contemporaneidad.
En la actualidad
la poesía hondureña oscila entre los y las poetas que controlan el vértigo de
las emociones de un país que se hunde y aquellos que logran soltar su conciencia
y se dejan caer sin temor a sus propios experimentos y sacrificios. Poetas que
se observan en su propia sombra, en su cotidianidad urbana. Se trata de escritoras
y escritores con estilos muy diversos. Sin embargo, en Honduras los y las
poetas en la actualidad son muy cuidadosos de su trabajo. Entre estos, los
poetas más reconocidos como Leonel Alvarado (1967), Marco Antonio Madrid (1968),
Rebeca Becerra (1970) Fabricio Estrada (1974), Gustavo Campos (1984), Magdiel
Midence (1984), Karen Valladares (1984), Mayra Oyuela (1982), Anarella Vélez
Osejo (1956), Darío Cálix (1988), Murvin Andino (1979), Dariela Torres (1995),
Ludwing Varela (1984), Giovanni Rodríguez (1980); no amontonan poemas. En
general escriben con cautela guardando su estilo y esperando con paciencia el
momento de publicar una obra consistente que generalmente no decepciona.
También hay quienes con marcadas pasiones por mostrar su desencanto no solo
social y político, sino literario, suman todo lo que pueden, lo concentran en
un puño y lo sueltan con palabras francas y abiertas, coloquiales y duras y a
veces incómodas por su crudeza.
Sin embargo, es
notorio el distanciamiento de la poesía hondureña actual de los valores de la
vanguardia que intentaba vincularse o al menos aproximarse a las voces de una
comunidad hambrienta de justicia. Un subjetivismo extremo y un esteticismo a
ultranza parecen darle un rostro anémico a la poesía. Por otra parte, la
narrativa pareciera recuperar esta insuficiencia y mostrarse con mayor
protagonismo y más apego a las voces necesarias de una comunidad que se hunde en
el más elegante de los silencios poéticos.
En Honduras
jóvenes poetas como Darío Cálix, Magdiel Midence, Karen Valladares, Ludwing Varela,
Rommel Martínez, Gustavo Campos y Dariela Torres satisfacen mi gusto particular
por lo urbano, por el desenfado y su intención desacralizante. Por ello me quedo
con sus nombres y su poesía cargada de signos enfermos, furiosos y llenos de
esperanza.
Bibliografía
Albizurez Palma, Francisco. Poesía Post-modernista y de Vanguardia. Editorial Universitaria. Ciudad de Guatemala, Guatemala.1988.
Hernández Novas, Raúl. 1987. Tres poetas centroamericanos. La Habana, Cuba. Editorial Casa de las Américas.
Suárez, Clementina. 20013. Poesía Completa. Edición y notas de María Eugenia Ramos. Tegucigalpa. Editorial Universitaria.
Comentarios
Publicar un comentario