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UN ÁLBUM PARA LA POESÍA CENTROAMERICANA Y UN GUIÑO A LA JOVEN POESÍA HONDUREÑA

 



Egon Schiele, Autorretrato con dedos separados, 1911, Leopold Museum, Viena.



Por Jorge Martínez Mejía

 

Por invitación del Festival de Poesía de Leiria, Portugal, participé en una mesa, en un conversatorio informal con las poetas Vania Vargas de Guatemala y Gioconda Belli de Nicaragua, gracias a la gestión de Sabrina Duque. El propósito del conversatorio, realizado en el marco de la conmemoración de los 400 años de la muerte del poeta Francisco Rodríguez Lobo, trovador de Lis, uno de los más importantes discípulos de Camões, era mostrar un panorama de la poesía centroamericana en un ambiente amistoso e informal.

Sabrina Duque nos propuso la idea de mostrar un álbum de los y las poetas imprescindibles en Centroamérica. A mí personalmente me pareció un gran tema, porque con él podemos aproximarnos un poco a lo que fue y es la poesía centroamericana según los rostros de algunos y algunas poetas, no sin injusticias, porque todo intento de volver clásico a un escritor o escritora, conlleva a la omisión de otros y otras. Pero como ejercicio para que los lectores y lectoras de Portugal y Brasil, o quizás los demasiado locales pudieran encontrar algunas coincidencias con sus poetas favoritos, pues, es bienvenido cualquier intento de álbum poético centroamericano.

En nuestro caso, dado que se trataba de mostrar una lista abierta, sugerí procurar tener en cuenta la presencia de mujeres escritoras y poetas que han dado a las letras centroamericanas suficiente material para la construcción de su propio sentido con la calidad de su trabajo.

Reflexioné en que los desafíos a los que nos podemos enfrentar son dejar por fuera los nombres que algunos doctos y doctas han canonizado o a enfadar a más de alguno por no nombrar a uno de sus adláteres, porque en la poesía, ya se sabe, hay inclusiones, omisiones y exclusiones. Pero, no se pueden discutir los consensos a los que hemos llegado a fuerza de lecturas de las mismas inclusiones, omisiones y exclusiones.

Por otra parte, el dedo apuntador o anulador de nombres de la crítica, probablemente deja por fuera a algunos por pereza de nuevas búsquedas de lecturas. Una crítica que no toma en cuenta los hilos que hilvanan las nuevas formas artísticas con la emoción popular, que se atraganta con Roque Dalton, pero que, finalmente, termina por tragarlo a regañadientes, pues de inmediato se muestra en su sesgo ideológico.

De igual manera, no existe mejor forma para una conversación que compartir sobre los y las poetas que más nos han interesado a lo largo de nuestras lecturas. Poetas que vale la pena proponer para un álbum poético centroamericano.

La evolución de la poesía en Centroamérica en su recorrido hasta el presente nos permite rastrear y colocar las piezas clave conque se construye el orden de las obras más valiosas a través del nombre de sus creadores, aun cuando se trate de una aproximación, todos y todas estuvimos de acuerdo en que en el andamiaje no puede partirse sino de las figuras imprescindibles de Rubén Darío (1867-1916) de Nicaragua y Juan Ramón Molina (1875-1908) de Honduras, de quienes dijera Miguel Ángel Asturias (1899-1974) se trataba de poetas gemelos.

En mi lista propuse como parte del andamiaje inicial de la vanguardia a otro poeta nicaragüense, fundador de una de las vanguardias de Centroamérica y piedra clave de la vanguardia en América Latina. A Salomón de la Selva (1893-1959). De Salomón de la Selva vale la pena mencionar el libro El soldado desconocido publicado en inglés cuando tenía 26 años y que tuvo una importancia significativa para la vanguardia mexicana, especialmente para el grupo Los contemporáneos, quienes observarán en los rasgos poéticos de esta obra el abandono de la cursilería sentimental del romanticismo y sus hipocondríacos personajes. Encontrarán en su estilo abierto, preciso, y su reacción contra la métrica tradicional, nuevas sendas por andar o experimentar. Se trata de un extenso poema que muestra sus vivencias en las trincheras inglesas durante la Primera Guerra Mundial y que logra, ya en 1921, con agudas imágenes y hondos e inauditos tonos llanos, una ironía descarnada. Dirá Salomón De la Selva:

He visto a los heridos: ¡Qué horribles son los trapos manchados de sangre! Y los hombres que se quejan mucho y los que se quejan poco… y aquel muchacho loco que se ha mordido la lengua ¡y la lleva de fuera, morada, como si lo hubieran ahorcado!

Los principales rasgos de la poesía de Salomón de la Selva impactaron de manera directa en las generaciones de jóvenes poetas nicaragüenses como José Coronel Urtecho (1906-1994) y Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), y perviven aún hoy, en los más jóvenes poetas centroamericanos, guatemaltecos, salvadoreños, costarricenses y hondureños que intentan sacudirse la solemnidad occidental y tratan de encontrar sus propios recursos conversacionales, el alejamiento del engreimiento literario para obtener su propia lengua de comunes mortales, anclada en su propio imaginario cultural, que retuerce las retóricas reinantes para sacudirse sus lirismos y las cáscaras de víctimas que aún les suenan en el aire. Son intelectuales sin ínfulas que encuentran en el humor o la ironía la primera cualidad de su trabajo.

José Coronel Urtecho escribió en 1927, a los 21 años, el poema Oda a Rubén Darío. Se trata de una de las piezas literarias que marcan el inicio de la literatura de vanguardia en Centroamérica. La Oda a Rubén Darío es, más que una lisonja o una exaltación del renovador de la poesía hispanoamericana, una carta de despedida, el recuento de la tensión que provoca una figura idealizada que no soporta el examen a la luz de la verdad del hombre existencial del siglo XX.

Otras figuras relevantes de la poesía centroamericana de vanguardia son Clementina Suárez (1902-1991) y Eunice Odio (1919-1974). Clementina es la primera poeta que le torció el cuello al cisne y avanzó desde las formas más clásicas del romanticismo hasta constituirse en la primera mujer poeta de la vanguardia hondureña y centroamericana. Sin la figura de Clementina Suárez no es posible explicar a cabalidad la poesía en Honduras, porque ella construye los caminos que habrán de seguir otros poetas por la senda de la vanguardia. En Costa Rica, Eunice Odio, de igual manera, se sacudió las rémoras del modernismo y se situó en una vanguardia de distinto signo al de Clementina, más afín al surrealismo francés, pero muy genuino con su propio imaginario de mujer de mundo.

De igual manera, en Guatemala no se puede explicar la poesía de vanguardia sin la figura de Luis Cardosa y Aragón (1901-1992), lo mismo que México no puede prescindir de él sin mencionar a José Emilio Pacheco (1939-2014) o a Octavio Paz (1914-1998). Cardoza y Aragón es una cima de la intelectualidad de América Latina muy pocas veces escalada.  

En 1953 apareció la obra más trascendente de Carlos Martínez Rivas (1924-1998) La insurrección solitaria. Tenía 28 años. Se trata de un extenso poema en el que la mujer y un tono religioso se confrontan y marcan la pauta de una obra magna que se convirtió en un texto canónico en Nicaragua.

La impecabilidad de Carlos Martínez Rivas se asemeja a la del poeta hondureño Antonio José Rivas (1924-1995), quien, en su obra, Mitad de mi silencio, canta a la mujer, a la poesía, a la patria, con claros tonos místicos y una elevada aplicación de orfebre en versos de resonancias barrocas. Antonio José Rivas pertenece a la conocida generación del 50 en Honduras, entre quienes se cuentan Roberto Sosa (1930-2011), Oscar Acosta (1933-2014), Pompeyo del Valle (1929-2018), Rigoberto Paredes (1948-2015), José Luis Quesada (1948-2019, Nelson Merren (1931-2007), Efraín López Nieto (1948), David Moya Posas (1929-1970), entre otros.

Quizás sea importante mencionar, a la hora de hablar de generaciones poéticas en Honduras, que la primera generación de poetas del siglo XIX la constituyen José Antonio Domínguez (1869-1903), Froylán Turcios (1874-1943) y Juan Ramón Molina (1875-1908), reconocidos miembros de la Generación de 1894, junto a Alfonso Guillén Zelaya (1888-1947) y Rafael Heliodoro Valle (1891-1959). José Antonio Domínguez es autor del conocido poema “Himno a la Materia” compuesto por 363 versos y creado como propuesta de Himno Nacional de Honduras. Entre Froylán Turcios y Juan Ramón Molina oscilan el romanticismo y el modernismo; y entre Alfonso Guillén Zelaya y Rafael Heliodoro Valle se observarán estilos postmodernistas que servirán de enlace con la Generación de 1924, entre quienes sobresalen los nombres de Clementina Suárez, Constantino Suasnávar (1912-1974), Claudio Barrera (1912-1971), Jaime Fontana (1922-1972, Jacobo Cárcamo (1916-1959) y Jorge Federico Travieso (1920-1953).

Esta generación es considerada por la crítica literaria como la pléyade de poetas con que la poesía hondureña alcanza su plena madurez, la que hace un fuerte vínculo con el imaginario hondureño y lo profundiza gestando un sentido identitario.

Y a partir de la Generación del 50, con los ya mencionados poetas Roberto Sosa, Oscar Acosta, Pompeyo del Valle, Nelson Merren, Rigoberto Paredes, José Luis Quesada y Efraín López Nieto, la poesía hondureña despega hacia nuevos y más elevados estadios de calidad estética logrando colocarse en los más altos sitios del reconocimiento internacional. Evidencia de ello son las traducciones y diversos estudios en distintas latitudes y espacios académicos.

Una mención especial entre los autores mencionados de esta generación merece el poeta Edilberto Cardona Bulnes (1934-1991), autor del libro Jonás, al fin del mundo o líneas en una botella (EDUCA, 1980), un gran poeta coterráneo de Antonio José Rivas (1924-1995) y cuya obra se mantuvo olvidada por largo tiempo. En 1973, Cardona Bulnes obtuvo el premio de poesía Café Marfil con su primer poemario, Los interiores. Se trata de un poeta de profundidad visionaria con explosivos hallazgos coloquiales que hilvana inusitadas elucubraciones poéticas y filosóficas y dejan vibrando nuestra percepción.

Antonio José Rivas, Edilberto Cardona Bulnes y la generación del 50 nos hicieron percibir nuestro mundo de manera esencial y marcaron nuestra historia. Aquí es de destacar a otros poetas como Livio Ramírez (1943), de punzantes y arraigados versos llenos de compromiso social; a José Gonzales (1953), un poeta de versos pulcros que relatan nuestra vida política con una magistralidad impresionante por su lucidez y transparencia.

En la poesía de vanguardia en Honduras, el nombre más destacado y con la obra más influyente en las nuevas generaciones es Roberto Sosa. Similar a Roberto Sosa, otro de los poetas más influyentes en las nuevas generaciones es Nelson Merren cuyo impacto implica más de dos generaciones de poetas que alcanzan hasta nuestra contemporaneidad.

En la actualidad la poesía hondureña oscila entre los y las poetas que controlan el vértigo de las emociones de un país que se hunde y aquellos que logran soltar su conciencia y se dejan caer sin temor a sus propios experimentos y sacrificios. Poetas que se observan en su propia sombra, en su cotidianidad urbana. Se trata de escritoras y escritores con estilos muy diversos. Sin embargo, en Honduras los y las poetas en la actualidad son muy cuidadosos de su trabajo. Entre estos, los poetas más reconocidos como Leonel Alvarado (1967), Marco Antonio Madrid (1968), Rebeca Becerra (1970) Fabricio Estrada (1974), Gustavo Campos (1984), Magdiel Midence (1984), Karen Valladares (1984), Mayra Oyuela (1982), Anarella Vélez Osejo (1956), Darío Cálix (1988), Murvin Andino (1979), Dariela Torres (1995), Ludwing Varela (1984), Giovanni Rodríguez (1980); no amontonan poemas. En general escriben con cautela guardando su estilo y esperando con paciencia el momento de publicar una obra consistente que generalmente no decepciona. También hay quienes con marcadas pasiones por mostrar su desencanto no solo social y político, sino literario, suman todo lo que pueden, lo concentran en un puño y lo sueltan con palabras francas y abiertas, coloquiales y duras y a veces incómodas por su crudeza.

Sin embargo, es notorio el distanciamiento de la poesía hondureña actual de los valores de la vanguardia que intentaba vincularse o al menos aproximarse a las voces de una comunidad hambrienta de justicia. Un subjetivismo extremo y un esteticismo a ultranza parecen darle un rostro anémico a la poesía. Por otra parte, la narrativa pareciera recuperar esta insuficiencia y mostrarse con mayor protagonismo y más apego a las voces necesarias de una comunidad que se hunde en el más elegante de los silencios poéticos.

En Honduras jóvenes poetas como Darío Cálix, Magdiel Midence, Karen Valladares, Ludwing Varela, Rommel Martínez, Gustavo Campos y Dariela Torres satisfacen mi gusto particular por lo urbano, por el desenfado y su intención desacralizante. Por ello me quedo con sus nombres y su poesía cargada de signos enfermos, furiosos y llenos de esperanza.   

 


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Bibliografía

 

Albizurez Palma, Francisco. Poesía Post-modernista y de Vanguardia. Editorial Universitaria. Ciudad de Guatemala, Guatemala.1988. 

Cuadra, Pablo Antonio. 1988. Crítica Literaria Vol. 1. Texas. Universidad de Texas. 

De la Selva, Salomón, El soldado desconocido. México: Cultura 1922. https://archive.org/details/elsoldadodescono00selv 

Hernández Novas, Raúl. 1987. Tres poetas centroamericanos. La Habana, Cuba. Editorial Casa de las Américas. 

Suárez, Clementina. 20013. Poesía Completa. Edición y notas de María Eugenia Ramos. Tegucigalpa. Editorial Universitaria.

(Junio 2, 2019) Bloom, el canon y la literatura nacional vol. II: la poesía. 

Umaña, Helen. 2006. La palabra iluminada: el discurso poético en Honduras. Guatemala, Guatemala. Letra Negra Editores.

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