Por Helen Umaña
Jorge Martínez Mejía (Las Vegas, Santa Bárbara, 1964) es autor —entre otras obras— de Los poetas del grado cero (2017), novela que disecciona las circunstancias que dieron origen al nacimiento de un movimiento inconforme y rebelde que, hastiado de la práctica literaria que se realizaba en el país, buscó nuevas formas de concebir y plantear su trabajo.[1]
En tanto contribuyen a comprender mejor la novela son oportunos algunos datos sobre la gestación de dicho grupo. En 2006, por iniciativa de Jorge Martínez Mejía («Yorch», en la ficción novelística), en su casa de habitación, en la colonia Fesitranh de San Pedro Sula, se formó un colectivo de discusión artística y literaria integrado por pintores, poetas y escultores jóvenes de San Pedro Sula: Benjamín Segura, Juan Limas, Murvin Andino, Gustavo Campos, Rose Mary Arévalo, Ever Murillo, Luis Alonso Ávila y Otoniel Natarén.[2]
Con propósito experimental, hubo trabajo de taller y así surgió la revista Metáfora. En forma paralela, Martínez inició la redacción de Las causas perdidas, obra interesada en la hibridez de los géneros literarios, aspecto que está presente en el documento base del «Primer Manifiesto de Los Poetas del Grado Cero» en el cual Gustavo Campos (San Pedro Sula, 1984-2021) aportó algunas ideas y también lo conoció Mario Gallardo (La Lima, Cortés, 1962) escritor que los superaba en algunos años. «Así surgieron Los Poetas del Grado Cero, como un texto literario y no como un grupo», dice Martínez. En 2007 organizaron un blog con publicaciones cuestionadoras que, en el medio, despertaron bastante polémica, especialmente en conversaciones de salón.
En Tegucigalpa, el colectivo tegucigalpense «Paíspoesible» publicó una antología de poesía en la que aparecían textos de Darío Cálix y de Karen Valladares a quienes, por las características detectadas en sus trabajos, se les invitó a que se integrasen al colectivo contestario. A Nelson Ordóñez, también procedente de Tegucigalpa, se le formuló la misma propuesta cuando se inscribió en la carrera de Letras de la UNAH en el Valle de Sula, en donde Mario Gallardo, quien se proclamaba miembro, pero no asistía a sesiones, era (y es) uno de sus profesores. Inclusive, como era el director de la Secretaría de Cultura para la zona norte, en su oficina (llamada «El falso Olimpo»)[3] hubo pláticas y discusiones relacionadas con lecturas y acontecimientos literarios.
El 6 de enero de 2008 se fundó el Movimiento Literario Poetas del Grado Cero y sus integrantes practicaron cierta bohemia recorriendo bares de Omoa, El Progreso, La Lima y establecimientos «de la línea para abajo de San Pedro Sula».[4] Una noche, «mientras bebíamos en un bar del barrio Guamilito, les propuse a Gustavo, a Darío y a Nelson, que escribiéramos una novela colectiva, en la que cada quien redactaría una parte. Aceptaron mi sugerencia», dice Martínez.
El 14 de marzo, en la montaña El Merendón —soberbio macizo montañoso que parece resguardar a la ciudad de San Pedro Sula— Nelson, Darío, Jorge y Karen, quien acompañaba el acto desde Tegucigalpa mediante el teléfono celular, incineraron una boina gris como ritual que simbolizaba la muerte de la poesía.[5] A Gustavo se le invitó pero no acudió a la cita. Con el reporte de este acto, que cada quien escribió, comenzaba el proyecto de creación colectiva de la novela; pero, con excepción del iniciador de la idea, cada quien se dedicó a sus proyectos particulares. De Nelson Ordóñez también se incorporó un texto que alude a su traslado a San Pedro Sula. En conjunto, la obra «fue pensada como una memoria viva […] de los hechos cotidianos del grupo. […] Queríamos jugar y desafiarnos a escribir algo vivo, escribir el instante, sin estructura premeditada […] No hice apuntes diarios», aclara Martínez, quien puntualiza: «La mayoría de los textos atribuidos a diferentes miembros dentro del texto, fueron escritos [por él] de memoria, recuperando el tono y los temas recurrentes de cada uno de los compañeros. Algunas secciones corresponden a anécdotas reconstruidas posteriormente. En general, el tono de las conversaciones del grupo era sarcásticas, irónicas, graciosas, inteligentes. Sobre esto, Gustavo Campos […] estaba sorprendido con un escrito que decía no estaba seguro de que no lo hubiera escrito él, porque era como si él lo hubiera escrito, […] Ninguno de ellos escribió una sección del libro, al final yo tuve que escribirlo, pero siempre conservamos la idea de que se trata de una novela colectiva. Hay un poema que expresa aquiescencia con el trabajo del grupo del poeta John Connolly que él escribió sin que se le solicitara», aclara Martínez.
El 22 de abril de 2008, Jorge Martínez leyó una muestra de su obra Las Causas Perdidas en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. El 30 de abril se produjo el video del I Manifiesto de los Poetas del Grado Cero; lo presentaron Jorge y Gustavo y se divulgó por internet. Ambos hechos generaron controvertidos comentarios. El 3 de agosto de 2008 se publicó en el blog de Los Poeta del Grado Cero el II Manifiesto: «Los hijos de Caín». El 8 de octubre de 2008 se recibió la carta de renuncia de Gustavo Campos. El 6 de enero de 2009 se produjo un enlace vía internet con los sobrevivientes de los infrarrealistas de México y se estableció un vínculo directo con los poetas del movimiento «La Era del vacío».
El 28 de junio de 2009, el presidente Manuel Zelaya fue víctima de un golpe de Estado. Los Poetas del Grado Cero denunciaron las atrocidades cometidas, reportaron diariamente los actos violentos cometidos y acompañaron las marchas como Artistas en Resistencia. El 14 de diciembre de 2009, en el marco del «Paseo Real de las chimeneas gigantes», en la ciudad de Trinidad, Santa Bárbara,[6] en una lectura pública que fue televisada, el colectivo declaró al presidente depuesto Manuel Zelaya Rosales, Primer Héroe Nacional vivo y le enviaron el poema «El mar de nuestros días». Evidentemente, sus inquietudes estéticas no los hacían desatender aspectos vitales del acontecer político.
«Es necesario decir que el Movimiento Literario Poetas del Grado Cero ha sido percibido como un acto de inconsciente adolescencia por sus adversarios, propensos a cierta quietud acomodada que se ve afectada por la fuerza y crudeza del discurso sacrílego de los Poetas del Grado Cero, quienes procuran desmontar los códigos tradicionales de la poesía. El discurso de Los Poetas del Grado Cero se coloca en medio del discurso de la literatura para producir una explosión que deje en carne viva un lenguaje básico, sostenido en la experiencia de superar a la literatura misma y su metarrelato de jirafas»,[7] anota Martínez, sintetizado algunas de las polémicas ideas que sustentaban:
De allí que el blog de los Poetas del Grado Cero se haya convertido en una bitácora notable de la literatura hondureña porque encarnó una visión de clara independencia de los clichés acostumbrados.[8] El grupo se mantuvo unido desde finales de 2006 a finales de 2008. El año 2010 nos volvimos a reunir todos en mi casa de la colonia Buenos Aires, cerca de Ciudad Planeta, en lo que llamamos Reunión Plena de la Logia de los Poetas del Grado Cero. Leímos, bebimos, bailamos y conversamos sobre nuevos proyectos. Ahí presentamos la Antología de Los Poetas del Grado Cero, un compendio de nuestros poemas favoritos aportados por cada miembro del grupo. Algunas ideas que compartíamos: Los poetas somos primero hombres y mujeres que debemos recuperar nuestra voz de hombres y mujeres que perdimos al convertirnos en poetas. Entre menos metáforas y figuras literarias, más poesía. Lo feo es bello. Todo lo que huela a sentimentalismo debe ser desterrado de la poesía. ¿Cuál poesía? La mejor poesía es prosa. Los Poetas del Grado Cero no se adjuntan a ningún movimiento literario ni anterior ni posterior. Nacimos muertos, por lo tanto, ni empezamos ni terminamos. No nos interesan ni los aplausos ni el reconocimiento literario. Quien busque reconocimiento literario no es poeta del Grado Cero.
La novela Los poetas del grado cero —principiando con la «Aclaración»— se divide en más de cien segmentos que, sin orden cronológico y una numeración que no sigue la secuencia normal, casi siempre principian con una especie de título que resume el tema central que se ventila («Murió la pobre boina de Yorch», «Otoniel Natarén, reportando para su programa de Televisión Virtual»). Como subterfugio ficcional, se indica quién lleva la voz narrativa («Narrador omnisciente», «Poeta anónimo», «Darío Cálix»); se señala la ubicación espacial o sitio en donde ocurren los hechos; («Interior de una estructura onírica», «Bar Las Conejitas, San Pedro Sula», «Casa de Ezequiel Padilla Ayestas») y nunca falta la ubicación temporal («Tarde», «Noche»). También hubo escritores que, aunque no formaron parte del colectivo, mostraron simpatía por sus inquietudes y trabajo.[9]
Los personajes que focalizan la acción o realizan diversos comentarios son varios, pero el que lleva la voz cantante es Yorch, cuyo espíritu acucioso y reflexivo lo conduce a distintas interpretaciones del pensamiento de teóricos de diferentes disciplinas (estructuralistas, lingüistas, semióticos, filósofos…). Alude a los autores hondureños e internacionales cuyos trabajos les parecían ejemplares.[10]
Martínez otorga especial importancia a las paratopías, concepto que considera que un texto literario «refleja y construye de manera dinámica lo que lo hace posible» y cuestiona las oposiciones tradicionales como elementos separados dentro de la práctica literaria: texto-contexto; individual-colectivo; registro ficcional y factual, etc. Tres aspectos que en la novela se amalgaman con fuerza y credibilidad. En este sentido, buena parte de los hechos son ficticios, pero se amalgaman con otros que se han reconstruido con base en los recuerdos. Martínez es hábil en la reproducción del pensamiento, del carácter y de las particularidades expresivas de los miembros del grupo.[11] Ficción pura (intervención de la investigadora francesa) que se mezcla con lo real (los nombres y el atrape de rasgos caracterológicos de los integrantes del colectivo). Planteamientos del yo (inquietud personal relacionada con la manera de encarar el propio trabajo poético) que se proyectan a lo colectivo (ideas y práctica literaria que puede influir en la perspectiva que asuman escritores de otras localidades). Personajes incluidos con sus nombres y su trabajo (Padilla Ayestas y la descripción certera de su trabajo pictórico) y una investigadora a todas luces ficticia. Hechos reales (quema de la boina) y situaciones inventadas (muerte de Yorch en un incendio). El organizador y autor responsable del texto es el escritor Martínez Mejía de carne y hueso, pero la voz colectiva se introduce cada cierto tiempo (textos cuya autoría real pertenece a otros (John Connolly y el extenso poema que dedica al grupo; recuerdos y reflexiones sobre la quema de la boina). Evidentemente, el novelista trató de llevar a la práctica el concepto enunciado, de indudable eco en el planteamiento novelístico. Ello, comporta facetas que le dan a su trabajo una nota de originalidad respecto de la práctica novelística realizada en Honduras.
Esa clave de análisis la proporciona la misma novela en la figura ficticia de Anne Pols Godard, investigadora francesa que llega a Honduras con el propósito de investigar lo concerniente al grupo de trabajo del Grado Cero. En el estudio que escribe sobre el colectivo, se refiere al concepto mencionado. Ella se relaciona con sus integrantes, sostiene una relación amorosa con Yorch y termina provocando su muerte, dándole un gran golpe en la cabeza que impidió que se salvara del incendio del edificio en el cual vivía. Veamos tres fragmentos que permitirán calibrar el buen trabajo de Martínez Mejía. El narrador de la siguiente muestra es Nelson Ordóñez, quien formula con claridad el objetivo que el grupo persigue:
El día de la quema de la boina había
llegado. Quizás para algunos lectores, un hecho apenas grupal carezca de mayor
interés; pero al fin y al cabo los hechos importantes de la vida o de la
historia (permítanme el atrevimiento y la esperanza) son hechos casi íntimos.
¿Cuántas personas asistieron a la última cena? ¿Cuántas personas presenciaron
el asesinato de Julio César? […]
Pudimos haber quemado nuestros propios
poemas o los poemas de los poetas muertos que más detestamos. O mejor aún, los
poemas de los poetas de Tegucigalpa, la capital, […] la boina era como el pomo
de una urna griega donde descansan las cenizas de un bardo eunuco. Si el cuerpo
del poeta va contenido entre sus zapatos y su boina, la quema de la boina
vendría a ser una especie de liberación. […] La hora de incendiar la boina es
el momento de ahogar un pasado / […] La hora de cortar el cordón umbilical […]
Sólo matando a la poesía se puede hacer poesía […] Lo que aquí hemos hecho es
histórico. […] El parricidio es la primera vocación de un poeta. ¡Muerte a la
literatura y su metarrelato de jirafas […] ¿O una mentira sobre una mentira?
[…] La jirafa es un animal mudo, tan
mudo como la poesía que se ha hecho siempre. —Yo
se los enfatizo, la poesía tiene voz de jirafa. […] Al mismo tiempo pensaba en
todos los poetas del mundo que ramoneaban versos de poesía lírica o versos de
poesía coloquial.
Darío hablaba de poesía emo y de emosexualidad. Yo hablaba de la sencillez en la poesía y Yorch me decía que yo hacía lecturas etnográficas […]—Recítame un poema emo, —le dije a Darío. Y Darío dijo que la poesía emo todavía no existía. —Es como la poesía del grado cero, —interrumpió Yorch—, una estructura ausente. —Pero yo les puedo asegurar, es una estructura ausente monumental (2017: 77-79).
El fragmento siguiente es ficticio pero es sumamente dicente de un comportamiento humano frecuente en las ciudades hondureñas:
Lo que más sorprendió a Anne Pols
Godard d’Ancour al llegar al Aeropuerto Internacional Ramón Villeda Morales de
San Pedro Sula, fue ver a un hombre gordo con enormes gafas trabadas en la
cabeza, caminando descalzo, con la camisa arrizada hasta la mitad de una enorme
barriga. El calor era intenso, húmedo y pegajoso, y de alguna manera
justificaba la actitud desvergonzada del
sujeto que deambulaba sobándose la barriga como si estuviera en un taller de
mecánicos, en una reunión de albañiles, o en el interior de una vivienda
africana. Caminaba balanceándose, despreocupado, como si solo él existiera.
Esta imagen la hizo caer en la cuenta de que se encontraba del otro lado del mundo, donde las cosas tenían un aspecto más real, y en el que, por primera vez, no se sentía vigilada, sino invisible, como el mantecoso sin zapatos. (145).
Para concluir, un último texto que ayuda a comprender mejor al grupo y también ese trasfondo intelectual que, como semilla o realización, primaba en el colectivo. La acción la focaliza Anne Pols Godard una noche cuando descansa en el bar del Gran Hotel Sula:
Desde antes de llegar a San Pedro Sula,
ya admiraba a los Poetas del Grado Cero, su actitud rebelde un poco salvaje,
intransigentes con todo, con algo de inocencia. Pero los suponía más fuertes,
más avasalladores, más numerosos. Admiraba más a Yorch, su magnetismo, quizás
un impulso intelectual que definitivamente no me convencía para nada, pero que
mostraba un ímpetu original. […]
Me sonrojaba cierta ingenuidad de
planteamientos, como embrionarios, con cierta hostilidad sin odio. Su desprecio
no lo enfocaban a las personas, ni a las instituciones, sino a la indiferencia,
a la misma poesía como un ente de placer obsoleto. A veces yo misma me
sorprendía con iguales planteamientos, con la misma necesidad de romperlo todo
y comenzar de cero.
El grupismo demasiado intelectualizado
me pareció siempre sospechoso, antipático, repetitivo. Por eso jamás decidiría
ir a México y toparme con un escritor como Jorge Volpi o Ignacio Padilla,
porque se podía ver a leguas su prosa saturada de una intelectualidad brumosa o
lenta, con muy poca chispa y sentido del humor. Era diferente cuando pensaba en
autores como Roberto Bolaño o Santiago Papasquiaro, que no olvidan la chispa
valiosa, la herencia de humor conocido también en Efraín Huerta, Nicanor Parra,
Oliverio Girondo, Cortázar, Augusto Monterroso; escritores sueltos, libres, que
nos hacen olvidar a los socados surrealistas o a los románticos dulzones del
siglo XIX o XX. Las lecciones de humor de Borges y Bioy Casares, sus juegos
emparentados con lo más refinado de Cervantes, Quevedo, Marcel Schwob, el
Arcipreste de Hita, Francois Rabelais, Horacio, Catulo, entre otros maestros
verdaderos del arte de contar.
Ese humor visceral y la complicidad de un reducido y minimalista grupo de poetas de Honduras me sedujeron, hicieron que me acercara con la obsesión del miope que nos hace alejarnos de sesudos movimientos literarios comprometidos más con las grandes transnacionales del libro, para enfocarnos como un ciego en la esencia de la literatura, no a la burda cotidianidad del escritor aburguesado, sino a la perenne búsqueda del escritor que huye de sí mismo, de las instituciones que carga como un yugo (235-236).
Los poetas del
grado cero marca un momento muy importante en la novelística del país.
Evidencia la existencia de narradores en cierta forma alimentados por la
dinámica de la zona norte. Nos referimos, tanto al colectivo que motivó la
novela como a otros que han trabajado (y trabajan) desde una posición
individual. Unos y otros se pueden equiparar, en pie de igualdad, con lo mejor
que se ha realizado en el país y en otros pueblos del centro de América.
Evidentemente, la narrativa hondureña se ha fortalecido con su trabajo.
[1] Aspectos importantes especialmente si
tomamos en cuenta que casi todos sus miembros han realizado (y siguen
realizando) un aporte sustantivo a las letras hondureñas. Tomamos como base las
respuestas con las cuales Jorge Martínez satisfizo mis dudas en la primera
quincena del mes de enero de 2021.
[2] Con excepción de Gustavo Campos, ninguno
se integró al grupo cuando este se formalizó. Hubo escritores que se
relacionaron o simpatizaron con el colectivo a los cuales se les menciona en el
libro como Mario Gallardo, John Connolly, Murvin Andino, Giovanny Rodríguez, Juan
José Bueso, Carlos Rodríguez, Denis Arita, Salvador Madrid y Eduardo Bähr. Se
alude al general Gustavo Álvarez Martínez, a Ramón Reyes Mata, al sacerdote
Guadalupe Carney y al cineasta Raúl Ruiz.
[3] Así le llamaban algunos detractores a la
oficina de la Dirección Regional de Cultura. Con perspicacia, los integrantes
del colectivo, asumieron el supuesto dicterio dándole una nueva semántica,
acorde con su espíritu juguetón y desprejuiciado.
[4] Expresión generalizada que indica vivir
en barrios y colonias de sectores medios y bajos en la ciudad de San Pedro
Sula.
[5] Utilizar boina fue una constante en el
atuendo del poeta Roberto Sosa (Yoro, Yoro, 1930, Tegucigalpa, 2011). Martínez
también la utilizaba y la suya fue la incinerada. Evidentemente, tuvo un
carácter simbólico para subrayar la necesidad de romper con la tradición,
representada, en este caso, con R. Sosa, connotado representante de lo mejor
que se había escrito en Honduras hasta ese momento. Tanto a él como a Pablo Neruda
se les menciona en la obra con relación a esta anécdota. Un equivalente a la
célebre expresión de «Matemos a Asturias» que escandalizó en el medio
guatemalteco en la década de 1973 cuando se divulgó en revistas y periódicos, especialmente
en escritores y académicos que no detectaron la intención renovadora existente
en las palabras de Mario Roberto Morales. También, en Guatemala, cuando Dante
Liano publicó «Jorge Isaacs habla de María» (1978), cuento desacralizando a la
emblemática heroína romántica, hubo una avalancha de comentarios sumamente
acres.
[6] El «Paseo Real de
las chimeneas gigantes»
es una fiesta popular anual que, desde hace 20 años, se celebra en la ciudad de
Trinidad, Santa Bárbara, en la cual grandes esculturas realizadas con material
perecedero, atinado diseño y magistral ejecución, se incineran frente a un
público que llega desde distintas regiones del país. Gracias al entusiasmo del
teatrista Delmer López y del grupo «La Siembra», el festival, que tiene fuertes
vínculos con el arte popular y con la realidad socio-histórica del país, es
unánimemente aplaudido. La primera quema tuvo lugar el 8 de diciembre de 2001.
En 2020 se realizó de manera virtual y fue dedicado al personal médico y de
salud por su heroica respuesta frente a la pandemia de la Covid-19.
[7] Expresión del grupo para referirse a la
poesía como texto vacío, banal o mentiroso y alejado de la vida.
[9] Eduardo Bähr, John Connolly, Mario
Gallardo,
[10] Ellos son: Roberto Castillo que se
menciona en la «Aclaración»; Eduardo Bähr, que aparece ficcionalizado y a quien
se considera como el mejor narrador hondureño. Hay una referencia positiva al
trabajo de los poetas Nelson Merren y Edilberto Cardona Bulnes. Se encomia al
pintor Ezequiel Padilla Ayestas.
[11] Con excepción de los que radicaban en
Tegucigalpa, en las aulas conocí y traté, por varios años, a la mayoría de los
escritores mencionados.
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