A Soad Nicole
Tegucigalpa es vieja, viejísima, pero ella tan joven.
Tegucigalpa se muere en las arrugas de sus callejuelas,
pero ella sonríe con su pintalabios y su boca en sazón.
Tegucigalpa apesta a pudrición hace mucho tiempo,
pero ella corre con su pelo duro y suave y se detiene y
abraza viejos postes de luz.
Tegucigalpa tiene bigotes de piedras coloniales, antiguas y roídas
uñas, porosos adobes extraídos sin permiso.
Ella es estudiante.
Tegucigalpa mata a su gente con sus pistoleros y sus
bastardos ladrones.
Ella viaja en mototaxi y come mandarinas que pela con sus
manos.
Tegucigalpa tiene escamas y caspa y fabrica documentos
falsos para robar a los vecinos de todos los barrios.
Ella se toma selfies con sus amigas de colegio y juega
fútbol y corre y comparte su agua de bolsa.
Tegucigalpa vende sus entrañas a ladrones de toda calaña y asesina a sus propios hijos y vende sus órganos para el escarnio
público.
Ella corre calle abajo en una pedregosa
pendiente que colinda con altos edificios.
Tegucigalpa es una vaca muerta despanzurrada que inunda el aire con
el zumbido de las moscas.
Ella juega entre animales de
suave pelambre y pájaros libres.
Tegucigalpa es una vieja salpicada en sangre,
una errática gritería donde hombres de corbata se pelean a
machetazo limpio,
y husmean la sangre de los muertos.
Ella lleva un canasto de tortillas al mercado.
Tegucigalpa es una familia gringa que colecciona viejos autos de los cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta.
Ella es probable se embarace, tenga dos o tres hijas de ojos achinados y piel oscura. Una familia pequeña.
Este día es decisivo para todos. Alguien lanza una rosa desde un taxi.
Tal vez ella no se embarace y finalmente le
meta fuego a este burdel.
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