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SIN DEJAR EL GRADO CERO






Por Jorge Martínez Mejía





De mis “mejores amigos” conocidos en el mundo de las letras, en la universidad, en las tertulias literarias; he escuchado cantidad de expresiones referidas al Movimiento Literario Poetas del Grado Cero, a mí mismo, como encarnación o artífice de dicho movimiento; expresiones que intentan distanciar la obra, manosear los actos de quienes fuimos miembros de un grupo literario; en fin, un claro objetivo de adulterar el producto, los contenidos de los hechos en su intención simbólica. He leído y escuchado afirmaciones de escritores a los que admiro con sinceridad y por quienes guardo un afecto indestructible, inamovible. He visto referencias desdeñosas hacia mi trabajo literario, he recibido comentarios denigrantes que leales mensajeros me han traído solo para que conozca el ruido del ambiente y del bullicio de las letras. He leído insultos directos en redes sociales, una persistente animadversión; en fin, una persistente hostilidad que se contrasta, en muchas ocasiones, con la opinión especializada de la crítica literaria. Miembros mismos de lo que fue el Movimiento Literario Poetas del Grado Cero se han visto obligados, por sutiles artimañas culturales, ha renunciar en pequeñas tertulias de grupos que representan la desagradable ranciedumbre de una sociedad mañosa y aristocrática, a lo que, en privado, consigo mismos y su consiente aspiración rebelde, suscribieron antaño. 

Sobre mi trabajo literario y sobre mi imagen como escritor validados por mi propia obra, a cuya data cualquiera tiene acceso, se ha construido, con la sutiliza de las letras del argot literario, un muro hecho de impresiones. ¿Por qué? ¿Es mi imagen o mi obra amenazante? ¿Existe un código secreto en el que explícitamente se afirma que lo sublime es sagrado, que no se debe abandonar un supuesto canon estético, literario, social?

Desde antes del golpe de Estado de 2009 se produjo una fricción literaria, de eso hace ya 16 años. La premisa del manifiesto 2004 presentada en un cónclave literario al que nos hicimos presentes un grupo de escritores de San Pedro Sula, y con absoluta determinación y formalidad mostramos, si no una tesis, una opinión sobre la actitud facilona y mediocre con la que se estaban produciendo libros de literatura en ese momento. Esperábamos que se produjera una discusión sobre dichos términos y lo que mostró la culta fratria literaria de Tegucigalpa fue trifulcas e insultos que no han cesado a la fecha. 

El suave suceso de 2004 construyó un muro que se fue disolviendo en los eventos culturales organizados por la Asociación Teatro La Siembra, en Trinidad Santa Bárbara, hasta el 2008. El golpe de Estado de 2009 que depuso violentamente la débil democracia en Honduras, orquestado desde el Pentágono y pulida en las salas militares del Comando Sur en Palmerola, en el Estado Mayor Conjunto y en la Embajada Gringa, volvió a zanjar la profunda diferencia y terminó de construir un muro emocional difícil de romper. Un muro de poder, un muro respaldado por el dinero de las arcas robadas al Estado Hondureño y extraído de los bolsillos de los oligarcas y sicarios vinculados a la masacre de nuestros ciudadanos levantados contra el golpe mortal a nuestro país. 
Entonces comenzaron los coqueteos con quienes estaban del lado de allá de ese muro. 
Y se suavizaron los estilos y nuevamente el romance y el ocultamiento efectivo de la metáfora alcanzó su inútil nadería en tiempos en que el país, la sociedad ocupaba a los hacedores de este lado del muro para comenzar a derribarlo. Los que no soltaron el martillo fueron perseguidos, encarcelados, torturados y desaparecidos. Una mayoría de escritores decidió huir y ponerse a salvo fuera de nuestras fronteras.  

No es desdeñable huir a un lugar seguro cuando la vida corre peligro, especialmente cuando vivimos bajo la bayoneta de una dictadura de narcotraficantes. Lo verdaderamente amenazante no son nuestros escritores y escritoras, los que están allá, o los que estamos de este lado. Pero construir imágenes desde el otro lado del muro para que de este lado sintamos el solaz, la emoción tranquila, imaginemos la posibilidad de un mundo cargado de niños lectores y recolectores de flores cuando la verdad es el asesinato, el robo descarado del erario público. Por otra parte, la selectividad afectiva como artimaña, el descaro de no dejar pasar al otro lado del muro a los que no lleven lentejuelas en sus camisas o banderitas cinco estrellas; eso contradice la emoción que deberíamos construir para comenzar a destruir ese muro.

Las heridas personales del pasado deben quedar en el sitio y la fecha en que sucedieron los hechos. Debemos hallar nuevas formas de contacto, nuevas impresiones en las que las discusiones no lleven a revolver las viejas heridas, sino a reconocer las diferencias creativas con las que juntos hemos avanzado a pesar de tantas dificultades que como pueblo, como pueblos diferentes hemos padecido.

Somos cuerpos diferentes, no hay un arquetipo que nos represente, somos diferentes y tenemos distintos tonos de voz y maneras de ver el mundo. Es tiempo de que concentremos nuestras miradas en el derribamiento de los muros que no le permiten a nuestro pueblo construir sus canciones sobre sus más profundos sentimientos actuales. Nuestro pueblo reclama de sus poetas más cercanía, proximidad. Levantar las piedras que no nos dejan cantar con la alegría de un pueblo que merece mejor destino. 

Encontrémonos con menos protocolo, cantemos otra vez en las plazas o desde nuestras casas, recitemos nuestros poemas en los espacios que aún la dictadura no la logrado borrar del mapa.

Debemos volver a cantar todos. Ya me conocen, soy frontal y no llevo filtros; sin embargo, mi sincera admiración y amor por los creadores de mi pueblo, por nuestra Honduras, es indiscutible. Sin dejar El Grado Cero.





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