Poesía era decir mujer,
montaña, lago, arena,
rosas;
digo,
decir algo.
Camino musgo solitario
conversación, cosas
sin conexión, era estúpido.
La poesía voz,
la voz de otros.
Los otros también eran poetas.
Los otros
daban nombres a las cosas.
Llamaban costa al rose del mar sobre la isla.
Por la tarde quedaban en silencio.
La poesía dormía
echada en un rincón
como una perra vieja,
sarnosa.
Solo lo bello era poético.
Las cosas tocadas en suavidad sublime.
Luego llegué yo.
Me sorprendió tanta estupidez.
También quienes me vieron estaban sorprendidos.
Sus monólogos, obras maestras, similares a Hamlet, rechazaban mis comentarios,
a veces con música de saxo o guitarra.
—¡Préndanle fuego a este cristiano! —decían.
Y, como ustedes saben, yo levantaba mi dedo medio, duro y tieso.
Yo había leído a James Joyce,
y sabía que eran una obra maestra cuando no escribían estupideces poéticas.
—Son una obra maestra —me decía a mí mismo.
Pero seguían empecinados en el baile, en echarse los porros y no hacer nada más que entregarse carpetitas de grandes poetas que nadie leía y que iban a parar a viejas gavetas del siglo XX.
Pero esa vez pusieron otra música, y pronunciaron la palabra "¡Vamos hijos de puta, prendámosle fuego al mundo con chancletas y que vengan los porros!
Entonces pusieron música, bailamos largo rato,
nos echamos los porros que quedaban y las últimas bachas.
Uno que me odiaba me dijo "i love you"
—Sos diferente.
Preferí ir a fumar a otro bar de mala muerte donde las mujeres no dicen estupideces y la poesía no se vende por un triste porro, ni habla mierda.
la voz de otros.
Los otros también eran poetas.
Los otros
daban nombres a las cosas.
Llamaban costa al rose del mar sobre la isla.
Por la tarde quedaban en silencio.
La poesía dormía
echada en un rincón
como una perra vieja,
sarnosa.
Solo lo bello era poético.
Las cosas tocadas en suavidad sublime.
Luego llegué yo.
Me sorprendió tanta estupidez.
También quienes me vieron estaban sorprendidos.
Sus monólogos, obras maestras, similares a Hamlet, rechazaban mis comentarios,
a veces con música de saxo o guitarra.
—¡Préndanle fuego a este cristiano! —decían.
Y, como ustedes saben, yo levantaba mi dedo medio, duro y tieso.
Yo había leído a James Joyce,
y sabía que eran una obra maestra cuando no escribían estupideces poéticas.
—Son una obra maestra —me decía a mí mismo.
Pero seguían empecinados en el baile, en echarse los porros y no hacer nada más que entregarse carpetitas de grandes poetas que nadie leía y que iban a parar a viejas gavetas del siglo XX.
Pero esa vez pusieron otra música, y pronunciaron la palabra "¡Vamos hijos de puta, prendámosle fuego al mundo con chancletas y que vengan los porros!
Entonces pusieron música, bailamos largo rato,
nos echamos los porros que quedaban y las últimas bachas.
Uno que me odiaba me dijo "i love you"
—Sos diferente.
Preferí ir a fumar a otro bar de mala muerte donde las mujeres no dicen estupideces y la poesía no se vende por un triste porro, ni habla mierda.
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