Por Jorge Martínez Mejía
"¡Al igual que un prisionero arrojado a un profundo y vacío pozo!... ¡Y yo no sé dónde estoy, ni lo que me espera!... ¡Lo único que no me ha sido revelado es que, en la lucha cruel y encarnizada con el diablo..., he de vencer y que, tras esto, materia y espíritu se fundirán en maravillosa armonía, comenzando el reinado de la libertad para el universo!"
Chejov
El Tío Vania
Todas nuestras pequeñas musarañas intelectuales de artistas, pensadores, escritores y escritoras, se quedan cortas en esta coyuntura. No es nuestra inteligencia ni nuestra sagrada devoción obtenida en el sueño liberal republicano, el sueño de patria, nuestra libertad individual alzada en la bandera de las cinco estrellas; nuestro super ego convertido en estado corrupto; nada de ello se compara con el fraccionamiento de nuesra inteligencia como comunidad hilvanada por el dispositivo escuela. Nos hemos y nos han fragmentado tanto que ya no alcanzamos a satisfacernos sino es en la mirada sospechosa del vecino.
Hubo un tiempo en que todos, o al menos la mayoría de nosotros /as, estuvimos juntos contra el tirano. Nuestras inteligencias, hoy fragmentadas al infinito y en proceso de fragmentación, caminaron sin pensar, sino en forma de sentimiento. Nos unía, más que una idea, un dolor, una imagen, la posibilidad de una patria a la que logramos ver a la vuelta de la esquina. Desde entonces nuestros egos individuales han crecido y se han multiplicado. Hemos ido abandonando la memoria del dolor y hemos ido abrazando sólo el recuerdo.
Pero no ha sido un movimiento natural. La trasnochada oligarquía hondureña, dirigida en asuntos políticos y militares por el Comando Sur con el soporte tecnológico y la asesoría (intervención) directa del Estado de Israel, ha ido obstruyendo esa emotividad y desconfigurando la imagen de nuestro dolor y nuestro sentido de patria.
Cada pueblo, en cada época, construye sus símbolos de salvación y de destrucción. Para el pueblo hondureño, esa categoría abstracta cargada de irracional resentimiento producto del vejamen continuado, de sentirse perseguido por los perros oligárquicos alimentados por extrañas fuerzas imperiales; encontró en la figura de Manuel Zelaya Rosales su puente inmediato. Ese puente hecho de tablados de colores diversos que bien podría llamarse democracia, ha sido progresivamente obstruido, borrado, repintado con figuritas individualistas en las que cada cual pretende encontrar un sitio en desconexión con los otros.
Pero el puente está ahí. Nada lo puede borrar. Es un camino. No es una tabla mal puesta o un tronco tirado entre las piedras. Es una construcción colectiva. A veces, mi ego es tan grande y descomunal que olvido que ustedes también han sido progresivamente alimentados en sus propios egos, que han recibido premios, reconocimientos, buenos ingresos y declaraciones y certificaciones. Pero eso no es lo nuestro.
No me interesa que piensen que no tengo el look más adecuado para representar al pensador hondureño, al poeta genial, el de mejor talante. Me siento bien, me siento mucho mejor entediendo que tenemos una tarea que realizar. Y que esa tarea es de todos. Debemos ser borradores. Debemos borrar las manchas que han tirado contra nuestro puente, contra el camino que nos lleva a encontrarnos en todas nuestras diferencias. Ellos han borrado nuestros grafitis de las paredes, han cortado nuestros árboles, han establecidos falsos concursos en los que nuestros hermanos han sido embaucados y se han llevado el premio a casa. Es tiempo de romper los hilos de la construcción que borra a nuestra patria.
Saben, a veces escribo y me salen cosas tan profundamente guardadas en mi interior porque allí nadie se atreve a borrar la huella de lo que construimos juntos.
¿Qué tal si este tipo al que ustedes, en algunas ocasiones, imaginaron ver desfallecer en las mazmorras de esta apestosa dictadura de narcotraficantes, es la voz que puede despertar, de verdad, el amor que se han negado por nuestra patria?
Ver sus estúpidos versos y sus refritos y poses de elegantes escritores es algo que naturalmente detesto. Su falsa ternura que olvida el peso de sufrimiento de nuestro pueblo es algo que no tardará en ser evaluado como lástima hacia ustedes mismos.
Es admirable su amor por construir esta patria, yo lo testifico, pero es muy egoísta y pretenciosa. Lo que más duele es su autocomplacencia y su falta de vigor. Nadie podría tomarlos en serio, si de asuntos políticos o patrióticos verdaderos se tratara. Todos hablan con tal descaro de sí mismos, que ya olvidaron que hay que derribar al zátrapa, cueste lo que cueste.
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