Por Jorge Martínez Mejía
No los árboles cortados, sino los que aún quedaban de pie
olían a muerte.
Los charcos en los callejones olían a muerte.
Los niños que se rociaban con una Coca-Cola agitada, olían a muerte.
El viejo obrero, barbado y sucio buscaba en la estratósfera del barril de basura una estrella que había perdido miles de años atrás.
—Debemos conocernos mejor —dijo el dentista, a una bella muchacha,
mientras le mostraba el enorme hueso podrido de su diente.
Una niña, de hermoso cabello risado, recibió de obsequio un gatito púrpura.
El gatito se rascó con su bella patita de uñas el cuello.
En el bar, unos hombres juegan a beber el alcohol más puro disponible. Alguien gotea fuego en su tequila. La copa, aún en llamas es tragada entre gritos y aplausos.
Sobre la alfombra verde, tus pasos son de cristal encendido. Aún pica en tu nariz el chisporroteo tierno del jalonazo al hilo de coca. Es brillante. Tu auto nuevo y tu estatus está asegurado en la carpeta que dejaron en tu escritorio hoy a las diez de la mañana.
Una mujer joven, de bello vestido rojo con detalles de escombros se ha sentado en una de las mesas de al lado.
En tu psique dijiste —amémonos en el nirvana azul del chispazo. El hombre que sirve en el bar te ha visto sonreír confiado.
En la pasarela del escenario, la noche hizo su guiño habitual.
La ciudad manda a sus muchachos a esta hora.
Estiraste la pierna y cambiaste de posición. Los ojos de la chica de los escombros chocaron con los tuyos que le sirvan otro las gotas cayeron dos o tres ser fuerte tragó de una la copa de tequila recargada huele a muerte la noche sencilla la música sigue chisporrotea tierno en la alfombra verde el que sigue.
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