Por Jorge Martínez Mejía
Tiré mis poemas como pan,
como quien lanza recuerdos.
Corté trozos al azar, sin diligencia.
Hubo uno, entre el gentío, que recogió el tarugo de un poema y fue al mercado a venderlo como pieza original.
Le dieron tres quilates de oro puro.
Con eso hubiera yo comprado más cerveza.
Alguien vio en el mendrugo una gota de sangre,
un incendio,
la llama roja de la palabra poesía.
Otros compraron granos,
lentejuelas o petardos.
Tiré migajas en el parque,
los pájaros comieron,
qué despilfarro.
Sólo los ciegos y los ancianos reconocen, en el aleteo del ave,
los pingües poemas
que hemos
tirado
al olvido.
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