Nadine Labaki
Por Jorge Martínez Mejía
Debí abrigar tu desnudez más tiempo
entre mis ojos,
debajo de la sangre donde tu piel reinaba
sin temor a la lluvia,
sin temor al silencio que antecede a los labios
que se juntan.
Este aire olvidado también sabe a recuerdo,
a una palabra de tu voz,
a escombro
al instante que tal vez sin querer dimos la espalda:
dispersa ceniza,
isla
náufraga.
Por la pequeñez de tu sombra sube la tarde
y te cubre
como a los breves barcos que se acercan
al horizonte
para besar las nubes.
Deja que tus manos vuelvan a tocar el agua,
o el color del mar
visto en tus ojos.
Horada otra vez la arena fresca,
golpea la dureza de piedra de las palabras
no escuchadas todavía.
Puebla el aire,
vuelve a la labor de la fruta segada por la sed
de las manos.
Vuelve a ser idéntica al sol cuando camina
a plena luz del día,
cuando el viento es un pájaro aleteando
en la humedad de los ojos.
Engendra un sueño que baste para tejer una sábana
con la espuma marchita,
que baste para el calor,
para el ritmo sin otoño de los que aman.
Despliega otra voz,
o el gesto que amábamos,
o la respiración que envolvía el territorio de la
yerba
cuando los dedos evocaban los cuerpos.
Todo lo que el mar contiene lo saben las olas,
y lo dicen,
y lo callan en ese ruido empecinado en atenuar
el olvido.
Sobre el fragor de la tarde tus manos aún
vuelan,
y declinan remotas,
en los remos cansados que enmohece el silencio.
..........................
Comentarios
Publicar un comentario