Don Luis de Góngora y Argote
Por Jorge Martínez Mejía
Me he vuelto un imbécil. Era de esperarse. He pasado demasiado tiempo viendo las redes sociales. Miraba las fotografías de una chica que hacía tiempo había olvidado. Ella tenía su pequeño dedo índice en la boca. Tenía puesto un traje de baño color negro, de una sola pieza. El bordillo le ceñía el muslo y por alguna razón me detuve en su boca. Mordía feroz uno de sus labios y sus ojos miraban por lo bajo. Su mano izquierda tocaba la pierna con los dedos caídos, como quien rosa una mejilla. En el suelo había tirado un libro de viejos poemas. Los sonetos de Luis de Góngora.
Entonces recordé que ella fue la causa de mi primer plagio poético:
Con saña de sol, el sano peregrino,
vio entre oscuros armiños
la beldad que hirió su seno.
“Por donde quiera que vaya
sé que muero,
y pagaré con errar
y morir es lo que quiero”.
En clase, le mostré a ella el poema en mi cuaderno con tan mala fortuna que el profesor de español lo vio primero.
–¿Qué tenemos aquí? –dijo el guazón. Y lo leyó para todos.
Estoy viendo en las redes esa foto y me cuesta aceptar lo terrible que es la palabra “poesía”.
¿En qué estaba pensando?
Definitivamente, viene cargada de muchas porquerías.
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