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EVOLUCIÓN DE LA POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LAS MARAS DE HONDURAS: LA ESCRITURA DE LA CRUELDAD SOBRE SU CUERPO




Por Jorge Martínez Mejía



La lógica del poder tradicionalmente se ha percibido de una manera jerárquica. A nuestro entender, la estructura jerárquica del poder en la mara es una representación fidedigna de la estructura jerárquica del poder colonial, pero que debe ser estudiado en detalle para observar cómo opera. 

Siguiendo a Michel Foucault, las técnicas de gobierno capitalista no se encuentran en las instituciones del Estado, ni en el Congreso, ni en la Corte Suprema, ni en el Ejecutivo, el verdadero gobierno se ejerce en el crimen de la calle, en la desinformación de los medios, en las iglesias y en las universidades. Estas técnicas de gobierno capitalista, con su retórica de la modernidad, cruzan a todas las estructuras sociales y las habitan, logrando reproducir patrones idénticos al patrón colonial impuesto desde el choque de civilizaciones a partir de 1492.

Las maras y las pandillas juveniles responden a un diseño masculino.

Algunas mujeres se involucran directamente con las maras y su ingreso implica la entrada a un mundo diseñado por los hombres con todo su lastre colonial patriarcal y racista. Pero el ciclo de la violencia no inicia con su ingreso en la mara, de igual modo que la violencia no inicia con la mara. Otras, en cambio, permanecen al margen, sin involucrarse en la vida de la mara, pero sin desprender los lazos afectivos que las unen con los hombres de las maras.

Originalmente, el ingreso de la mujer en la mara estaba marcado por lazos afectivos con hombres de la mara, hermano, novio, pareja, y se producía entonces el tradicional ritual iniciático, sin embargo, construida sobre la base de la aceptación de pertenencia al grupo, y representada en el ritual de iniciación o en el castigo, la opción de la paliza, más allá de la intención de humillar o degradar al objeto per se, se orienta a la integración, es decir, a la sujeción para la seguridad del colectivo.

La paliza es un signo de la selección de la mujer nuevo miembro, los rasgos son fuerza, capacidad de resistencia, sacrificio del interés propio por el de la mara. La aceptación del castigo violento es la aceptación de la sujeción a la mara. La lealtad o fidelidad a la mara se define en este contrato inicial. Al aceptar la condición de súbdito, los cuerpos de los mareros, todos por igual, aportan en la construcción del poder unitario de la mara.

En primera instancia, el rol de la mujer es similar al de los demás: servir al poder del colectivo. No obstante, sus características normales de feminidad serán utilizadas como atributos de camuflaje en la sociedad en general o en las tareas específicas que se le encomienden y ensanchará otras de tipo masculino requeridas por la mara. Hacia adentro del territorio de la mara, en su subjetividad sostenida en este crudo pensamiento colonial, la mujer se centra en sus rasgos femeninos y estos no son preferidos, pues a mayor femineidad, menor masculinidad, es decir, potencial de fuerza. Sin embargo, al aceptar la paliza, la mujer es vista con menores rasgos de femineidad y mayores rasgos de masculinidad, su aceptación es más conveniente y su imagen frente al colectivo mejor posicionada.

En Centroamérica, varios estudios sobre el rol de género en las “maras” examinan la poca valía del papel de la mujer en la mara, y sin embargo crucial para sostener su economía y seguridad de trasiego de información y drogas. Un doble papel: el rol tradicional y nuevas funciones y tareas asociadas a los hombres, perpetrar y resistir violencia, ser “duras” sin dejar el cuidado doméstico. Nuevos “usos del rol femenino” que implican la androgenización y la mimetización para el crimen. Cuidar a los hombres, los niños y los enfermos. Son objeto sexual, espías, “mulas” de la droga, camufladoras de armas; en fin, uno de los mejores activos para la sostenibilidad y crecimiento de la mara anclada en el crimen. 

El rol de la mujer en la mara evoluciona rápidamente, pero esta evolución está sellada con una escritura que cada día incrementa la crueldad sobre su cuerpo. Reflexionar y analizar sobre la evolución del papel actual de la mujer en la mara, asociando los signos de la crueldad observados sobre su cuerpo es mi propósito al hacer este análisis. 



 CONTEXTO DE LA VIOLENCIA EN HONDURAS


Imagen de: https://www.elmundo.es/america/2010/09/08/noticias/1283972701.html


Violencia, crimen organizado y el Estado de Honduras

En los últimos años ha habido un vertiginoso ascenso del narcotráfico en Honduras, hasta alcanzar las cúpulas que controlan el poder del Estado. Según distintas fuentes, entre ellas el New York Times, los lazos del crimen organizado en Honduras conectan de manera directa con la familia presidencial. El año 2016, Santos Rodríguez, capitán de las Fuerzas Armadas, denunció públicamente que el hermano del presidente de la república Juan Orlando Hernández, Antonio “Tony” Hernández estaba vinculado con una estructura de narcotraficantes. Dos años después se da la acusación en Estados Unidos y se le vincula con el tráfico de cocaína y armas. Un alcalde de San Pedro Sula, segunda ciudad en importancia del país, Armando calidonio, ha sido denunciado por ser parte del narcotráfico de la Banda criminal “los cachiros”, actualmente presos en Estados Unidos. Henry Osorto Canales, ex general de la policía, aseguró que ministros, fiscales y cúpula policial y militar fueron los principales cómplices de Antonio “Tony” Hernández hermano del presidente de la república en el trasiego de drogas hacia los Estados Unidos.

Henry Osorto Canales afirma que quienes protegen a los carteles de la droga son los políticos cercanos a casa presidencial entonces surge la pregunta si Honduras es un narco estado. El crimen organizado ha financiado las campañas políticas de diferentes partidos políticos, eso está debidamente evidenciado a través de diferentes denuncias y pruebas. Pero ¿por qué no hay investigaciones sobre los narcotraficantes políticos que dirigen en la actualidad al Estado de Honduras? sin embargo han sido reclamados por la justicia de los Estados Unidos. Todo indica que las instituciones del Estado han sido permeadas por el dinero del narcotráfico y todo indica que Honduras si aún no es un narco estado, está pronto a convertirse en uno. 

Durante el año 2015, el Observatorio de la Violencia1 registra una tasa de homicidios de 60 puntos, traducidos en un total de 5,146 víctimas, y representa una disminución de ocho puntos en la tasa en relación con el 2014. En promedio 429 homicidios al mes y 14 víctimas diarias. Los departamentos de Francisco Morazán, Cortés y Yoro se mantienen como principales territorios afectados. Al igual que las armas de fuego como principal instrumento de lesión en el 77% de los hechos. Así miso, la fuente universitaria registra un total de 18,450 víctimas de lesiones de causa externa (5,252 más que el año 2014, entre las víctimas se cuentan las personas de ambos sexos por violencia interpersonal, las niñas y mujeres sobrevivientes de violencia sexual, mujeres víctimas de violencia doméstica, y niñez maltratada.

El año 2016 persistieron varios de los problemas que se han venido identificando desde hace ocho años. De acuerdo con el Observatorio de la Violencia2 en el primer semestre del año la tasa parcial de homicidios reportada entre enero y junio fue de 29.4 puntos, traducidos en un total de 2,568 víctimas. En promedio 428 homicidios al mes y 14 víctimas diarias manteniéndose la tendencia del 2015, reduciéndose la tasa en un (1) punto. Atlántida, Cortés, Francisco Morazán, y Yoro se mantienen como principales territorios afectados. Al igual que las armas de fuego como principal instrumento de lesión en el 75.7% de los hechos. Las lesiones de causa externa registraron a mitad del año un total de 9,771 víctimas, entre las víctimas se cuentan las personas de ambos sexos por violencia interpersonal, las niñas y mujeres sobrevivientes de violencia sexual, mujeres víctimas de violencia doméstica, y niñez maltratada. 

Un homicidio en particular nuevamente hace cuestionar la situación de seguridad ciudadana, se trata del caso de Berta Cáceres3, fundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH). Berta Cáceres era una mujer indígena Lenca y una de las defensoras de derechos humanos más conocidas en Honduras quien, desde hace 20 años, había defendido el territorio y los derechos del pueblo Lenca. Con el COPINH organizó importantes campañas contra los megaproyectos que violaban los derechos ambientales y a la tierra de las comunidades originarias lencas. Berta se enfrentó  –y a menudo derrotó– a madereros ilegales, dueños de las plantaciones, corporaciones multinacionales y proyectos de represas que cortaban los suministros de alimentos y agua a las comunidades indígenas. Fue galardonada con el premio Goldman, un importante reconocimiento global a los defensores del medio ambiente. Mientras que en su propio país fue criminalizada por su incansable lucha en defensa de los pueblos originarios y sus territorios ancestrales, afuera fue muy reconocido su esfuerzo. Su caso ha sido motivo de fuertes presiones externas para la institucionalidad hondureña que aún no ha podido reducir la brecha de impunidad en este caso.

La relación entre corrupción, inseguridad, pobreza y migración

La conjunción de estos tres fenómenos constituye un detonante inmediato de la migración como fenómeno social que expresa un cuestionamiento político económico y ético a los dirigentes de un país que los expulsa con violencia y que les obliga a huir de condiciones adversas que le impiden su desarrollo individual y familiar. Se van huyéndole a la pobreza y la inseguridad potenciadas por la corrupción; se van huyéndole a un país gobernado por políticos corruptos que se desentendieron de su condición de servidores públicos y que se olvidaron de la importancia de generar condiciones para superar la pobreza, asegurar el Estado de derecho y crear las condiciones para la reducción de la desigualdad económica y social4.

La evolución de las pandillas

Las pandillas más conocidas en Honduras como “maras”, han evolucionado. Desde los grupos juveniles iniciales han ido mutando, ya sea por efecto del contexto o por la necesidad de sobrevivencia. Los golpes que han recibido desde el año 2002: 14 jóvenes masacrados; en el 2003, 3 masacres, con 89 víctimas; en el 2004, 9 masacres con 40 jóvenes ejecutados extrajudicialmente; aparte, 125 fueron asesinados en centros penales; y 107 fueron masacrados en el Centro Penal de San Pedro Sula. Según Casa Alianza, de 2002 a 2006, 1976 jóvenes murieron violentamente o en ejecuciones arbitrarias cuando sendas masacres se escenificaron en dos de las cárceles de las más importantes ciudades de la costa norte hondureña, la persecución selectiva, la criminalización judicial de su existencia, el asedio y eliminación por los grupos paramilitares protegidos o no por el estado, la confrontación mutua; en fin, las maras en Honduras constituyen el fenómeno social que mayor cambio parece haber experimentado.

Su definición original refiere que: “se trata de agrupaciones formadas mayoritariamente por jóvenes, quienes comparten una identidad social que se refleja principalmente en su nombre. Tradicionalmente, eran jóvenes que vivían en la misma comunidad, donde crecieron juntos, que se unieron y establecieron una cuadrilla para defenderse ellos mismos contra los jóvenes de otras comunidades. Por ende, la pandilla inicialmente consistía en una sola agrupación juvenil al nivel de colonia o barrio. Sin embargo, recientemente algunas se han convertido en conjuntos que trascienden los límites entre lo local, lo nacional y lo internacional. Esas pandillas forman redes trasnacionales de grupos que se establecen como clikas al nivel local, unidas bajo un mismo nombre. Esas clikas comparten ciertas normas, reglas y relaciones más o menos jerárquicas y se encuentran dispersas en un espacio trasnacional. Las pandillas locales tradicionales y clikas de las trasnacionales están integradas por jóvenes que comparten una identidad grupal, interactúan a menudo entre ellos y se ven implicados con cierta frecuencia en actividades ilegales. Su identidad social compartida se expresa mediante símbolos y/o gestos (tatuajes, graffiti, señas manuales, etc.), además de reclamar control sobre ciertos asuntos, a menudo, territorios o mercados económicos”5.

A las pandillas que se definen a partir de elementos de diferenciación e identidad étnico-cultural, pero que también incorporan modalidades de operación de las bandas criminales, sin llegar a confundirse con estas, se les conoce en la sociología como grupos “subculturales”.6 

Las “maras” se desarrollaron principalmente en el llamado Triángulo Norte centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador), siendo integradas por miles de jóvenes deportados desde Los Ángeles, California, donde asimilaron su cultura pandillera mientras estuvieron ahí. Nicaragua fue la excepción porque su patrón migratorio se orienta principalmente hacia Costa Rica y hacia Miami, donde no tuvieron contacto con aquellos grupos; inclusive este tipo de pandilla fue rechazada por los jóvenes nicaragüenses, por lo cual las pandillas nicas son predominantemente de tipo primario.7

Sin embargo, su mutación y capacidad de camuflaje social para invisibilizarse solo puede parangonarse con su capacidad para perfeccionar su organización y funcionamiento. Su rasgo inicial de territorialidad ya no la define.

Según Guadalupe Ruela, director de Casa Alianza: “Ahora las pandillas son grupos más cerrados. Las maras y pandillas ya no están interesadas en aumentar su membresía para pelear territorio con la otra pandilla. Más que defender un territorio geográfico defienden al grupo y sus actividades criminales. Lo que priva, en todo caso, es el control del negocio y el territorio supeditado a éste. Sostienen la empresa criminal con actividades homicidas. actividad delictiva, relacionada con el cobro de impuesto de guerra territorial conocido como “peaje”, se transformó en la más rentable de las empresas en Honduras, la extorción directa de distintos rubros de la economía, desde el transporte, el comercio, el narcotráfico, el secuestro exprés y el sicariato.

Según Oscar Estrada, la mara cambió “el territorio” por “la plaza”: “La plaza, en la jerga del narcotráfico, es la zona en la que manda determinado capo, constituye el espacio y la clientela de la droga, o las rutas que manejan para la extorsión. Es un espacio tanto territorial como simbólico. La mara MS-13 llama a el conjunto de plazas que componen sus ingresos, «La Empresa», según reporte de inteligencia en la Operación Avalancha”8.

En la medida en que su actividad delictiva obtiene mayores ingresos, su capacidad operativa se especializa, refina y alcanza distintas esferas de los grupos de poder fáctico. Ya no se puede pensar en la “mara” como en un grupo de jóvenes que deambulan por las calles polvorientas con sus cuerpos tatuados bailando al son de los programas radiales de moda. Su complejidad orgánica está instalada en la banca, el comercio, la policía y la política. No son pocos los casos en que los administradores de las finanzas de los grupos de maras, han sido reconocidos políticos municipales u oficiales de policía.

De acuerdo a medios de comunicación nacionales e internacionales, el nivel de influencia de las maras en la vida política, al menos en los casos de El Salvador y Honduras, ha sido significativo en los últimos años, ya sea por el control de importantes territorios urbanos, por el financiamiento de políticos, o por su capacidad de incidencia directa en los procesos electorales en los que operan amenazando a los electores para beneficiar a los políticos con quienes mantienen acuerdos.

El pandillero (marero) ha mutado y produce una variedad de actividades relacionadas con los principales rubros del crimen organizado, especialmente extorsión y narcotráfico. Según InSight Crime y La Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ)9 solo la extorsión del transporte importa a la mara 2,5 millones de dólares al año.

La extorsión consiste en el acoso a los negocios locales a cambio de protección. Mantienen un férreo control sobre los territorios urbanos mediante implacables mensajes de terror. De ahí la variedad de funciones de una estructura sostenida en míseros salarios para los miembros de menor rango con máximos riesgos. El marero hace de mula del traficante, transporta y distribuye, vigila y protege las rutas de la droga y, casi al mismo tiempo, se transforma en herramienta de muerte, en sicario, en asesino a sueldo. Al desempeñar este papel, la pandilla se consolida como grupo instrumental, aunque ello no supone la pérdida de su autonomía operativa. Su consolidación en un territorio determinado le permite la autonomía, independencia y fuerza para negociar su rol frente al crimen organizado, particularmente el narcotráfico.

La extorsión es un lucrativo negocio ilícito que genera millonarias ganancias, del que se beneficiarían principalmente pandilleros, según la prensa. El delito no solo afecta a los estratos de clase media y altos sino también a los pobres, como los locatarios de mercados, transporte público, pequeños y medianos comerciantes, entre otros. Pero también habría que decir que todas las encuestas de victimización consultadas (ERIC, 2010-2013; Le Vote, 2010-2013; Borge y Asociados, 2012; y IUDPAS-UNAH, 2015) asignan a la extorsión un lugar muy secundario o terciario en frecuencia de delitos. Esta afirmación no coincide con la propalada generalmente en los medios de comunicación en los cuales se enfatiza que las extorsiones son un tipo de delito muy frecuente de los pandilleros, tal vez porque se confunde con el chantaje bajo amenaza, que no implica pago monetario. En el caso de la más reciente encuesta (IUDPAS-UNAH, 2015)34 la extorsión apenas concitó el 3.3% de las respuestas de las consultadas-os.

La fluidez constante del dinero de la extorsión y del control de las plazas para el narcomenudeo le ha permitido a la mara desarrollar habilidades y competencias más complejas, como la corporativización y un funcionamiento sofisticado, lo mismo capacidad de relaciones con distintas esferas del poder económico y político del país.

Sin embargo, si en Honduras las maras han representado el punto de mayor interés por su vinculación con la violencia, es importante señalar que el estado de Honduras también se ha visto involucrado en vergonzosos actos de violencia dirigida contra su misma población ciudadana. Por ello cabe preguntarse junto a la politóloga británica: Jenny Pearce: "¿Cómo podemos decir que un acto de violencia ejecutado por el Estado es legítimo en contraste con un acto de violencia en una pandilla, que también es horrible? Ninguno es legítimo”.

No obstante, cuando la ley reconoce un hecho violento atentatorio contra los derechos humanos, la respuesta del Estado no siempre es proporcional a la gravedad del hecho. Por ejemplo, las víctimas y sus familias de la masacre en la cárcel de San Pedro Sula en 2004, recibieron una indemnización de diez mil Lempiras, aproximadamente cuatrocientos dólares, por sus parientes que murieron calcinados en un acto que evidenció premeditación y alevosía. O los centenares de desaparecidos de la década de los ochenta, todos, hombres y mujeres líderes de organizaciones populares. Cuando existen informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que investigó el hecho y se comprobó la participación de autoridades y fuerzas de seguridad, en un claro ejemplo de violencia estructural desde el Estado. La violencia no nace con la mara, la violencia viene desde más atrás, desde antes del fenómeno de maras y pandillas y hay que rastrear sus causas en los orígenes, porque la mara misma es el resultado de un proceso violento de guerras fratricidas en el que la deshumanización es la nota más evidente.

La mujer hondureña y el entorno cultural




En Honduras, las niñas y las mujeres adquieren y desarrollan sus roles en el marco de unas prácticas familiares con carácter matricial dentro de la cultura. Los roles de género llegan a constituir dispositivos, esto es, según Foucault, un conjunto de prácticas que responden a una necesidad urgente. Los roles de género dentro de la familia funcionan como dispositivos que controlan y organizan las fuerzas, orientan las relaciones hacia una u otra dirección. En el caso de las mujeres, los roles que le son asignados tienen un caracter dominante que las somete y las bloquea. El rol del género, en el caso de la mujer, establece sus límites y sus condicionamientos. Se trata de posiciones inamovibles dentro de la cultura que responden a necesidades estratégicas. En la familia, madres, hermanas, esposas, hijas, tienen un lugar asignado por la cultura. Unas tareas que realizar, un camino que recorrer, unas responsabilidades que cumplir. Las mujeres son las cuidadoras, son las ayudantas de sus madres hasta el día en que ellas mismas se convierten en madres. Cuidan la casa desde que pueden ponerse en pie. Cuidan a sus hermanos/as y su lugar asignado es la cocina. Bajo el techo de la casa o fuera de este, las niñas tienen una función que cumplir según el rol que les ha estipulado la cultura por el hecho de ser mujeres. En cambio los niños, dentro del mecanismo cultural, ocupan el rol del paladín, el sostén y la dirección de la casa le ha sido asignada desde antes de nacer. Deben salir y encontrar dinero para llevar a la casa. No obstante, no se trata de fronteras infranqueables. 

Muchas niñas hondureñas son empujadas a salir a la calle a buscar dinero para contribuir con los gastos de la alimentación. Cuando en las familias no hay varones, a las niñas les toca cubrir el rol de sustentadoras. La frecuencia de estos casos aumenta en los casos de familias de madres solteras donde la figura paterna no existe. La niña inicia su rol en las tareas domésticas como la limpieza y el orden de la casa. Arreglar las camas, barrer, recoger la basura, lavar, tender y recoger la ropa. Organizar la cocina y cuidar los alimentos. También le es asignada la tarea de cuidarse, limpiarse y vestirse siempre limpia, cuidar su apariencia y sus modales. Las niñas hijas de madres solteras son más vulnerables cuando quedan solas cuidando sus casas o cuando les toca salir lejos a realizar mandados para conseguir el sustento de la familia.


La familia, la cultura y las maras

La mayoría de las familias matriarcales hondureñas no son precisamente unidades sociales en las que las mujeres tienen o expresan un liderazgo político, se trata de núcleos humanos en los que la mujer es responsable de la gestión y crianza de los hijos sin el apoyo del padre de estos, de su pareja. Esta circunstancia en la que las mujeres se ven solas frente a sus desafíos tiende a reproducirse como modelo cultural. Las niñas reproducen o repiten estas prácticas. “En el país hay más de 1.9 millones de hogares, de los cuales aproximadamente el 33.6% es liderado por la mujer, esto quiere decir que unas 669,360 hondureñas son jefas de hogar”. Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Julio 2017. La apobreza se reproduce continuamente en la multiplicación de estos patrones. Se trata de una herencia. Las niñas dejan sus hogares a temprana edad, salen para sacudirse la inequidad dentro de la familia solo para reproducir el mismo patrón cultural. Ellas también se convierten en el reflejo de sus madres solteras. 

El rol de cuidadoras nunca se termina. Cuando sus hijos crecen y se ven involucrados en problemas de maras o delictivos, hasta cuando caen a la cárcel, sus madres los siguen cuidando. Los visitan, cuidan a sus nietos, etc. 

En un ambiente marcado por la pobreza, la violencia y la presencia de maras, las niñas terminan involucradas en ellas como resultado de todas las opciones disponibles. Sus parientes, sus amistades, en fin, todos los hilos de sus relaciones sociales se conjuntan en el poder social de la mara. No se trata de posibilidades de elección, así como los roles de género se encuentran en la familia como un dispositivo dominante, también la mara se eencuentra en un círculo social más amplio como un dispositivo de poder dominante del cual se hace dificil escapar. 

Es un ambiente de precariedad en el que los padres y las madres son asignados culturalmente para la protección de los niños, y su gran desafío consiste en que sus hijos no lleguen a pertenecer a la mara, pero cuando las relaciones entre los padres se vuelven negativas o entre padres, madres e hijos o hijas, el camino hacia la mara es el más próximo. Padres y madres se ven enfrentados a guardar aperos o armas de maras vía extorsión y aun cuando únicamente procuraban la protección de sus hijos(as), de pronto se ven en la encrucijada de enfrentar a la mara y dejar a los hijos a su merced, o colaborar y ofrecer lo único que queda, dar el todo por el todo. No se trata de una elección porque no hay opción. Estar o no estar, ser o no ser de la mara, morir o vivir, son las únicas opciones posibles. 

Los jóvenes, hombres o mujeres que han ingresado al círculo de la mara y posteriormente ingresan a los círculos del crimen en las cárceles, solo han dado un paso más en la misma dirección de la violencia que nace en el círculo de la familia. La cárcel donde permanecen  en hacinamiento es una prolongación del barrio, son los mismos jóvenes, hombres y mujeres de los barrios marginados los que se entrecruzan. Solo han cruzado el umbral en que el Estado cumple su misión de gendarme. 

Una mujer llega a integrar la mara porque ésta, la mara, representa la seguridad vital para ella o para su familia, es preferible estar dentro que en la margen. La mara también es una de las formas representativas del poder. A través de ese poder se puede apoyar a la madre o al padre, en la efímera posibilidades que ofrece la marginalidad. Cuando la violencia es parte integral de la vida cotidiana, la mara solo es una de las maneras más poderosas de su representación. Consecuentemente, la mara se percibe como un refugio ante la violencia doméstica. 

Es la cultura de la violencia, es la violencia que parte desde el círculo de la familia en el que se construyen los dispositivos de dominación que constituyen el núcleo de la violencia y que obtiene patente de corso en otros círculos sociales como las maras.



La mujer en el círculo de la mara

La mujer sabe de la inequidad en la que vive, entiende la supeditación de género a la que es sometida en el círculo de la familia. Huye de ella, busca alternativas. Una de esas alternativas en la costa norte hondureña con mayor significación ha sido la industria maquiladora. Espacios industriales favorecidos por el modelo neoliberal que prefiere la contratación de mujeres para pagar salarios inferiores a los que podrían pagar a los hombres.

Se trata de una visión económica de explotación al máximo del recurso humano. La mujer dejó aparentemente el rol tradicional en una trampa en la que, ejerciendo las labores fuera del hogar tradicionalmente asignadas por la cultura a los hombres, se le consignó el mismo grado de inferioridad con el que tradicionalmente ha sido tratada.

En la mara ha sido el mismo caso. La mujer ha sido nuevamente embaucada. Siguen jugando los mimos roles secundarios; esto es, que no pueden tener cargos de liderazgo superior, y rara vez pueden ser miembros plenos de la mara, pese a que en la calle muchas pandilleras se ganan el respeto de sus camaradas por sus muestras de osadía y valor. Siempre están relegadas a tareas de apoyo, servidumbre, en roles secundarios de los operativos, como ser carnadas, cobrar extorsiones, o simplemente a ser compañeras sentimentales de los hommies, en cuyo caso son respetadas, pero no por ello consideradas miembras de la mara, ya que este es una posición que les está vedada. (En alguna discusión de expertos sobre este tema, se ha mencionado que esto se va modificando, y se han observado algunas excepciones en que mujeres tienen cargos de poder al interior de la mara).

Si hay un rasgo relevante de las mutaciones recientes de la mara en los últimos años, ha sido la de acceder y buscar la contribución de las mujeres en las tareas de la organización, sin embargo, siempre en un papel accesorio en la toma de decisiones10.

El “uso” de la mujer en la mara no permite que esta se tatúe. Sirve como mula para trasladar la droga, porque esconde en su “aire de dosmesticidad” el estigma del hombre en la mara. Los hombres de la mara no venden droga. Esa función pasó a realizarla la mujer. Al igual que en la fábrica maquiladora la mujer pasó a cumplir funciones tradicionalmente asignadas a los hombres, en la mara la mujer pasó a correr los riesgos más graves por un beneficio inferior al de los hombres. Si en la fábrica maquiladora las mujeres representan una jugosa plusvalía, en la mara representan la más valiosa “herramienta” económica. Los hombres tienen asignaciones especiales para cuidarlas mientras no fallen en su tarea a la que no pueden renunciar de ninguna manera. 

Los hombres de la mara se han especializado en el asesinato cada vez más frío. Se han convertido en constructores del código de la violencia. La gradación de la violencia va desde el aleccionamiento para cuidar la plaza y mantener la sumisión de la mujer para que cumpla con la nueva función asignada implica la construcción de mensajes cada vez más brutales, desalmados o feroces contra sus cuerpos femeninos.


https://www.nytimes.com/es/2019/05/04/espanol/america-latina/honduras-mara-salvatrucha-violencia.html

Son además las relacionadoras públicas de la pandilla. Sirven de mediadora entre las comunidades y las maras, enlace para la comunicación entre la clica del barrio con los líderes en la cárcel, encargadas del resguardo de las armas y la administración de la venta de drogas. Son las que llevan a cabo el contrabando de mercancías ilícitas en las prisiones, sirven de agentes de inteligencia para obtener información sobre las bandas rivales y portar armas en espacios públicos o se encargan de dar el seguimiento de víctimas para secuestros. De ahí el nuevo rol de la mujer en la mara y su evolución actual. Distintos estudios posicionan en la actualidad a la mujer como el activo más importante y se llega a la interrogación de que tal vez este sea el factor clave para el incremento de la crueldad de la violencia contra sus cuerpos.

Nuevas formas de territorialidad y autoridad: El cuerpo de las mujeres.

En el estudio La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Rita Segato nos presenta una hipótesis respecto del problema: “La violencia expresiva. A diferencia de la “violencia instrumental”, necesaria en la búsqueda de un cierto fin, la violencia expresiva engloba y concierne a unas relaciones determinadas y comprensibles entre los cuerpos, entre las personas, entre las fuerzas sociales de un territorio. Es una violencia que produce reglas implícitas, a través de las cuales circulan consignas de poder (no legales, no evidentes, pero sí efectivas).

En la evolución de las maras y del rol de la mujer en ellas, se esconde un mensaje invisible que se escribe sobre el cuerpo de las mujeres con lujo de crueldad.

¿En Honduras, está asociado el incremento de la participación de la mujer en la mara al incremento de la crueldad contra sus cuerpos? Este es el problema que concentra el interés de este estudio. ¿Qué otras formas de construcción de autoridad y de territorio, definitivamente ya no bajo monopolio del Estado, emergen en este momento en Honduras? Explicar no alcanza, tampoco tranquiliza. Hay que buscar otra función a la palabra y a la interpretación de los signos para remapear nuestro presente.

El New York Time publicó un artículo de Sonia Nazario sobre el asesinato de Sherill Yubissa Hernández Mancía titulado: ‘Es como si siempre hubiera alguien que quisiera matarte’: los feminicidios en Honduras en el que se explica la causa por las qué las mujeres centroamericanas están huyendo hacia el norte.

“Yubissa Hernández Mancía tenía 28 años y era funcionaria de la Agencia Técnica de Investigación Criminal (ATIC), el órgano que se encarga de investigar los asesinatos de mujeres. Ella tenía una relación amorosa con Wilfredo García, quien era director de la oficina de la ATIC en San Pedro Sula, la segunda ciudad más grande de Honduras. Según personas involucradas en el caso, Hernández llegó a sospechar que su amante, quien además está casado con la hermana de un líder de la MS-13 —la pandilla más grande del país—, ayudaba a los criminales en vez de trabajar para acabar con el grupo delictivo”.

La ruta del artículo, que no tuvo resonancia en el país, se orienta a la ilustración de la saña de los femicidios en Honduras, a la que describe como “uno de los lugares más peligrosos para ser mujer”. Afirma que Honduras ha sido clasificado entre los cinco primeros países más mortíferos, solo debajo de El Salvador y Siria. Indica que el año 2017 fueron asesinadas 380 mujeres. “La cantidad de mujeres “desaparecidas” sigue en aumento”, sentencia Sonia Nazario en el artículo.

Ya hemos señalado anteriormente que las mujeres integran las maras en Honduras porque las maras ya se han “normalizado en la cultura, que constituyen una de las vías disponibles para la sobrevivencia. También hemos señalado que el papel de las mujeres en la mara ha evolucionado desde accesorio sexual de segunda categoría a al activo más importante

para el sostenimiento de la economía pandilleril, que ese es su papel en la actualidad. También hemos señalado que la economía formal, la industria maquiladora funciona bajo el mismo esquema y visión de explotar al máximo el cuerpo de las mujeres pagándole salarios más bajos para obtener mayor plusvalía. Que esta discriminación de género se encuentra en la familia y en la mara.

Finalmente hemos observado, mediante el artículo del New York Times que la cantidad de mujeres desaparecidas, especialmente en la ciudad de Choloma, sigue en aumento.

El mismo artículo cita al Observatorio de la violencia que señala que: En 2017, un 41 por ciento de las mujeres y niñas asesinadas en Honduras presentaron signos de mutilación, desfiguramiento y una crueldad que sobrepasaba lo necesario para quitarles la vida. Finalmente indica que El sadismo es el punto. Envía el mensaje —a otras mujeres, a los hombres rivales— de que el asesino es omnipotente y que nunca se le debe tomar a la ligera.


Rita Segato señala que:

“El poder soberano no se afirma si no es capaz de sembrar el terror. Se dirige con esto a los otros hombres de la comarca, a los tutores o responsables de la víctima en su círculo doméstico y a quienes son responsables de su protección como representantes del Estado; les habla a los hombres de las otras fratrías amigas y enemigas para demostrar los recursos de todo tipo con que cuenta y la vitalidad de su red de sustentación; le confirma a sus aliados y socios en los negocios que la comunión y la lealtad de grupo continúa incólume. Les dice que su control sobre el territorio es total, que su red de alianzas es cohesiva y confiable, y que sus recursos y contactos son ilimitados”11.

En el caso de la violencia marcada contra las mujeres en Honduras se trata de un remozamiento de los viejos patrones coloniales que siempre ha estado ahí, en la, casa, invisible, definiendo los roles de género, impulsando las lágrimas femeninas y los golpes machistas. La misoginia oculta en el desprecio de la inequidad que sumerge a las niñas como cuidadoras de otros y de su apariencia, en la sensación de vulnerabilidad de sus pasos y en la necesidad de protección de un hermano mayor y de un padre ausente.

Una colonialidad misógina que profundiza en la mujer la idea de que su libertad depende de un hombre, de igual modo que la comunidad acepta la supremacía violenta del hombre y culpa a la víctima femenina de la propia violencia de la que es víctima.

La escritura del femicidio en Honduras está hecha sobre el lienzo de la piel de las mujeres, y su tinta representa la misma sangre de la esclavitud colonial prolongada hasta nuestros días. El cuerpo de la mujer, la piel de la mujer constituye en la actualidad el sustituto de la vieja territorialidad de las maras, sobre la piel de su territorio se llevan a cabo, con saña, las nuevas guerras de las maras, como si se tratara de espacios de viejos señores feudales al que descuartizan o rompen al antojo, solo para marcar o reescribir las viejas fronteras de lejanos poblados invadidos.

A modo de conclusión, se puede decir lo siguiente:

Las maras son un efecto de las condiciones de violencia, miseria y marginación estructural heredadas. Las principales ciudades centroamericanas ubicadas en el llamado triángulo norte de Centroamérica han visto con asombro la proliferación del fenómeno de maras sin poder producir estrategias efectivas que permitan un tratamiento adecuado de la situación de modo que puedan obtener la tranquilidad social que anhelan, pero que tampoco han tenido porque la historia reciente de sus países está marcada por una violencia de signo político que constituye la causa del mal que pretenden resolver.

Los estados de los países del triángulo norte no han dado muestras de poder controlar o resolver el fenómeno de las maras, especialmente el hondureño, y sus nefastas acciones marcadas también por los mismos signos de violencia desmedida, al contrario de lograr soluciones han pervertido y empujado a las maras a especializarse y volverse más eficaces y peligrosas no solo para sobrevivir como estructuras sino para convertirse en poderosas máquinas criminales.


El contexto descrito nos muestra a una comunidad que ha asimilado a las maras dentro de su cotidianidad cultural lo que podría permitirnos pensar que no se trata de organizaciones que puedan categorizarse como subcultura anómalas, sino como parte integrada a la misma normalización de la vida cultural de las comunidades. En esas circunstancias, la mara ha dado claras muestras de aprender y desarrollar estrategias de sobrevivencia mimetizándose en la cultura popular y a la vez una gran capacidad para filtrar las cúpulas del, poder político, económico y policial.

De manera inversa, los Estados centroamericanos del triángulo norte han hecho gala de estrategias violentas para segregar y eliminar a las maras sin lograr sus objetivos, pero también han aprovechado la circunstancia para levantar banderas políticas.

Las mujeres en las familias y las comunidades están construidas como cuidadoras y son percibidas como sujetos inferiores, para poder esquivar esa inequidad tienen que huir de sus casas con su pareja, a veces embarazadas, solo para repetir el ciclo de sus madres en la continuación del cuidado de los hombres y de sus hijos.

Las mujeres nunca han tenido posiciones de mando o liderazgo en la mara, la mara está construida con el sello patriarcal y machista heredado de la colonia y no están interesados sino en utilizar a las mujeres, sean mujeres madres, abuelas, parejas, hermanas, amigas o conocidas, siempre que signifique un activo importante para sus intereses económicos, políticos o de prestigio ante otros grupos.

No todas las mujeres que habitan una comunidad en que operan las maras se ven abismadas a ser parte de estas, las maras determinan a quien necesitan y producen de manera natural los procesos de integración de mujeres para sus fines. Tradicionalmente, en la mara las mujeres están relegadas a tareas secundarias, un papel subordinado que ha ido cambiando hasta colocarse en la posición del activo más importante para la negociación, transporte y venta de droga.

Los hombres en la mara siguen teniendo una posición de mando y realizan las tareas más despiadadas, asesinato, sicariato, tortura (con saña y frialdad) para recalcar una marca de poder territorial frente a sus adversarios o para obtener prestigio en la negociación con sus socios. El incremento en número de las mujeres en la mara, verificado en distintos estudios, no responde a su propia iniciativa e interés en ser parte de la mara o que haya una apertura dentro de esta para asimilarlas en espacios de mando, por el contrario, se trata de un repliegue de los hombres para engañar a los policías o custodios de las cárceles o a los propios enemigos enviando un emisario que pase desapercibido que garantice el éxito en sus transacciones lícitas o ilícitas.

Tanto la economía formal, industria maquiladora, como la mara, utilizan a la mujer para alcanzar ventaja económica de su explotación, ya sea explotándola por bajos salarios de muerte, o enviándola al matadero como carne de cañón en peligrosas transacciones.



La mara evolucionó cambiando la territorialidad por la plaza de control de la droga y las armas. El rol de la mujer evolucionó en la mara para garantizar los negocios de la mara. Siguiendo a Rita Segato, el cuerpo de la mujer, la piel de la mujer constituye en la actualidad el sustituto de la vieja territorialidad de las maras, sobre la piel de ese territorio femenino se llevan a cabo, con saña, los mensajes de la crueldad que un criminal de las maras envía a otro criminal, a sus socios, o a las mismas mujeres que forman parte de sus estructuras que operan al margen de la ley.

El incremento de la crueldad sobre el cuerpo de las mujeres asesinadas en Honduras representa y rememora la crueldad de los esclavistas españoles durante la conquista. Su propósito no era infligir dolor, sino paralizar de terror a los otros, especialmente a los esclavos.



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Notas:

1 Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad, Observatorio de la Violencia (2015).Boletín Anual enero-diciembre 2015. Tegucigalpa M.D.C.; Honduras, C.A.: IUDPAS-UNAH
2 Ídem.
3 La Prensa hn (2016). Matan a Berta Cáceres, líder indígena hondureña. Tegucigalpa M.D.C., Honduras, C.A.: http://www.laprensa.hn/sucesos/935868-410/ matan-a-berta-c%C3%A1ceres-l%C3%ADder- ind%C3%ADgena-hondure%C3%B1a.
4 El blindaje de la corrupción en Honduras, CEDOH, Tegucigalpa, Honduras, 2018.
Wim Savenije, “La Mara Salvatrucha y el Barrio 18 St. Fenómenos sociales transnacionales, respuestas represivas nacionales” Foreign Affairs en Español 4 (2) (2004). Véase también: A.R. Goldstein y C.R. Huff, The Gang Intervention Handbook (Champaign, Illinois: ResearchPress, 1993).
6 Ver: Arce Cortez, Tania, “Subculturas, contra-culturas, tribus urbanas y culturas juveniles;
¿homogenización o diferenciación?, Revista Argentina de Sociología, Año 6 No11-ISSN 1667-9261(2008), pp.257-271.
7 Maras y violencia. Estado del arte de las maras y pandillas en honduras Tomás Andino Mencía, abril 2016.
8 Cambios en la sombra: Mujeres, maras y pandillas ante la represión. Óscar Estrada, Julio 2017. http://library.fes.de/pdf-files/bueros/fesamcentral/14765.pdf.
9 Informe Maras y pandillas en Honduras. InSight Crime y La Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ),Tegucigalpa, 2015.
10 Cambios en la sombra: Mujeres, maras y pandillas ante la represión. Óscar Estrada Julio 2017.
11 Rita Laura Segato La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Buenos Aires, 2013.

BIBLIOGRAFÍA


Andino, Tomás.2016. Maras y violencia. Estado del arte de las maras y pandillas en honduras. Tegucigalpa. https://library.fes.de/pdf-iles/bueros/fesamcentral/12895.pdf
Interpeace (2013). Violentas y violentadas: relaciones de género en las maras Salvatrucha y Barrio 18 del Triángulo Norte de Centroamérica. Ciudad de Guatemala: Interpeace Regional Office for Latin América. 
InsightCrime. Año: 2015. Maras y Pandillas en Honduras. USAID. Tegucigalpa, M.D.C. Honduras.
Mejía, Rafael 2012. “Rasgos de personalidad de miembros activos e inactivos de mara y pandillas y su asociación con la reinserción social”. (Estudio Longitudinal desde 2006 a 2012). Universidad Católica de Honduras. San Pedro Sula, Honduras.
Programa Nacional de Prevención, Rehabilitación y Reinserción Social (PNP), 2011 Situación de Maras y Pandillas enHonduras. UNICEF, Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Editorial: ND. Tegucigalpa M.D.C. Honduras.
Segato, Laura Rita. 2013. La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Buenos Aires, Argentina.








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