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PERO NUNCA EL OTOÑO







Por Jorge Martínez Mejía







No conocí el otoño.
Vi postales,
jerseys tirados y camas arrugadas al atardecer,
pero nunca el otoño.

Caminé con miedo sobre las rocas de algún río,
de noche y con luna,
y una mano iba atada a la mía.

Fui amado
y nos besamos dentro de los taxis,
en los teatros, 
en plena representación de las obras de Rafael Murillo Selva,
en pleno aplauso, gritos y consignas;
pero nunca el otoño.

Nos reímos dentro de una cabina telefónica
inservible,
corrimos por una alameda
y cogimos sobre un escritorio
en una oficina atestada de luz,
pero nunca el otoño.

El otoño es una cosa europea
que no sabe a nada.

Yo no conocí el otoño.
Conocí la seda,
los encajes parisinos
la porcelana china,
pero nunca el otoño.

Escuché La traviata
en una cháchara de grabadora;
tuve una pipa que encontré en una casa abandonada
en Santa Bárbara, 
probé el coñac en una copa de bronce
en la casa de un cura,
pero nunca el otoño.

Caminé con Pepe Luis Quesada por una vieja playa,
la tarde en que se despidió de todos,
y nos dimos la mano y vimos el horizonte rosado de la tarde
y los chisporroteos de una enorme fogata en la que ofició como un viejo chamán,
pero nunca el otoño.

Nunca tuve el tiempo de los mercaderes 
que se pierden
regateando baratijas.

Fui el chofer de los poetas,
manejé una cucarachita negra
en la que nos empinábamos las botellas
escuchando a Pink Floyd,
pero nunca el otoño.

Nunca tuve un kit de afeitar,
y podía lucir una estúpida barba de semanas
y confiarme a mi nombre de hombre corriente,
o no tener sexo ni deseo,
ni grandes afanes,
pero nunca el otoño.

Una mañana vi su pecho desnudo 
y sus pies sobre el musgo verde,
y dije: “está más desnuda cuando amanece”,
pero nunca el otoño.

¡El mundo es delicioso sin otoño!

A veces salgo a caminar por el parque, tomo un taxi
y doy algunas vueltas.
Los otros autos se deslizan y se iluminan,
algunas ruedas chillan.

Las mujeres lucen cadenillas brillantes en sus tobillos,
y sus caderas ceñidas danzan como su pelo.

El taxi gira y se detiene.

Yo me bajo, pago, doy las gracias,
pero nunca el otoño.

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