José Luis Quesada, poeta hondureño
Por: Hernán Antonio Bermúdez
La reciente muerte de José Luis Quesada significa la desaparición de uno de los más brillantes poetas hondureños de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Tanto en el mejor libro de su primera etapa, Sombra del blanco día (1987), como en el más destacado de su último período, El hombre que regresa (2015), las palabras están vivas y fueron escritas a pulso, con la acuciosidad de un fogueado artesano.
Lo que le otorga calidad a sus poemas es la finura del estilo: esos poemarios son el resultado de una aguda sensibilidad literaria que delata, además, a un ducho ironista. En José Luis Quesada los poemas están moldeados para rendir la mayor intensidad posible y, por tanto, el deleite supremo.
Y es que cuando él reinventa lo real y hace que se convierta en literatura, la propia realidad se hace más densa -se “densifica”- merced a esa nueva dimensión paralela creada por el poeta. Así, en cierto sentido, la ficción nos hace más reales y podría incluso afirmarse que el propio país carece de identidad hasta tanto un autor como este lo revele al aludir a nuestras historias y hacer que el pasado se infiltre en el presente.
Con la obra poética de José Luis Quesada se confirma aquel viejo dicho de que solamente a través de la presión de la imaginación podemos (acaso) resistir la abrumadora presión de la realidad misma.
No cabe la menor duda de que la escritura original que Quesada alcanzó a legar a los lectores ha pasado a formar parte esencial del espinazo de la cultura hondureña y, por ello sus libros perdurarán, eso sí, lejos, muy lejos, de la cacofonía de los clichés, de las banalidades al uso.
La reciente muerte de José Luis Quesada significa la desaparición de uno de los más brillantes poetas hondureños de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Tanto en el mejor libro de su primera etapa, Sombra del blanco día (1987), como en el más destacado de su último período, El hombre que regresa (2015), las palabras están vivas y fueron escritas a pulso, con la acuciosidad de un fogueado artesano.
Lo que le otorga calidad a sus poemas es la finura del estilo: esos poemarios son el resultado de una aguda sensibilidad literaria que delata, además, a un ducho ironista. En José Luis Quesada los poemas están moldeados para rendir la mayor intensidad posible y, por tanto, el deleite supremo.
Y es que cuando él reinventa lo real y hace que se convierta en literatura, la propia realidad se hace más densa -se “densifica”- merced a esa nueva dimensión paralela creada por el poeta. Así, en cierto sentido, la ficción nos hace más reales y podría incluso afirmarse que el propio país carece de identidad hasta tanto un autor como este lo revele al aludir a nuestras historias y hacer que el pasado se infiltre en el presente.
Con la obra poética de José Luis Quesada se confirma aquel viejo dicho de que solamente a través de la presión de la imaginación podemos (acaso) resistir la abrumadora presión de la realidad misma.
No cabe la menor duda de que la escritura original que Quesada alcanzó a legar a los lectores ha pasado a formar parte esencial del espinazo de la cultura hondureña y, por ello sus libros perdurarán, eso sí, lejos, muy lejos, de la cacofonía de los clichés, de las banalidades al uso.
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