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EN MI HAMBRE MANDO YO: DIGNIDAD Y SOBERANÍA



No más golpes. Técnica: Sintético sobre fibrofácil, (Mural realizado en vivo en el reciente Encuentro Nacional de Muralismo y Arte Callejero en Mar del Plata - Argentina.) Autor: Guillermo Roura.




Rememorando el golpe de Estado y la resistencia popular en Honduras

Por Jorge Martínez Mejía

En Honduras los primeros y los últimos días del golpe de Estado ofrecían cambios trascendentales que dejaron a los hondureños en una espera infinita. Honduras inauguró el primer golpe de Estado del siglo XXI.
Los días previos al golpe de Estado, una inmensa mayoría de hondureños se preparaban para participar y realizar una consulta popular denominada Cuarta Urna, promovida por el presidente Manuel Zelaya Rosales, con miras a una Asamblea Nacional Constituyente que permitiera la realización de profundos cambios políticos en lo que se conoció como “la refundación nacional”.

Manuel Zelaya Rosales se había convertido en el principal protagonista de la política hondureña y había logrado acaudalar la simpatía de las estructuras organizativas de izquierda, la inmensa militancia liberal del partido que lo llevó al poder y, además, amplios sectores del movimiento social y la empresa privada. Su propuesta era sencilla y se sostenía en que el sistema político hondureño era obsoleto y que había que pasar de la democracia representativa a una democracia participativa, que le devolviera al soberano, al ciudadano de a pie, su poder originario de transformar el modelo económico y las arcaicas instituciones liberales.

A lo largo del siglo XX, Honduras ha servido como plataforma militar a Los Estados Unidos, como cerrojo para bloquear las iniciativas revolucionarias que avanzaron en Nicaragua y El Salvador. Calificado como un Estado esbirro, lacayo de las políticas norteamericanas y verdugo de las luchas populares que durante más de cien años han impulsado las clases obrera y campesina, con una institucionalidad fallida, marcada por la corrupción, el despilfarro, el engaño político, el tráfico de influencias, el control mediático y la desconfianza generalizada de la población; la iniciativa de realizar una consulta popular para instalar una asamblea nacional constituyente que le permitiera a la gente sentirse contenida en la política y en el Estado; levantó las alarmas, no solo de los grupos fácticos locales como Las Fuerzas Armadas, la empresa privada, los dueños de las cadenas de televisión, radio y prensa, sino también de la Embajada Norteamericana y el Departamento de Estado. Desde el más alto nivel del imperio norteamericano se diseñó la estrategia que se implementó en el concierto de los grupos de poder fáctico en el país. Era el momento propicio para un experimento de dominación utilizando los aparatos judicial y parlamentario, que después se convertiría en receta para otros países de América Latina volcados hacia el socialismo del siglo XXI.

El golpe de Estado, al contrario de desanimar a la población, la estimuló para estructurarse de manera inmediata en un Frente Nacional de Resistencia Nacional que coordinó las acciones de movilización contra el golpe, y para hacer retroceder a los militares y políticos golpistas.

La acción política de la población desenmascaró a otros actores como a la iglesia católica y evangélica, quienes arengaban diariamente a través de todos los medios a su alcance para desmoralizar la lucha. Sin embargo, la población se había apropiado ya de su soberanía y reclamaba, por primera vez en décadas, el respeto a su derecho soberano. Miles de días han transcurrido y la población hondureña se mantiene con el puño y la bandera de la soberanía patria en alto.

El cuestionamiento central de Manuel Zelaya Rosales y su propuesta de instalar una Asamblea Nacional Constituyente ha profundizado la politización de la población y los partidos políticos tradicionales se han desplomado, quedando al descubierto sus nexos con el capital financista local y transnacional. La oligarquía y sus eslabones lacayos con la embajada norteamericana se han desnudado en la abusiva apropiación del aparato del Estado.




Finalmente, la persistente presión de las organizaciones políticas populares, para alcanzar el poder del Estado, han producido un extraordinario desgaste de los aparatos políticos de la derecha, una puesta en remojo de los postulados ideológicos de la izquierda tradicional, una mayor ideologización de la sociedad y una clara polarización en todos los niveles sociales.

El aparato estatal hondureño, su conjunto de instituciones, obviamente secuestradas por las Fuerzas Armadas, se ha convertido, más que en un aparato de dominación política de la sociedad, en un refugio de criminales vinculados a distintos tipos de criminalidad. Las Fuerzas Armadas se han transfigurado en un aparato al servicio de mafias criminales de carácter regional que se han hecho con la institucionalidad del país colocando a un monigote impresentable al frente, a la espera de nuevas directrices de la "inteligencia" del Comando Sur, acampado en Palmerola, desde los tiempos de la contra revolución Nicaragüense.

El avance de la sociedad hondureña parece correr más en el campo político que en el económico. Un retroceso económico de grave impacto en las condiciones de vida de la población ha incrementado sus niveles de pobreza y ahondado la brecha de Gini.

A diferencia de lo que plantea el politólogo Juan Carlos Monedero (Los nuevos disfraces de Leviatán, 2019), relacionado con que “la ciencia y la filosofía nos construye el sentido”, pareciera que en Honduras la calle, la lucha política y el rescate del valor soberano han producido más sentido en la población que las universidades. La lucha, la calle, ha profundizado la politización y se ha incrementado la responsabilidad política de la ciudadanía que cada día reclama el derecho a participar en las decisiones políticas trascendentales. Sectores sociales como el gremio médico y el magisterio, que en el pasado únicamente se movilizaban por sus reivindicaciones particulares, en la actualidad se articulan alrededor de objetivos políticos comunes y lideran la avanzada de la lucha popular, asumiendo un rol tradicionalmente otorgado al movimiento sindical que parece haber sido borrado del mapa.


Marcha del movimiento de los indignados en Honduras, 2015.

Otra observación es que la población no ha delegado la política en manos de los financistas y los banqueros. Estos se la han apropiado y conspiran continuamente para controlar las estructuras políticas y a los ciudadanos que las dirigen. Arrebatarles el espacio de soberanía que han robado solo lo podrá lograr la ciudadanía hondureña movilizada en unidad de todos los sectores, consecuentes con su derecho soberano. Hacia ese punto se dirige el nuevo horizonte de la ciudadanía hondureña.



Marcha de los gremios de los médicos y los docentes liderando a la población hondureña en contra de la dictadura militar.





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