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BORRACHO SIN POESÍA






POR JORGE MARTÍNEZ MEJÍA




Morí al celebrar la muerte de la poesía, nací muerto. Me metí al juego del lenguaje con desventajas; era imposible salir victorioso sin saber del asunto. En la república de las letras fui forastero, no tuve autoridad. Mi bandera rebelde era la de un profeta que balbuceaba intentando romper su espacio.

Nunca procuré la elegancia, ni la agilidad académica, y supe que el viento de mi euforia me cegaría con sus pavesas. Sin embargo, descubrí a los pseudopoetas que remedan el acto creador. A los lectores que emulan ser lectores machos. Y los vi con sus aspavientos, fuera de base, sin experiencia propia, buceando en las recónditas rutas librescas, ejerciendo el ornamento, el adjetivo, para mostrar su carencia de vida, la esencia. A veces, en sutiles conversaciones, amables, rudos como un asno, recriminaban mi gesta. 

Los lectores con experiencia crítica, los escritores que llevaron la bitácora de mi efímera existencia, se embelesaron en el alegato de los protagonismos. Mi tesis fundamental no fue la cursi discusión de Gombrowicz contra los poetas, sino la de Lyotard, el lenguaje como plataforma del juego del poder. Mi atenta lectura de Foucault y la consecuencia de mi visión no llegó a la grosería de la bohemia insulsa, mucho menos perdí la lucidez, tal vez la decencia, el tufo literario. Y observé la intolerancia, el nerviosismo, la envidia y el rechazo. Fui suprimido del blog de mis amigos, exigido a retornar a “la cordura”, como si se tratara de una “actitud adolescente”. La carencia de sentido epistemológico, de sentido del humor; el prejuicio en las lecturas, el remanente del adoctrinamiento académico, el colonialismo, la actitud “intelectual”, el nihilismo eurocéntrico, la ignorancia, la petulancia, el afán de reconocimiento, el temor al olvido; en fin, el absurdo del mundo literario se me echó encima cuando sacudí el canasto de las letras. 

Suprimir lo que dije fue suprimir lo que soy.

El acto poético es íntimo. Jamás jugué más en serio como cuando proclamé la muerte de la poesía. Mi propia muerte. La afirmación del canon sin plena conciencia epistémica no tiene mayor importancia en los juegos del lenguaje, y constituye mero artificio. Ese es el meta relato de las jirafas.

Volver a la poesía con nuevos ojos, leer la poesía de todas las épocas, los grandes saltos y los pequeños pasos que dimos en la construcción de nuestro imaginario, sin ignorar el goce falso, constituye la aventura de crear derroteros en el farragoso camino de la literatura. 

Yo fui el borracho de la montaña que sepultó a los poetas.
Yo fui el borracho sin poesía.




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