Pintura de Daniel Hesidence (Ohio, 1975)
Por Jorge Martínez Mejía
A la ciudad le han nacido nuevos callejones vacíos,
puentes y túneles de cemento macizo,
árboles muertos;
le ha nacido casi un millón de cadáveres
que se pudren dos veces al día
en las más largas horas y filas del tráfico
que se hayan visto.
Le han nacido miles de perros muertos,
miles de drogadictos,
miles de oídos miedosos pegados a las puertas
clavadas en el cemento macizo;
miles de vendedores de crack,
de cocaína,
miles de bunkers subterráneos
ocultos debajo del cemento macizo.
A la ciudad le han nacido millones de piedras de colores
millones de recuerdos
millones de silencios
sepultados debajo del cemento macizo.
Le han nacido muros altísimos,
torreones de concreto
desde donde los guardias de seguridad privada
imaginan tranvías que jamás circularán
por las bellas avenidas de cemento macizo.
A la ciudad le han nacido bibliotecas que se descascaran,
libros de palabras enfermas,
museos que exhiben monumentales esqueletos
de ciudadanos vivos
acostumbrados al hambre y al suicidio.
Le han nacido calles, avenidas y bulevares
que son demolidos en el instante mismo en que el alcalde
corta la cinta inaugural;
y le han nacido millones de aplausos
en el extranjero,
reconocimientos formales,
certificados,
por la honrosa posición
de no ser la primera ciudad más violenta del mundo,
desde el año pasado.
Los casi un millón de cadáveres descalzos
bordean los matorrales,
saltan sobre las piedras fláccidas,
evaden el humus y la caca de los perros,
ansiosos por pisar las nuevas calles
y los puentes fundidos con cemento macizo.
Los retorcidos callejones están vacíos,
y los cadáveres
deambulan
por las alamedas
entran y salen por espejos de sangre;
hipnotizados por la fábrica del cemento macizo.
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