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®Cadáveres existenciales




CADÁVERES EXISTENCIALES







JORGE MARTÍNEZ MEJÍA






Somos tres millones de poetas que estamos en silencio.
Pero aclaro, somos  tres millones de poetas, no de pisto.






Un Golpe de Clavícula



Antes de volver a estar tan lejos, de verme a mí mismo tendido gris silvestre muerto o vuelto una niña de dientes pelados en el cementerio, sin otra opción que el hurto de este instante. Vamos, vamos, sigamos con el rastro de rumiar esta cosa llamada lenguaje, pulsación de los poetas muertos pulsación iluminada de Rimbaud, Baudelaire, Borges, Artaud, Fijman, Thomas, De Rokha, Girondo, Pepe LuisBulnesMerrenMichauxApollinairePizarnik, Plath, Panero, Costafreda, Ferrater, Bolaño, Bequet, Papasquiaro, Blake, Dadá, Erick Lindegren, Villon, Rene Char, Ginsberg, Catulo, Pessoa, Bosquet, Aretino, G. Trakl, Horacio, Nezahualcoyotl, Li Po, Pavese, Holderlin, Pound, Elliot, Sebastián Brant; puulso pulsso mío me traes nuevamente a los cadáveres existenciales en la hora cero maldita de Calvino lanzando su león L al infinito. No tira no escupa nada su flecha DF. En mí me sigo siendo yo mismo y nunca desaperezco no hay nada no hay ni tan solo una cinta contigo las ojeras U7 y las orejas lunas nuevas en este Sahara tropical de México uno, Honduras Cero. Pobre mujer con la que bailo a losas en el hueco que dejó el riel del Ferrocarril Nacional no se lo comentés a nadie. Soy un luciérnago y sólo este haz de luz es mi cuchilla mi navaja. Concluí. No regreso. No voy a ningún lado, poeta…




Sólo un crepitar en el párpado de Dios



No regreso, poeta, no voy a ningún lado, no regreso. Mi navaja, mi cuchillo es este haz de luz y sólo soy un luciérnago. No se lo comentés a nadie. En el hueco del riel del Ferrocarril Nacional, una mujer y yo bailamos el sonsonete a solas. Afuera Honduras uno, México cero. Un Sahara del trópico nos picó con sus zancudos entre las lunas nuevas y las ojeras de tanto sexo, uh, 7. Así, como un Calvino lanzando su flecha L, un león del sueño rugiente sólo para ver los dientes pelados de una niña. El pulso tranquilo como el de Borges, Sebastián Brant, Elliot, Pound, Holderlin, Pavese, Li Po, Nezahualcoyotl, Horacio, G. Trakl, Aretino, Bosquet, Pessoa, Catulo, Ginsberg, Rene Char, Villon, Erick Lindegren, Dadá, Blake, Papasquiaro, Bequet, Bolaño, FerraterCostafredaPaneroPlathPizarnik, Apollinaire, Michaux, MerrenBulnesPepe Luis, Girondo, De Rokha, Thomas, Fijman, Artaud, Rimbaud, Baudelaire, pero la imaginación alta, altísima, entre sus existenciales cadáveres. Toda la pulsación en su peor vulgaridad, en su atroz designio. Vamos, sigamos con el rastro de rumiar este pedazo de ascua llamada lenguaje, este instante en el que sólo hurto desde tan lejos a mí mismo, tendido en el cementerio, gris, silvestre, cansado de verme tan  lejos, poeta.




El mundo en un aeroplano




Antes de la boina quemada, de la terrible huida con una perra en brazos, en medio del aguacero, con todo el pesar de ver morir al pobre parto; mi hermano Luis supo a qué sabe la madrugada, hollinado y muerto, con el gesto sublime de la defunción. Mi hermano pequeño más alto y más pequeño cayéndose desde un aeroplano al filo de su memoria. Mi hermano con todo el grito de los andrajosos del pueblo: Sacafuego, Pijuay, Botella, Remigio, Momo, Juan el Dundo, la Rubia, Sabina; el desfile completo de los miserables acompañándonos esa madrugada con la pequeña perra en brazos. Ya no éramos poetas entonces, ya sólo quedaba el relato de la vida abriéndose paso.




Todo ha conjurado




Para que la poesía muriera nos pusimos de acuerdo y fuimos cínicos, claros,  impasibles. Conjuró nuestro aburrimiento de toda esa perorata sobre la belleza, quedamos hastiados de Octavio Paz, de su mayéutica pseudo socrática, de su abismal cerebralidad, nos cansó también Sabines, buscamos un poco de frescura y sólo había música, baladas insufribles. El cielo tenía un encanto de basurero y las ratas y su perfume salobre seguían recordándonos las calles de un Baudelaire abuelo. Para que muriera la poesía se desvaneció el torrente de Rimbaud, las alturas de Neruda, el bramido de Vallejo. Pero ya antes nuestro desdén desangraba su cólera golpeando con el muñón la pared de las ranas y su croar hecho a base de palabras incongruentes…¿Qué putas es la poesía? ¿Una larva francesa convertida en lengua de vaca? ¿Ladrillo? ¿El fustán de una vieja que hace pan casero? ¿Una piedra mítica de Grecia?  Conjuró toda esta resbalosa e insalubre caries de la palabra. Algunos confundieron el autismo de Hölderlin, se arrinconaron en los manicomios y se hartaron un mendrugo sacado del mero culo de Dios, para nada. Todo ha conjurado. Ni soy el último ni el primero, pero es menos mi albedrío cuando estoy a punto de pegarle un vergazo al cadáver de esta pobre muerta con la que me encuentro a solas.



Que no se diga que fue un acto suicida




En balde se tira todo cuanto se dice, se abre uno mismo la enorme cicatriz del pecho con el pedazo de tiza que dejó Pepe Luis mientras la luna extraseca del Grado Cero apenas alumbra. Unas pequeñas luces al fondo, en la ciudad del Caballero Industria, las hijas excomulgadas en la Primera Avenida hacen su gesto habitual. Mientras servimos el ron y conversamos sobre la trascendencia de lo intrascendente, después de la débil pira de la boina y sus chisporroteos famélicos, el croar de aves viejas; la escena final o la escena del comienzo transpira su cuota de nada. Nos hemos derramado otras veces en otros sitios, encima de una barra o un estanco de mala muerte y hemos gritado y pateado el trasero a la belleza. No nos ha hecho falta nada para el asesinato, pero la puta coletea como el brazo desmembrado de una iguana. Si estuviéramos de cabeza patearíamos el cielo o mearíamos en las nubes para que lloviera en el hocico del universo, nos sacudiríamos la bestia para pringar la línea del horizonte o nos lanzaríamos sobre el océano con todo y zapatos. Si estuviéramos de cabeza como el pendejo de Gustavo Campos, nos quedaríamos mudos para siembre, en un eterno bostezo de silencio. Tenés que venir, tenés que saltar, tenés que esforzarte para que te des cuenta que la vida es esta mierda de estar pateando traseros literarios. Tenés que venir a colocar en su sitio a ese atajo de mojigatos que repiten como el Buky la misma canción navideña. Mientras conversamos, miles de pensamientos se agolparon, y a pesar de cierta alegría que en la naturaleza misma de los poetas del Grado Cero es indistinta, un aire raro trotaba entre las hojas. La pobre boina quemada había sido encerrada en una bolsa plástica amarilla de supermercado, pocos asistieron a su muerte y talvez sólo fue una excusa para la bebiata, pero ella era de alguna manera esa parte atroz de mi existencia. Sabía exactamente el peso de esa renuncia, de ese parricidio del que nunca quiero se diga que fue un acto suicida porque sólo fue un poco de hilos, una pelusa en ovillo mordiendo el fuego que nunca tuvo mi cráneo. Tengo, y creo que los poetas del Grado Cero tenemos, la plena conciencia que a la poesía desde hace mucho tiempo la mataron los falsos, las ratas publicitarias, los marchitos blasfemos que escondieron a Cardona Bulnes e ignoraron a Merren, los que intentaron apagar la voz pusilánime y divina de las moscas.

No hemos dicho nada aún, y las cenizas están frescas, pero confieso que en algún momento el olor quemado sabía a carne de musa y de algún modo escuchamos un campanazo de lujurioso silencio. Hacer poesía no cuesta. Lo que cuesta es vivir.



Otros vendrán después a sentarse en estas bonitas sillas del café



Bueno, un sueño completamente vago, un diálogo entre poetas que beben su café con leche, sin más vértigo que el tema del día: un dromedario venido a menos que estuvo a punto de ganarse el Premio Literario. Ja ja ja ja. Cada vez que llego al café, los tres o cuatro escritores están sonrientes pero sospechosos. Siempre hay un fanfarrón, un adocenado Sabines con tres cucharaditas de Mutis y sus dos piquetitos de azúcar dietética. Se comentan antiquísimas noticias  sobre dos escritores piratas, plagiadores, que controlan el feudo de la universidad y han hecho importante fortuna vendiendo dislates. Pero se observa una lastimosa estima entre estos tres o cuatro escritores casi clandestinos. Algunos pintores llegan y se van al bosque a seguir oliendo su mierda. Un ángel pasa de lejos, mira los vehículos, se palpa un glúteo saludable y se marcha a su astro. La esmirriada música de un moroso piano espeta tres notas seguidas y veo en otra estancia una golondrina y una niña mirándose por primera vez en su espejito. No son pocas las vivencias. Mi papel hipócrita consiste en hacerme sentir tan próximo cuando en realidad estoy tan lejos. Soy un indolente laberinto por el que vago otra vez entre estos poetas que beben su café lleno de timbres de reloj, miradas furtivas y un extraño interés de conversar sobre mutilaciones artísticas, casi nunca se habla de putas que cogen, ni de asaltar nada. Todo es una parquedad pasmosa. Imagino el berrido de un chivo que, salido de la nada, salta y hace un escándalo en la más triste oficina burocrática. Papeles volando y un desfile de negros con sus tambores. Al final el grueso eructo de un joven parásito que yace echado en la cama de una meretriz en ese cuarto de hotel que bien serviría para una película de Stephen King. Aquí, en esta ciudad. Otros vendrán después a sentarse en estas bonitas sillas del café.



Bien, señor gerente, le deseamos el único mal destinado a los que usan sus gemelos de plata



Tenemos aquí una situación insalvable. Uno es la imposibilidad del arte contemporáneo de satisfacer la desazón de los Poetas del Grado Cero, y la otra es la imposibilidad de que el auditorio compuesto generalmente por lectores impotentes, amaestrados, conformes con seguir en la lectura de una estética basada en lo que hace un buen rato cuestionó Georg Lukács como una imposición de lo sublime. Lo primero podría resolverse si los Poetas del Grado Cero fueran reeducados o volvieran a leer algunas obras que tienden a formar a un ser sensible ante lo suave y musical de la vida, debilitando todos aquellos rasgos culturales que se orientan a fortalecer el hastío. Entonces el asunto se complica porque se precisa hacer desaparecer las lecturas que han producido efectos similares en otras latitudes. La otra situación, la de que los lectores obtengan en una marcha de lectura forzada cierta capacidad para el rechazo, que puedan asimilarse a sí mismo como esos personajes de Kafka tan dados a la auto conmiseración, a la autoflagelación; una especie de incapacidad política heredada de cierta dominación antropológica de corte fascista. Ya en el Primer Manifiesto de los Poetas del Grado Cero, en el Capítulo Treinta y Siete, se observa una situación de cambio de conciencia parecida, cuando un niño y un poeta realizan un viaje en tranvía y la cosmovisión es intercambiada por efecto de la velocidad del mencionado vehículo. Las consecuencias son impredecibles. La conclusión es todavía más terrible que cualquier posibilidad fantástica de transmutación. El arte es totalmente inútil para transformar a los sujetos a los que como dispositivo cultural tiene en dominio. No hay solución ante ninguna perspectiva. ¿En qué radica el problema? No hay problema alguno. Es axiomático que el arte en general ha sido inútil a través de los tiempos lo mismo que la lucha contra la imbecilidad. Si algún propósito tuvo el arte antes de ciertos conspiradores de formación filosófica filiada al Materialismo Dialéctico, este no fue la educación de nadie, mucho menos la creación de perspectiva alguna. El arte es inútil para la educación. Si un individuo es formado bajo los estrictos preceptos del arte puro es imposible que no lo encontremos posteriormente en una total, irreverente, sádica, pervertida y lamentable postración nadaista. Si el arte tiende a la contemplación y su finalidad paradójica es “realizar nuevas visiones”, es imposible que estas nuevas visiones pretendan surgir de la mojigatería. Los Poetas del Grado Cero no son personas educadas en la “normalidad” de ninguna escuela, su tendencia es hacia la irrupción, carente de sentido alguno tal vez, pero irrupción al fin. Su perfecta tendencia es hacia la salida de los callejones, no hacia los callejones sin salida. ¿Por qué habría de sorprendernos el inocente impulso de la perversión? ¿Por qué tendrían que conformarse con la trivialidad, el convencionalismo, la tradición, el canon? Cualquiera podría mal interpretar esto como un punto de vista a favor de la responsabilidad en el arte, en el sentido de que los Poetas del Grado Cero cumplen con su responsabilidad artística como hijos auténticos del arte, revolucionarios, visionarios, elegidos, llenos de una energía vital comprometida de manera mesiánica. Nada que ver. No hay responsabilidad en el arte más que la de seguir un impulso natural hacia la vaguedad. ¿La disciplina? ¿La verdad? ¿El bien? Nada de eso. Pura irresponsabilidad, puras lecturas malditas digeridas al albedrío particular de un reino consagrado a la ebriedad y al vértigo. Ruptura pero no en el sentido de Octavio Paz que encontró en la crítica la explicación permanente de toda la historia, como buen renegado del marxismo. La crítica es hija de la historia para el que ve en la historia la explicación de todo, y no todo tiene su explicación en la historia. De hecho, la historia es un discurso tan parcial como la política, su jurisdicción se concentra en los hechos y estos a su vez en la interpretación de un discurso mayor del que ya estamos cansándonos de llamar metarrelato. La historia se ha constituido en una estructura imprescindible del conocimiento, una herramienta puramente moralizadora, un representante de valores universales, un titular sagrado, una encarnación de la inteligencia y de la verdad. El que no se sostenga en la historia es un pervertido fuera de contexto, un irresponsable en el absoluto sentido del término, y todo lo que suene a irresponsable debe ser desechado. Enorme incongruencia, como si no hubiese existido Nietzsche y sus enormes esfuerzos por entender los discursos de voluntad, de placer y de poder. Como si no hubiese encontrado el principio rector en la apolínea intención del arte y el punto más bajo en la genealogía de una moralidad sostenida en lo falso, en los dioses.  Es probable que el Movimiento de los Poetas del Grado Cero sólo tenga el derecho a disentir y que sus construcciones no sean disfrutadas sino en el fastidio, en la voluntad de una jerga que pone en entredicho cierto canon literario. Es probable que el más educado de todos perciba que no es caviar, y note con exactitud cierta intención maligna, cierta desidia y una pluma programada para la inmoralidad estética. Bien, señor gerente, le deseamos el único mal destinado a los que usan sus gemelos de plata.



Réplica a los Perros Románticos con absoluta
falta de escrúpulos estéticos


A Roberto Bolaño y Mario S. Papasquiaro



Roberto Bolaño fue un poeta menor y así lo quiso. Aún cuando hubiera preferido tener una raíz profunda, la espontaneidad inconciente lo mandó al carajo. Afortunadamente se encontró en el camino y en las señales en perspectiva con un tercio de vagos sumamente francos y su lucidez revelada en la calma, siempre de la mano de un cigarrillo a medio andar, de una chenca, como diríamos, lo mantuvo en línea sin exacerbar el ánimo. Los perros románticos son esos vagos capaces de tomar tequila y echarse un puro de marihuana a mediodía en punto y lanzarse de bruces hacia las togas para desbaratar el insondable inconciente de la conquista y los conquistados. No hay ninguna posibilidad de certeza cuando se han descubierto todas las pendejadas y hechizos de un sistema con sus planos relativos. Las verdades, los mitos, las ciencias, las creencias, el sentido común, la vida, la configuración del conocimiento, la literatura, la brujería, el turbante de Calimán, las hazañas de Hermelinda Linda, la dialéctica de la necesidad, el azar, las canciones de Cornelio Reina, el Espíritu Santo, la visión cinematográfica de Mario Almada, la sonrisa de Tin-Tan en esa película en que perdió un pedazo de bigote, el exterior de los circos, las aulas de la UNAM, el Paseo del Ángel, la Masacre, la experiencia del peyote, el pachuco, el vato loco, la dictadura, la revolución traicionada, los poetas burgueses, los intelectuales amotinados, el partido de piedra, los caites, la ranchera, el chile y la torta, el poema amoroso demasiado dulce, la ponencia extremadamente académica, el viaje sin un centavo, la irrupción en la sala de los elegidos, el silbido, la gritería en el ruedo de gallos, el albur, la polvareda en un cuento de Rulfo, el surrealismo de los rezos, la madrugada sin mañana, el tiempo perdido y sobreentendido como un plano de la realidad, la mentira, el invento literario, el manifiesto pura jodedera, la noche de los caballos, el grito de los muertos, las estelas perdidas en el bosque, los poetas guerrilleros, el bullicio en la sala de Bellas Artes. Los perros románticos son las voces escapadas de un programa anárquico que aspira a la reivindicación de un Santiago y un Tlatelolco. No hay prisa para ningún perro romántico, no hay nada, ni vacío, sólo la posibilidad del día presente, del sueño presente, de la compañía fraterna y la exigencia inteligente. Poema sin grasa, magro, flaco, sin recarga de imágenes ni metáforas, ni pesimismo. El horrible relato de la realidad tiene una cara sonriente, una cara de burla, un rostro de abismo, un ¡ajúa! En lo que a mí concierne, los perros románticos no es el título de un poema de Roberto Bolaño, sino un puñado de perros enamorados de su sombra. Cualquier veleidad es perceptible como un asomo de realidad, de sistema, de plano real. Un perro romántico obtiene su carta de libertad de manera individual, piensa en todos los debates y siempre tiene un programa listo para encender el puro de marihuana o para la metamorfosis poderosa del intelectual. Un perro muerto es distinto a un perro romántico, a un pequeño poeta que cuestiona si es más importante la obra literaria que el abrazo del amigo, otro perro romántico. Ser demasiado intelectual es dejar de vivir.



El disfraz de un fragmento



Soy del Movimiento Literario Poetas del Grado Cero y me califico enemigo de la grotesca parodia literaria, flor obscena y descolorida, o más bien, demasiado colorida, azul, diría, de esa ramera sin jugo que chupan en Tegucigalpa. Pero no se trata de malquerencias, bien sabemos de sobra que no me falta cariño para repartirle a nadie, pero no es un asunto de simpatías personales o que la cara de un muchacho con vozarrón al estilo del más trasnochado Absolute Rigo, y en esto no me perdonen, yo también ando borracho y casi me ando cayendo, y me acuerdo del estribillo que siempre cantan con modorra Javier Hernández y John Connoly: “Ay Dios mío si borracho te ofendí, en la cruda me sales debiendo…”. No, no es un asunto de falta de cariño, ni es una joda sólo por joda, es un asunto serio como la literatura. Ya en aquel ensayo de 1993, “Polémica, Realismo y Poesía” manifesté mi malestar por los real socialistas o por los poetas del Realismo Militante, entre quienes detesté a José Adán Castelar por ese bodrio que tituló “Sin olvidar la humillación”, y en el que también mencioné con mucha cautela a Roberto Sosa porque no se trata, y he aquí lo de las tildes sobre las T que mencionamos en el Primer Manifiesto, de que los dimes y diretes del mercado Las Américas lleguen sólo porque es un tipo malcriado ni nada de eso…Roberto Sosa no es un  poeta “pera en dulce”, su personalidad a muchos les ha costado rupturas, enfados, pescozones, exclusiones o inclusiones; en fin, se trata de la poesía, no del poeta. ¿Estamos claros? Los advenedizos de José Adán Castelar con síntomas de ejecutivos saben lo difícil que es tener el toque sencillo de José Adán y eso es un hecho. También hay que reconocer que en los tiempos mozos la cuestión de la poesía imprime demasiadas fallas cuando no se cuenta con una formación ética consistente. Porque todos queremos ser poetas, queremos leer nuestro nombre en letras impresas en ese objeto de la fama que nos vuelve hijos de la maldita flor de Satán y no nos importan las lecturas fugaces, el aprendizaje memorístico de los nombres de esos autores raros, especialmente los que suenan a lenguas extrañas, pobres patanes, pobres ilusos adoradores de la maldita flor luminosa que nos llama llameante. Canción voraz, canción tierna que se cruza entre el sueño. Y esos poemas de Ungaretti recién conocidos a medianoche con su síntesis, con su dibujo similar a una noche en Santa Lucía o en la Ceiba con aquel pequeño ruido análogo a un paraje mediterráneo que inspira a decir lo mismo. Es similar al plagio, amigos, eso se llama plagio. Cuando no tenemos vida propia y nuestro andar discurre nada más en las vivencias de otro poeta muerto de hambre que a penas supo tener respeto por sus poemas y no los leyó con la humildad necesaria y sin la pose, porque si en algo podemos encontrarnos los poetas es en la posibilidad de la franqueza. ¡Mentira! ¡Mentira dormilones! ¡Mentira perezosos! ¿Esperan construir poesía de sus malas lecturas? ¿De dónde creen que los poetas han hecho algo nuevo si no es que han mamado la teta negra de la muerte, el veneno de la poesía? Los detesto porque en ningún poema supieron reconocer sus propias lecturas. Son ranas que hacen croack, croack. La lengua de Satán mismo los escupiría por espurios, la de Dios ni la mencionemos para no blasfemar, bien sabe él que somos ateos. Y no se trata de que no les tenga un enorme aprecio ¿Qué poeta no aprecia a los malos poetas en el fondo? ¿No tenemos acaso la sensación de querer exorcizar sus malos poemas? ¿Qué importa…? Seamos honestos, cuando nos hemos visto cara a cara, jamás les hemos dicho mentiras ni falsedades. Y no nos vayan a salir con que son dos estéticas diferentes. En lo que respecta a la poesía, estética es cuando un poema nos comunica una esencia viva. No se trata de frases al azar ni de construcciones peregrinas. Pellízquense al menos para que sepan si están vivos o es sólo la picazón de un sudor de autores sobre su piel hirsuta.  Bien, volvamos al caso. La otra cuestión resulta del mito de las dos ciudades, de la pugna sectaria en la que pretenden esconder la triste y famélica realidad de una poesía sin sustancia. Puros peñascos en los que a veces se posan en esa Tegucigalpa obscena, para que nosotros, simplemente, les desautoricemos el canto. Si en algo no vamos a fallar en este lado, es en el de intentar ese salto en el que no tenemos padre en la poesía. Y puedo mencionar mi caso, poeta sin padre ni tutor. Y pueden buscarlo, y con mucha facilidad se darán cuenta que aquí los verdaderos poetas no andamos buscando padrinos para decir las cosas para siempre. Busquen, lean el vientre de la palabra, encuéntrense en el ánimo fugaz de ese reto en el que andan desprestigiando la poesía. Han tenido en el olvido a Pepe Luis, a Rafael Rivera, al mismo Rigo ni siquiera lo han leído y le piden consejo. A Roberto Sosa le temen y no han estudiado su Secreto. ¿Tendríamos que decirles que la poesía hondureña está muerta con ustedes? Baúles de modernismo. Atrévanse a conversar a fondo al menos, respondan como poetas. Préñense. Es repudiable esa intensión de andar mostrando la debilidad en el exterior sólo por cumplir. Aquí, honestamente, nos sentimos un poco avergonzados con el triste papel de ese grotesco simulacro. No hay influencia ni respeto entre ustedes. Usan los momentos como un divertimento cuando siempre se supo de la vitalidad de la risa. ¿Quién es el que ríe? ¿Un pésimo lector y un pésimo poeta? ¿Tendrían una palabra directa respecto de mi poesía anticuada? ¿O sólo el oficio de soplar ideas vagas tiene hoy la valía de ese pequeño grupo de engañifas?

Que conste que no escribo para ustedes, sino para los Poetas del Grado Cero y hoy a ustedes los he puesto en mira porque no responden si no con el disfraz de un fragmento al que, pero no, definitivamente, no. Hace mucho que nos hubiera gustado enfrascarnos en esta inútil conversación de poetas. Lástima que el cabrón de Gustavo se fue al concierto de su hermana, Darío se perdió después de la Lectura de Don Quijote y el pendejo de Nelson se hizo humo. Aquí termina este asunto…

Y ustedes no pueden pasar un día si no es en calma.




Necrópolis de putrefactas palabras



En la torva hora y la boina chamuscada, en la tromba palabra que arrastra el ansia y la música, en la aldea risueña en que suena todavía la posible melancolía de los pocos gnomos dedicados al pomo de la poesía. Pobre poesía mía, tan horrible, destruida y escondida, ya sin provisiones, sola y hambrienta, espacial, perdida, sin efecto, como el triste marsupial, oculto en el pequeño bulto corrupto, resurgido silencio, pienso y me extiendo y me extiendo y me extiendo. El sol salido esperando cuando apenas ando caminando. Y resurgirá otra vez en la muerte y sin quererte, aunque te hubiera querido, herido, sin despecho. Pocos poetas suenan y se queman por su gusto o se suicidan la vida. Yo no. Yo no me moriría por una tipa sólo porque ardiente en la caída de aquel paraíso del infierno, feliz como Goytisolo, o solo en el polvo decantado, cansado, insepulto, sin espejo en el reflejo del pendejo poeta que soy, que he sido, podrido. Si no me hubieran dicho. Yo no quería nada, yo no quería nada, quería nada, el alma helada, pelada, relamida, deliciosa diosa pornográfica, ácida, entretenida con miel sobre una torta. Qué hermoso el horroroso acto del parto, el dorado momento del jumento.




¿Aló…?



-¡Bbbrrrrrr!
-¡Bbbrrrrrr!
-¡Bbbrrrrrr!

-¿Aló? ¿Dígame?
-Eeh, disculpe, creo que me equivoqué de número.
-No. No creo que se haya equivocado.
- ¿Con quién hablo?
-Soy un poeta del Grado Cero.
-¡Ah, es poeta del Grado Cero? Con usted me hubiera gustado hablar.
-¿Sí? Entonces hablemos.
-Lo que pasa es que se me termina el saldo de este teléfono celular y tengo que seguir llamando a la persona que realmente busco.
-¿Entonces no quiere hablar con un poeta del Grado Cero?
-Sí, me encantaría, pero para hablar mierda cualquier otro día.






Los hijos de Caín


Predestinados por Baco surge una Logia capaz de arrancarle las greñas piojosas a la POESÍA (POETAS DEL GRADO CERO)




I


Sólo para recordarte que  la alegría es la única arma que no puede plagiarse



II



La poesía sonreía con su dentadura diciendo "Ohhh, Ohhh, bonito juego el de sus aretes y su peineta...Le importaría darme la receta o alcanzarme una copa de Tom Collins?...Luego llevaba un dedo a los labios y tomaba su vino barato...

Pobre puta fascinada con los rizos...

En otro lugar, los Poetas del Grado Cero cavaban una fosa para enterrarla con todo y su larga pata de perra.




III



El encorvado diente de Satán tuvo su brillo una tarde en que Charles Baudelaire cantó una oda a Caín...padre de los hijos malditos de Dios...



IV




Ponte firme, coloca tu trasero en la pared de los edificios y no oses ceder un minuto a la usura...Todos los hombres piensan al doblar una esquina, pero olvidan hacia donde los empuja su silencio...no digas nada inútil, ni trates de seducir a nadie que no te lo pida...Esta noche es corta para los imbéciles, y muy larga para los que conocieron su obra.



V



Más execrables, otros poetas dibujaron lunas azules con plumas de cisnes en la cima de los techos para decorar el sueño inocente de las habitaciones.



VI



No lo olvidés, escuchá el "psst" de tu lata de cerveza y reflexioná en tu tiempo.
Ya no creés en nada, esa es tu verdad, y sólo te queda un camino que lleva hacia tu otra cerveza.




VII



¿Para qué sacrificar tu vida por un sistema que sólo se satisface a sí mismo? Ninguna recompensa te espera al final del día...nadie puede vivir bien, ninguna vida es posible después que te han cercenado el espíritu. El tuyo debes recuperarlo y nadie te acompaña en el viaje.



VIII



Somos fatuos, insulsos y borrachos, porque nada es más bochornoso que acostarse seriamente a considerar que la vida es algo más que una mierda...una mierda, una mierda, una mierda untada en la cara chistosa del universo. Los bellacos y bribones millonarios dueños del mundo arruinaron la vida y se cagaron en todos. A nadie adulamos, en esto somos serios.





IX



Las calabazas metafóricas y sus sutilezas estúpidas hicieron de la poesía una vieja antañona y escuálida. Los charlatanes se apropiaron de la palabra y la vendieron barata en los callejones. Sus máximas ininteligibles no penetraron nunca ningún alma, pero lograron consumar el tedio, el aburrimiento por las letras. Sólo Baco, MAGISTER NOSTER, nos mantiene incólumes en la misión irreverente de no empeñar nuestra alegría a cambio de un triste reconocimiento literario. Decidimos matar y enterrar a la poesía con plena conciencia de causa.



X



La suprema felicidad es una especie de locura, nos señaló el viejo Erasmo de Rotterdam, siguiendo a  Platón, nosotros no redescubrimos a Dionisos, como Nietzsche, pero quizás nuestra naturaleza libre nos conduce necesariamente al goce. Somos pedantes, no charlatanes y en nuestra mesa los puestos están contados, somos excluyentes, no le ofrecemos un vaso de vino a ningún mojigato porque las conversaciones inútiles son para los imbéciles.




La puta asesinada



Echada del envés, sin falda, tirada en el solar baldío, la puta asesinada. Anoche llovió y ningún ruido despertó a los perros. Vista desde antes, la puta ya era conocida. Usaba sus uñas pintadas, tenía estilo nervioso y se aplicaba para verse bonita. Sus baños, el agua cayéndole en pequeños buclos deslizados por el hombro, desnuda, sin vulgaridad, su cuerpo, su piel casi oscura, las líneas más blancas en los senos, las nalgas, el pequeño pubis rasurado con primor. El calor de la tarde, el portazo al salir, sus pasos, el polvo y los plásticos de la calle. La puta florece con un color natural y su boca exhala un aroma dulce, un hálito cálido y rosa sin marca registrada. La rockola de abajo no ha parado con esa clara ranchera norteña. Gira, regresa, se sienta otra vez y mira su hombro trigueño en el espejo. Es suave y joven. El calzoncito blanco de algodón y sus pliegues bellos. La rodilla y el pie.

Han caído gruesos goterones toda la noche y su cuerpo fustigado aún guarda una metáfora, una preciosa imagen poética similar a la sangre. Limpia y muerta.



En el inmundo fondo


Limpié mi pizarra y la dejé en blanco, hermano, hacía tiempo tenía escritas unas metáforas absurdas, naturales, eróticas, lastimeras, atroces, deudoras, esclavas, exiliadas de otros poetas. Imágenes de mala pata y de mal cuño. De aprendiz. De una inocencia escrita para la campiña. Pero hoy, el doctor Satán ha llegado añadiendo razones, más claro en su jerigonza, más pulcro el viejo, más músico y franco. Sin rareza y sin lujo. Mi pizarra está limpísima, blanquísima, colocada al lado de ese cuadro que pinté y en el que me veo a mí mismo desgarrándome por saltar de una ventana de mierda azul. No sé por qué, pero me identificaba con el chico bueno, el que va delante como abriéndole el camino al rey, sólo para que el imbécil se haga más rico, millonario, y descanse, mientras yo me rompo la crisma y ayuno como un idiota primitivo. Pues hermano, mi pizarra está limpia, puedo escribir en ella lo que se me de la gana. Tal como lo soñaba, mi pizarra sigue en blanco y la música del bosque salvaje se asoma por la ventana con el ácido sabor de mi boca. A pesar de su higiene, mi boca es acre, mis ojos se cierran y fluye un dolor en mi espalda. Esta vida huele a estafa. –Vuélvase malo, caballero, cague en la plaza de vez en cuando, escupa, párese la verga y mastúrbese, sea el de la sombra, el que pugna por quedarse dentro, el que rechaza el asomo en la ventanita pendeja de Ernesto Sábato. ¿Qué pedo? ¿Sólo piensa galopar errante en el sesudo placer de la piel de luna de los senos burgueses…? Idiota, cáguela, meta la pata, pero aviéntese  con toda la franqueza que le queda. ¿Sabe acerca de los trapecios? Pues yo soy el que vuela en una especie de trapo sucio peleándome con toda la basura positiva, sin aceptar salir a embelesarme en los muros, y vivo errante en el interior de mis cavernas, pero ahí nadie roba mi control remoto. Mi pizarra está limpia, y estoy a punto de ver mi cinta favorita. Miles de huevos con sus vergas aúllan colgados de un alambre. Eso es más allá, en la distracción vaga, en la desbaratada imaginería que dejé hace tiempo. Ahora vivo en el fondo, en el inmundo fondo, y no me dejo ir.



MOVIMIENTO LITERARIO POETAS DEL GRADO CERO

SEGUNDO MANIFIESTO
(2008)

Nada resucita a los Demiurgos y sus joyas putativas


Año de los clones literarios, blogs, fantasmas cibernéticos y anonimato agresivo.
¡Por una puta poética todos estamos muertos!


En una buhardilla, un maldito poeta anónimo supone darle respiración boca a boca a la puta muerta, convertida por arte de un conjuro de los Poetas del Grado Cero, en una vieja senil, cadavérica y apestosa. El maldito poeta ha empezado a sentir cierta predilección por el sabor a tierra, a estiércol y a polvo de librería. Quiere consumar el acto del entierro como si con semejante actitud, la belleza sumergida en la memoria de los que pesquisan en la sombra, será recordada. La puta está muerta y hace mucho tiempo fue quemada viva en la imagen de una boina. El maldito poeta que la entierra, también está muerto, el aburrido lector que lee esto, también está muerto. Todos estamos muertos por la puta poética que ya fue sepultada. Es el tiempo de los clones literarios, de las voces camufladas entre otras voces; es el tiempo de los fantasmas que ululan en el ciberespacio robando símbolos sin esencia, con una extraña intensión de destruir todo lo que huela a malas palabras. Nadie vive ni ha vivido nada nuevo en el último año. Sólo los Poetas del Grado Cero han decidido escupirle la cara a los clones literarios, a los fantasmas cibernéticos y a los imbéciles que se mueren de envidia y viven la vida prestada de los poetas esenciales.

POÉTICA

No tenemos ARS poética. Esa mierda fue inventada por los pulcros, por los directores de la palabra, por los equilibrados temples que se sientan con la pierna cruzada en las presentaciones de libros, con los lentes levemente ajustados en el macho de la nariz para dar la sensación que controlan cada segundo de su destartalado pensamiento.
La belleza ya dejó de ser lo que era, ahora es una muerta. Lo mismo el arte. Nada nos conmueve. Es difícil que leamos algo y quedemos asombrados. Nada nos asusta. Nada de la pesada y ligosa ortografía nos quita el sueño. Y no obstante, no despreciamos la vitalidad y cada gesto franco del artista que se enfrenta a su material con la infinita intención de alcanzarse a sí mismo.
Todo lo que apesta a modernidad es asqueroso. Todo ripio retocado, todo pulimento cosmético, toda joya parecida a otra joya, todo lo que apeste a corregido.
La belleza no sólo ha muerto sino que ya no existe en ningún tiempo. Ni dentro ni fuera de ninguna parte. Si ayer existió, ya no lo volverá a hacer, porque para eso la enterramos y nos meamos sobre sus huesos. Le echamos chorros de meados frescos por los hoyos de los ojos de su calavera. La asustamos y su espíritu cagado se fue para otra galaxia.




Clasificación de los poetas contemporáneos


No todos estamos locos y enfermos. La mayor parte de los idiotas están cuerdos y saludables. Funcionan perfectamente en un sistema en el que cada uno cumple el rol de aparentar su cordura, de no tener problema, de ocultar su miseria. Las putas cada vez son menos y los burdeles han sido clausurados. El mundo cambió totalmente y nadie quiere aceptarlo. Los escritores y las logias de artistas son las más pequeñas minorías existentes y en permanente guerra fratricida.


El poeta clon


Es un idiota con la vida literaria alquilada. Le renta el estilo y la vivencia a otro poeta esencial que sí tiene vida propia. Todos los que imitan el estilo de los Poetas del Grado Cero son Clones del Grado Cero, por ejemplo. Pero hay miles de clones y es difícil no toparse con ellos en cualquier esquina, cibercafé o librería. Se caracterizan porque recitan los versos del poeta alquilado, frecuentan los mismos cafetines y sostienen conversaciones sobre el poeta de la renta. Ninguno habla de su propia vida.


El Poeta clon converso


Era un poeta clon nada más, similar al poeta anterior, sólo que “oyó” que la narrativa es más “rentable” y se convirtió en narrador. El poeta clon narrador, le renta el estilo a otro poeta narrador, especialmente en boga, y repite sus párrafos de manera tan jactanciosa que no es difícil encontrar el parecido, ya que su imitación proviene de su inteligencia celular. Sueña con encontrarse un día con su poeta padre y tomarse una foto para realizar su proeza literaria: Su clonización ha concluido.

Los clones tardíos de Rimbaud y Lautreamont

Son idiotas muy parecidos a los Poetas del Grado Cero, porque, como éstos, quisieran haber participado en el asesinato de la poesía. Los clones tardíos de Rimbaud y Lautreamont rechazan a los Poetas del Grado Cero porque quieren la gloria de parecérseles en un cien por ciento de iconoclasia y malditismo. La dificultad de estos clones es que su poesía es malísima y sin sustancia.

El Poeta Fantasma Cibernético

Ratón del espacio, dedos recortados por efecto del uso del “mouse”. Lee rápidamente y conoce los rincones donde se esconden todos los poetas encapsulados. Tiene varios e-mails, varios nicks, varias contraseñas, varios grupos de contactos entre los que husmea a los poetas y narradores del momento. Tiende al robo o al saqueo informático. Se levanta temprano y sin lavarse el hocico se trepa temprano a la máquina. Abre los sitios de la farándula…ríe embaucando, copia textos que le suenan “interesantes”…busca en los blogs las novedades y maldice por qué a él no se le ocurrió antes. Manda comentarios a diferentes sitios. Crea blogs pseudos-literarios que nadie nunca visita. No tiene valor de mostrar sus propios trabajos. Comenta de manera anónima el de otros, a veces con soltura, pero las más de las veces con sorna jactanciosa. Es hermano gemelo del Anónimo Agresivo.

El Clon Anónimo Agresivo

Es un temeroso poeta clon que no ha salido de su cápsula reactiva. Es un dulce hermano menor del Fantasma Cibernético del que depende emocionalmente para participar en las actividades del ciberespacio poético. Tiene poco manejo de informática. Usa de manera frugal la Internet, pero se enfurece cuando observa que otros le toman la delantera y crean “productos novedosos” en el ciberespacio. Entonces saca sus uñas y se alía con el Fantasma Cibernético. Crean Blogs Clones para ocultarse, escriben diatribas, parodias y descarados insultos con el estilo clonado de los agraviados.  Les fascina la jerga informática, pero son mecánicos. Su visión es pobre o liviana, similar a la de los moribundos o los recién nacidos.


El Poeta Clon en Desuso

Este es el momento imposible para este poeta clon antiguo. Sus creaciones pasaron de moda tan rápidamente y ya nadie las encuentra en ninguna parte. Ocasionalmente usa al Fantasma Cibernético para informarse un poco de cómo andan las cosas en “La Internet” –poniendo énfasis en la frase para mostrar su marginalidad. Es un poeta que se siente más cómodo durmiendo y soñando despierto. Rebusca en viejos libros de poesía, algo para “reciclar” de sus propios gustos y escribe anquilosados versos idiotas que a nadie le interesa leer. Evita la lluvia, los días demasiado soleados, las actividades públicas y las conversaciones demasiado juveniles. Todavía es un Poeta Clon Revolucionario que añora a Otto René Castillo y a Roque Dalton. Relee con nostalgia sus fracasos inéditos y se duerme temprano. Ronca como un motor de 8 cilindros averiado.


El Clon Total

No es poeta. Es un inútil con ínfulas intelectuales. Memorizador o garrotero por excelencia. Carece de vena creativa. Sus máximas vivencias se encuentran en un pasado tan remoto como la Grecia Clásica, o en las viejas aventurillas de sus amigos de infancia. Husmea entre libros que lee con fruición para encontrar algún retazo que le sirva de consuelo a su existencia. Lanza vituperios contra todo y contra todos. Es único en el ciberespacio. Se caracteriza por mantener su pulcra página alejada del contagio del estilo de los Poetas del Grado Cero. Mezcla estilos, roe aquí y allá. Copia recetas literarias. Se pone circunspecto cuando habla de literatura. Procede con rudeza y falsa modestia. Es un hábil plagiador de literatura. Parece genuino pero es clon. Un Clon de alta fidelidad.


El Poeta Emo


Los Poetas Emos son clones naturales de los Poetas del Grado Cero, pero con una grave falla de clonización. Famélicos y retraídos, aspiran a la muerte total de los signos. Sólo la sangre propia les quita la sed. Se disparan en los pies por falta de puntería creativa. Son narcisistas empedernidos con cierta dosis paíspoesible tendiente a la inanición. Su poesía aún está en proceso de creación, es inédita, rítmica y rayana en lo minimalista:


“Muer-
Muer-
Muert
Mu-
Muer-
Muert
Muuert---
Muerte…
A Aaa---laPo
Po
Po
Po Po…
Poesía Poesía”


El Poeta Punk


Es un fracaso en Honduras en donde surgieron dos o tres modelos de manera espontánea, clonados de algunos poetas cubanos sin oficio. El poeta Punk mezcla en sus poemas canciones rockeras de los noventas. Su aspiración es la vagancia literaria y su compromiso político nulo. Son tan débiles que no tienen ánimo ni de escribir…se levantan en la mañana solo a comer y se vuelven a echar. Como no hay muchos punk, se reúnen ocasionalmente y permanecen hasta tres días haciendo el pase de vagabundos y mendigos en las proximidades de los mercados. Tienen sucias libretas en donde apuntan sus extraordinarios dislates con las más inverosímiles estructuras poéticas…Pocas muestras tenemos:

“Mi resaca
 Mi resaca no me mata
 Mi resaca no me mata aunque
Mate a mi mamá si despierto
hecho un estrago
yo me siento aún dormido
Yo
me siento
aún do
r
m
i
do
aunque mate a mi mamá
Mi resaca no me mata…”
No son un clon de Los Poetas del Grado Cero, pero le guardan un gran respeto a la Logia a la que han solicitado participar ocasionalmente para conmemorar el aniversario de la muerte de la poesía.


De dónde salieron los Poetas del Grado Cero


Pasábamos embebidos leyendo poesía, sumergidos en la cotidianidad, sin observar la metamorfosis cotidiana de la vida. Mirábamos todo sin ver nada. Habíamos recibido desde afuera todos los códigos de la poesía y lo asimilábamos naturalmente como sucede con todo lo cotidiano. Hasta que una tarde le echamos Vick a un puro de marihuana y lo interrelacionamos todo. El código general de la literatura comenzó a dibujarse en el hilo de humo azul. Fue como si el mismo Humberto Eco y Roland Barthes estuvieran poniéndole con nosotros. -¡Jodás, hijueputa! Dijo un enfurecido infrarrealista que estaba aplastado debajo del trasero de Nelson…era Papasquiaro. Nelson creía que Papasquiaro era una piedra. -¡Mierda…grrrr…puta, no jodás qué frío hace! dijo Mario Santiago. Lo había resucitado el tufo a mota.
En conferencia estábamos los nueve: Nelson Ordóñez, Darío Cálix, Karen Valladares, Jorge Martínez, Roland Barthes, Humberto Eco, Mario Santiago Papasquiaro, Roberto Bolaño, y Charles Bukowski, cuando escuchamos un estornudo o un ruido similar a un gas…-Déjenlo que hable- dijo Bukowski, en un pésimo español…Esa noche el culo de Darío recitó un  poema, un insulto que le fascinó al mismo Bukowski. A partir de ese momento decidimos darle muerte a la poesía porque mucho culo hablaba, y organizamos la  Logia de los Poetas del Grado Cero.



Cómo  recuerda Darío ese mismo momento



Charles Bukowski está justo frente a mí. Su cara es un asco: infestada de cicatrices y ampollas a punto de reventar de tanta pus. Es su cara de Ham on rye, la cara de su juventud. Nuestras frentes prácticamente se rozan.

-Me das asco, nene, me das asco.
Su aliento apesta a alcohol, naturalmente.
-Bukowski…
-Bukowski mis bolas. Yo soy Henry Chinaski. Yo soy Arturo Bandini, hijo de puta. Yo soy poeta; yo soy la poesía en pelotas, la única poesía, nene, la única. ¿Te ha quedado claro, pedacito de mierda?
- Sí…
- He estado leyendo tus mierdas. En tu puta vida me volvás a citar en tus mierdas, ¿oíste? En tu puta vida, pendejo. Yo nunca cité a nadie para que nadie me citara a mí.  ¿Te ha quedado claro, pendejo?
-Sí, Bukowski…
- ¿Y qué es esa culerada de andarme imitando? Ya estoy harto de culeros como vos que se la pasan escribiendo nada más que culeradas.
-Pero si yo nunca…
-¡Mis bolas!  ¡Vete a la vida, nene! Si querés escribir de verdad antes tendrás que salir a vivir. ¡Salí a buscar un poco de vida, carajo! ¿O pensás acaso seguir escribiendo esas culeradas que siempre escribís? Porque si vas a seguir con eso, más vale que lo hagás con estilo. O que empecés a imitar a otro, a alguien que sea culero como vos. ¿Me entendiste, nene? ¿Querés ser poeta? Pues viví, carajo. ¡Viví Viví  Viví  Viví  Viví!
-…
-Sé mendigo. Dormí en las calles. Enamórate de una puta.  Aprendé a beber de una vez por todas y emborrachate a diario. Conseguite un trabajo de 20 horas y emborrachate dos y escribí en las dos que te queden.
-…
-¿Cuándo saldrás a vivir un poco, nene? ¿Cuándo empezarás a escribir de verdad, nene? ¿Querés ser un escritor, nene? ¿Querés ser poeta? ¿Cuándo dejarás de escribir culeradas y te convertirás en un poeta de verdad? ¿Cuándo, nene? ¿Cuándo?
    
Sentía la asfixiante necesidad de responder algo. Cualquier cosa. Abrí mi boca en un acto desesperado, pero alguien, a saber quién y desde dónde, me interrumpió y además desperté con este grito:


-¡El 32 de diciembre de mil novecientos nunca!


Darío había fumado mucha mota con Vick. No le dio la payula, pero Bolaño le dio algunos consejos para reponerse…luego la Logia continuó en sus quehaceres normales.



Bienaventurados los que mueren temprano



Bienaventurados los que mueren temprano, porque ellos recibirán la sepultura exigua de los justos. Bienaventurados los malditos de palabra...porque saborearon la desbandada de los mojigatos; bienaventurada la batalla de escribir para la tribu de ciegos, porque sus cráneos rotos no volverán a juntarse; bienaventurada la aristocracia muerta, las malas palabras mimadas, los que renunciaron a las rosas líricas, los que bebieron el cieno vicioso  de los imbéciles. Bienaventurados los que supieron arrepentirse de la venta y se cruzaron de brazos frente al boulevard de las putas y los bellos travestis; bienaventurados los desesperados, los ebrios, los que gritaron ¡Muerte a los asnos! en su ruinosa caída desde el cielo. Bienaventurados los que abandonaron la miserable morada de la dicha cotidiana y se hicieron añicos ahogados en sus mismas maldiciones. Bienaventurados los que murieron jóvenes y supieron morir y sobrevivir a la vergüenza y a la peste, a la terrible peste de la pez.



Dijimos que lo último que haremos será quedarnos callados



Dijimos que lo último que haremos será quedarnos callados. Pues ya llegó el momento de llevar la estética de la percepción, la ética-estética, al otro plano de la percepción. La tormenta de todas las noches. Un espejo frente a nosotros mirándonos/haciéndonos, y lo que estamos viendo, sin darnos cuenta, son tantos gestos y somos tantos a la vez. Sólo es una analogía. En el rostro no se puede ver el arañazo, ni en el pecho el abrecartas hundido hasta la moneda, y ambas situaciones/escenas son igual de desgarradoras, paralelas. Hay que entrever y fijar lo que pasa. Experimentemos, como en los laboratorios, en los gigantescos y obscenos laboratorios donde se pueden hacer bellas estaciones, árboles fantásticos, bellas y subjetivas amistades. Lo cotidiano se subvierte o nos subvierte. No es un cuento, la literatura es una herramienta para hacer fiestas, para inventar la entrada a una aventura en la que todo es materia poética, la imaginación, los microbios, la elucidada dinamita es la palabra.



La visita



Cuando los niños trajeron al pequeño gorila a casa, su zarepé a penas tenía pelo. Era similar al peluchín (La Mona) que Karen me había regalado en nuestra primera cita, cuando desafortunadamente la dejé esperándome mucho tiempo y por lo que tuve que pedirle disculpas infinidad de veces. Era una tarde en la que no recuerdo por qué tuve que quedarme en casa. Sólo estábamos la trabajadora (una mujer de origen lenca); Ángel, el pequeño chimpancé de siete meses; y yo, releyendo la entrevista que Elena Poniatowska  le hiciera a Octavio Paz. Para ella Octavio Paz era el heredero auténtico, la encarnación  de Góngora, Sor Juana Inés de la Cruz, Quevedo, San Juan de la Cruz, Lope de Vega; un Narciso contemporáneo, un Dionisos, la palabra poesía hecha hombre. En fin, leía con esa sonrisa de sorna que normalmente me producen las lisonjas sobrehumanas, retirado del bullicio. De pronto, la santa disposición del silencio se esfumó, la parsimonia de la tarde comenzó a temblequear con la caravana de niños que se acercaba estremeciendo la hierba que se esforzaba en medio de la sombra de la empalizada. Me incorporé y desde lejos vi que se trataba de algo inusual, su sorpresa y la cara de estúpidos que tenían muchos de ellos, unos veinticinco aproximadamente. Al fin llegaron. Yo los esperaba en la entrada de la estancia.

- ¿Y esto?
- Lo dejaron botado los del circo. No se lo quisieron llevar.
- ¿Y por qué lo traen aquí?
- Porque a ustedes les gustan los monos…

El gorilín se me quedó mirando con una mirada débil, pero en el fondo de la pupila le hormigueaba una luz infame.

- No es malo, pero creemos que ustedes aquí tienen comida para monos y si se enferma lo pueden curar. Eso nos dijo el profesor de Sociales.

Los pobres niños se notaban en apuro, como queriendo hacer una obra de beneficencia. Estaba frente a una pequeña asamblea infantil haciéndome una petición pública. Está bien, les dije, pónganlo ahí, cerca de Ángel.

Lo dejaron en el suelo, en la pequeña plataforma de cemento donde Ángel, tranquilamente, se mondaba las uñas.

Los niños hicieron un gesto y se fueron por donde habían venido. El gorilita anónimo no se sentó, quedó parado, erecto, con los enormes brazos casi arrastrando, pero en una pose extrovertida, sin timidez, casi dominante. Volteaba el rostro escudriñando todo. La luz de la tarde se iba haciendo cada vez más débil y en la estancia sólo se escuchaba el tintineo de la cocina. Un poco más cerca, en la mecedora, observaba al recién llegado. La comedia estaba a punto de comenzar. Yo no tenía ningún interés en iniciarla, observaba al pequeño mono que se paseaba con las manos atrás escudriñando la casa y viendo ocasionalmente el plato de comida que Juana había puesto en una mesita. El demiurgo estaba ahí. El mago de la mirada, de la química y la historia. Algo iba a suceder en cualquier momento y yo estaba listo para no perdérmelo. La luz caía suave sobre el zarepé desnudo del pequeño gorilín. Esclavo de la mirada, del tablado hecho de cemento, del ruido a penas discordante de las manos de Juana en la cocina. Octavio Paz en sus conferencias y su poesía sin sentimiento, libre de la pasión visceral. Los ruidos nocturnos comenzaron a caer. El gorilita se fue acercando a la luz. Juana, alcanzándome la taza de café, me dijo: “Yo creí que tenían pelo en el culo”. En la infame luz de los ojos de la visita se dibujó un poco de vergüenza.



Mi peligroso mundo tan olvidado de pronto



Antes de las enormes piedras cayéndome sobre la cabeza, de los heroicos juegos en los árboles, en medio de las altísimas lianas desde donde nos tirábamos para caer a otro mundo, o saltando sobre la carreta de velocidades increíbles; todas nuestras facultades de acero y pompas de imaginación retozaban incendiadas, crueles, sin dejar ninguna piedra en pie. Guerras fratricidas se resolvían sin importar la lluvia de plomo o las deformes muecas bestiales o satánicas o el empellón amenazante que nos volvía víctimas y victimarios. El reto constante, la pelea, el insulto procaz, el apelativo furioso, la embrutecida turba, la borrachera, la herejía, el gesto bravucón, la pedrada, la burla, el escupitajo, la humillación, la sangre entre los dientes, las armas, el duelo, el sentimiento de venganza, la competencia, las mujeres que nos engañaban una y otra vez; la timidez, el primer beso, la noche de la cacería, el cuento de las brujas, la pelea de los machetes, los mineros asesinados cada fin de semana, los ojos inyectados de sangre, el leñazo en los dientes, la caída en el abismo, la mordedura del perro, la bofetada del cura, el terror de los demonios de la noche. Todo fue antes de la poesía. El mundo bohemio, el mundo de la necedad de los héroes, del sueño y de los cuentos maravillosos. Mi peligroso mundo tan olvidado de pronto.



Yo era el huérfano, el profeta



Aquella noche que soñé mis manos tomando El Fantasma de Canterville, de Oscar Wilde, de un viejo librero, miré de reojo hacia la pared gris y espinosa y supe que esa imagen la recordaría para siempre. Sin embargo, la realidad sería demasiado penosa. Ocasionalmente me convertía en pájaro como suele suceder en los sueños, y me vi sin mis atuendos habituales: Sin mi boina, sin mi pulsera de níquel, sin mi pata de conejo y sin mi pipa.  Sobre el baldaquín estaban dibujados dos pequeños tigres juguetones y en las orillas los belfos blanquecinos rozaban las paredes. De pronto todo había enrojecido. Las antiguas vecinas salieron de las casas para desparramar su curiosidad arrojando sus silbidos contra los vitrales de la vieja iglesia. Yo era el hechizo que buscaba la muerte. Yo era el huérfano, el profeta escondido tras el miedo de las ventanas y escribí en el suelo, con mis propias uñas, la queja violeta del cielo.



Estatua blanca



Haciendo piruetas con su bicicleta en la empinada cuesta de piedras, la bulímica muchacha se detiene. Rojo su pelo de cascadas le cubre la mitad de la cara y danza, suave, mientras sus ojos de asombro ennegrecido se abren lanzados como dos monedas de plata de agua y oscuras ágatas. Aquel dolor habitual, vacío, la multitud de intereses y desdenes que nos hacen aborrecerlo todo; el río de piedras, el zapato de algodón cósmico, las mallas apretadas y el vago interés por llegar a ninguna parte. Desde una grada altísima, desde un abismo, sobre los precipicios de cualquier ciudad sembrada de enormes muchedumbres y metálicos edificios, entre las procesiones grises de todas las tardes; la muchacha se detiene, diosa olvidada, estatua blanca a punto de romperse.



La bestia escondida



Desde el escondrijo de mi nombre veo pasar a los arrieros. Me he detenido en el inmundo fondo oscuro, a pesar de mis atuendos limpios, y les he visto buscarme con afán desmedido, con verdadero ahínco, con el instinto de los animales que tiemblan de miedo. Me he tendido casi a su lado para ver de cerca sus gestos y he visto como el odio se suaviza con el agua. Se han dado un descanso en la búsqueda y lavan sus ropas y sus cuerpos agitados. De las calles enlodadas por las que han corrido debajo de la lluvia han traído su fango en las faldillas. Antes yo he corrido por esas mismas calles, temeroso de mi muerte, y he encontrado el sitio justo para esconderme debajo de mi nombre. Hoy les veo, apaciguados ya, suavizados por el agua limpia de la fuente y el agotamiento. Su indulgencia por fin asoma como un niño a la caverna en donde la bestia resuella dormida.



La nave abandonada



Es la noche bajo la nave abandonada. En las ruinas los hombres carraspean sus voces tratando de encontrar la claridad de Jim Morrison. El paraíso del orden chorrea en la altura donde todavía quedan algunos neandertales con recuerdos de veranos y de instantes. Es la noche de los malabares. En la planicie salpicada de esquirlas tiemblan las luciérnagas. El destino, los pedazos de los bribones esparcidos en el aire. Sólo la demencia y el partenoncito incendiado, hollinado en su mollera lógica. Los nuevos aprendices, los poetas, con sus manos bordadas y sus cabezas emulando el canasto de Dios, han descubierto la columna dañada. ¡Un escultor! ¡Oh, genio, ha recuperado El Castillo de Kafka y ha visualizado sin ninguna puerta al mamotreto! Cierto estupor ha congregado a la molicie. Alguien fuma desentendido, con los testículos al aire y absoluta desvergüenza. Los últimos, los Poetas del Grado Cero, que deberían estar muertos desde antes del diluvio, han corrido hacia la entrada del pequeño Partenón para recibir a la horda de nuevos narradores y mostrarles la abstrusa construcción kafkiana, como si en ello fuera la vida.

-¡Puta, mierda, es la última!
-¡Sí, pendejo!
- No la vayás a cagar diciendo culeradas.
- No, vo…si a estos cabrones del Grado Cero les vale verga…
-No les vale verga, vo, estos majes viven el pedo.
-¿Y qué ondas, qué les decimos cuando lleguemos?
-Nada, que qué pedo…
-Ahí vienen…

-¿Qui ondas? ¿Son escritores?
-Sí, narradores.
-¿Y qué pedo, qué narran?
-Ondas ahí, vo, culeradas… ¿Y qué pedo con la escultura?

-Mmmmm, pija de escultura. Mmmmmm, la chusma no sabe qué pedo con esto del arte. Pija de trabajo. Es gran pedo la escultura, snob se mira un poco, rococó, anormal. Se pulieron con esta mierda.

-¡Hey vos, maje! explicale a estos qué pedo con la escultura de Kafka.
-Nada, vo, puro rebane esta onda. Yo la hice pero nada que ver con Kafka, Kafka es otro pedo. Kafka está encerrado adentro de ese pijazo de cemento. Nosotros somos los poetas, metámonos al pedo que Kafka hizo todo esto, pero nada que ver, puro rebane. Esta mierda no es nada, el arte no es nada, una cagada, una pila de mierda con forma de edificio. Antes todos estaban equivocados, ahora digamos la neta. Esta mierda no dice nada. Como dice Marito, es pura paja.



¿Cómo matar tanta porquería?


Hay suficientes pruebas, evidencias tangibles de que no sólo la poesía debe morir, sino toda rémora que parta de la repetición. Hasta la saciedad de religión, de lenguaje, de símbolos, de ciencia, de filosofía, de nadería, de puestas de soles, de pretextos, de plazas vacantes, de vicio y de renuncias. Todas las cosas son la misma fórmula. No hay conocimiento, solo poder de manipulación. El asesinato ha sido clasificado, archivado y engavetado. Odio el desenfreno de tanta roña repetida. Hasta los locos aburren en su trepidante silencio, en su auto incineración. Hasta la sensación fúnebre, ociosa, derrochada, de recordar algo perdido. Arbitrario y estúpido vocablo este que predico mil veces remachado por Becket; tirado al fondo de todo lo que debe rechazarse. Entre los imbéciles no basta ser comprendido. Ni en los sueños se vive en paz con tal recurrencia ¿Cómo matar tanta porquería?  

Sonofelet y Jorge Martínez riñeron como dos trogloditas, hastiados de ver nacer las mismas cosas. En vano forcejearon ambos idiotas por comprender y disfrutar la belleza o la vida. En secreto se repudiaron, cargados de certidumbre, pero vislumbraron la falacia podrida. No se trata de renuncias ni de tener huevos ni de cagarse en la vía pública o clavar el inodoro de poemas en el palacio de los imbéciles. Se trata de ser uno mismo, sin la repetición maldita de limpiarse el trasero.


Acabemos con los insulsos vividores de la ignorancia


Sepan que no tengo cólera, ni odio persistente, ni llamas, ni ceniza, ni nada. Ninguna luz me ciega y estoy completamente convencido que todo esto es una perorata estéril, que quizás vuelva locos a algunos delirantes sin imagen. Pero este aburrimiento insano de repetir los mismos mitos, los secos ideales, la intención de vivir clavados en un pasado, subiendo la montaña, entrando a la iglesia de nadie donde yace sepultada la verdad. ¿No creen que a todos ustedes les falta un tornillo, un hueso cierto fracturado que les duela? Terminen con eso, acaben de verse en el espejo como víctimas sin agenda o como mesiánicos salvadores de nadie. ¿O es que acaso no se han dado cuenta que siempre le entregan las llaves a los sacerdotes y son ellos quienes los representan ante los corruptos consagrados? ¿Quién de ustedes es el revolucionario que enfrenta a esa recua de corruptos que se instala frente a los hambrientos como arquetipo del Mesías o del Ché? Ustedes pretenden vivir andando sobre las mismas pisadas de héroes fenecidos para regresar a su casa a verse en la misma soledad, en el olvido, mientras el poder puro e invisible se ríe de ustedes en sus propias caras. Rían un poco, búrlense un poco de ese poder omnímodo que los ha colocado en la condición lamentable de una impotente llanura. Pero no dejen de caminar sobre nuevos senderos y olvídense de los arquetipos. No hay nada nuevo. Acabemos con los insulsos vividores de la ignorancia. ¡Muerte al mito! ¡Muerte a la poesía! ¡Muerte a la belleza, vamos por las feas!



En este lado del mal


Bien. Ninguna concesión, poetas, ninguna concesión. Invertebremos todo. Rompamos el hilo y no concedamos nada a los abstractos y repudiables adoradores de Moloch. Nosotros somos los únicos que sabemos dónde termina la madeja. No tenemos jefe, somos absurdos, somos absurdos, sin gobierno y algunos bastardos famas de Cortázar pretenden usarnos como escalera para divertirse sobre nuestras costillas. En este parnaso falso, impotente, tradicional, sólo queda fastidiar. Sin ubicuidad, puedo fastidiar la vida imbécil. Eso es todo. Se trata de un giro de pluma o de teclado ¿Hacia dónde apunta el monitor de mi PC? ¿Hacia mí? ¿Veo mi letra cuando escribo sobre esta pantalla blanca de plasma del monitor? ¿Quién conduce lo que digo y por qué lo digo?  Tengo al menos dos valores. Me vale verga y ya soy un fastidio para mí mismo. Hay que aprender todavía, hay que recorrer el camino de Brecht, de Fuscick ¿de Leopoldo Panero? ¿De Villon? Dejen al idiota de Rimbaud en paz, no lo dijo todo. Hay que observar las cosas como si se hubieran colocado en la pantalla de pronto y hay que asumir que la vida está aquí, en esto y en otra parte, late en mí y en otro lugar, donde no se escribe, donde vivir es la impotencia de morir. Ya no soy el mandadero de ninguna corriente, ni el alquimista mayor de una teología orgiástica de la razón. Cualquier pretensión de verdad es un signo de impotencia. Pero no renuncio a mis lecturas ni a mis filósofos que siempre fueron contracorriente. Hemos sido  el resultado de una coalición. Indudablemente quienes han leído a mis maestros me seguirán en la misma pista de Deleuze, excepto en aquello en que es inacción, castración pura.

Podemos elegir la plataforma para pensar o no elegir ninguna, sólo el azar de la voz. La ventaja de decir sin pensar, la ventaja del oráculo original sin compromiso. Elegir lo contrario a la consulta del imbécil, la inmoralidad tiene carta de presentación en la academia de la infamia…El que reclame por ello que venga a respirar miles de bombas de Hiroshima en mi boca y beba los corazones amarillos del NAPALM en mis ojos. Voy vago y náufrago, voy  hacia usted a contarle que debe colocarse a la izquierda del fastidio a los imbéciles…Yo inventaré este lugar a continuación…yo invento mi PALUNDRA, mi ciudad. Es cierto. Vengan a mi casa y encontrarán disponible un petate, una coalición de junco, una máquina de escribir desvencijada, un poco de papel en blanco y un poco de ron barato…Es más, lamento lo de Foucault, lamento la osamenta, la mala parte del tedio para el conocimiento, lamento que tengan que leer para darse cuenta del mundo…pero hay que poner en la cuenta la voluntad de saber de Nietzche, hay que poner al asador toda la carne para que desaparezca en el mordisco de pensar otra vez.

Nosotros seríamos nuevos, seríamos distintos, cambiaríamos el mundo, si al menos lucháramos contra el ser racista que llevamos atado, con el ser sexista, con el idiota de la pereza. Seríamos mejores sin pedir nunca, sin la compasión, sin la maldita rabia de exigir a cambio de la miseria…

Sólo tengo un espejo en el baño, en él me miro cada día y definitivamente evoco la ira de los mejores hombres del planeta…ellos saben que conozco la tarea, saborean mi reacción contra la maldita peste social. Son mis maestros crueles, los destinatarios de mi pensamiento. Para ellos escribo, para nadie más…Esta es nuestra correspondencia. Y no obstante sé, además, que ustedes, los otros, leerán este fárrago únicamente para usarlo en su miseria. Y buscarán el fallo, el punto de quiebra del “pensamiento”. Que peste, echar tan lejos la reacción corrupta, la catarsis purificadora. 



Hermoso muerto sin zarpa


Los muertos que no conocí, los ídolos que levantaron su pequeña fábrica de lámparas y pan para iluminar el sendero, desconocido aluvión de pasos ciegos en la maleza, en los árboles.

Yo tuve un muerto que llamaba y llamaba a la puerta diciendo: “ábranle a este perro”… Y fue triste ver sus ojos juntándose en el camino con los demás, conmigo mismo hablaba y mi hermana tenía dudas de que ese muerto fuera yo.

Recuerdo que una vez se fue al mar dejando un rastro particular, una visión: Un sembradío abrasador de trigo, unas láminas, hojas metálicas, colocadas en una covacha en la que junto a su perro, Osito, se dedicó a ladrar su balada.

Hermoso muerto sin zarpa.



Me dediqué a matarte



Me dediqué a matarte, a deshojar tu leyenda. Vi a los jóvenes, a los pequeños sansones y a los médicos aporrearte. Todos te lanzaron a la oscuridad, al frío intolerable, al risco donde un pájaro hembra enumeraba tus gritos. Cuando caías estuve más atento que de costumbre sólo para ver si de los huesos rotos se levantaba algo, y sólo el ruido, el chasquido, el eco infame del dolor te repetía. Me dediqué a matarte. En lo más oscuro de la hondonada, volví a verte, en clara alusión a mi antigua mitad. Hacia arriba era más oscuro, y una suerte de silbido husmeaba otra vez, como al principio.


Suprimir lo que decimos es suprimir lo que somos



Morimos al celebrar la muerte de la poesía, nacimos muertos. Nos metimos en el juego serio del lenguaje para el que, con dificultades y desventajas, era casi imposible salir victoriosos sin tener plena conciencia del tema. En la república de las letras fuimos neófitos forasteros, carentes de  autoridad. Nuestra bandera fue la intuición y la rebeldía de los profetas que balbucean su propio espacio para nombrarlo, para  romperlo y reinventarlo. Nunca procuramos la distinción y la elegancia, ni la agilidad académica, y supimos que el viento de nuestra propia euforia nos cegaría los ojos con sus propias pavesas. Sin embargo, descubrimos a los pseudopoetas que remedan el acto creador. A los lectores metidos a creadores, a los lectores hembra emulando ser lectores machos. Y los vimos con sus aspavientos, fuera de base y de experiencia propia, buceando en las más recónditas rutas librescas, ejercitando el ornamento verbal, limando el adjetivo, para mostrar la carencia vital, la esencia del poeta. A veces con sutileza, en la conversación amable, o con la rudeza propia del asno, recriminaron nuestra humilde gesta.
Indudablemente que los lectores con experiencia crítica y formación filosófica, los escritores que llevan la bitácora de nuestra efímera existencia, se embelezaron en el alegato de los protagonismos. Nuestra tesis fundamental nunca fue la cursi discusión de Gombrowicz contra los poetas, sino la tesis de Lyotard, el lenguaje como plataforma del juego, del poder. Nuestras atentas lecturas de Foucault y la consecuencia de nuestra visión jamás llegaron a la grosería de una bohemia insulsa, mucho menos perdimos la lucidez, tal vez la decencia y el engomamiento, el tufo literario. Y otra vez observamos la intolerancia, el nerviosismo, la envidia y el rechazo. Fuimos suprimidos de nuestros blogs amigos, compelidos a retornar a “la cordura”, como si se tratara de una “actitud adolescente”. La carencia de sentido epistemológico, de sentido del humor; el prejuicio en las lecturas, el remanente del adoctrinamiento académico, el carácter vertical de las ideas, la actitud “intelectual”, el ideologismo, la ignorancia, la petulancia, el afán de reconocimiento, el temor al olvido; en fin, el absurdo del mundo literario se nos echa encima cuando sacudimos un poco las ramas de las letras.

Suprimir lo que decimos es suprimir lo que somos.

El acto poético es íntimo y paradójicamente social. Jamás jugamos más en serio que cuando proclamamos la muerte de la poesía y nuestra propia muerte. La continuación del canon sin plena conciencia epistémica no tiene mayor importancia en los juegos del lenguaje, y constituyen meros artificios adscritos al metarrelato de las jirafas.

Volver a la poesía con nuevos ojos. Leer la poesía de todas las épocas, los grandes saltos y los pequeños pasos que damos en la construcción de un imaginario que no tiene fin, sin ignorar el goce falso. Nadie nos lee mejor que nuestros compinches literarios cuando compartimos la aventura de crear nuevos derroteros en el farragoso camino de la literatura. Bienvenida la puta joven. Bienvenidos, señoras y señores, a la montaña de los ebrios, donde yacen sepultados los poetas.


El mar de nuestros días

A Manuel Zelaya Rosales
Presidente de Honduras


Vendremos intrincados, como simples instrumentos salidos del mar, sólo para volver a levantar las piezas de junco, para vernos, blancos o negros soldados, listos para la batalla, guarnecidos y con la mirada puesta en el ejército, en la mirada oficial, en la corona.

Sin rodillas nacimos, y más ángeles se nos juntaron después de la cárcel. Después de miles de horas nacimos hechos ya árboles con frutos, ya calaveras revestidas de sueño, ya sin máscara. Ellos eran el hacha en el cráneo y jugaban con nuestros cadáveres como dados y se disputaban nuestras humildes vestiduras de manaca y hojas de eucalipto. Ellos reptaban por las paredes de nuestra cédula celeste, en el acuario, como antiguas tortugas, y se adherían a la sangre y a la sed que no había muerto, que solamente sufría en silencio el tajo limpio de sus empuñaduras.

Pero volvimos intrincados y sabios en el rastrojo, en el naufragio, en el músculo molusco de los ríos, en el cordón umbilical de la miel y las abejas. El amor es una bruma, nos dijo nuestro Lázaro, pero también es el fuego oculto en la ceniza. En el hirviente verano de aquel año, su manto fantasma forjado en solitario, encontró la forma de metal y de tenaza.

Yo, el vil poeta, también forjé mis imágenes para hacerlas rugir en la guerra, y ahuyenté a las hienas con mi sangre jactanciosa, con mi profundidad, con mis descalabrados dioses.

Volvimos, intrincados y sabios, dispuestos para el mar de nuestros días.




El viejo truco


Una vez en el agua con que irrumpías mis ojos se asomaron los antiguos animales de Grecia. Miles de trazos, colocados uno a uno sobre las piedras filosas, te recordaron de pie, junto a la ola, y seguías navegando impávida, para que yo te viera invisible. Eras azul, o el sol esquiaba destejiendo la brisa sólo para acercarse y beber tus galanterías, tus algas fantasmas adheridas al costado, al nudo verde de tu vieja bufanda donde, a veces, te hallaba dormida. Dime si en el fondo marino tu huella detestaba encontrar la marea, el origen incestuoso del mar, tu hielo y tu viento y todos los cordones con los que atabas mi cobardía, impúdica, hundida por siempre. Dime, sal navegada, rota escayola de vándalos tritones, de adocenadas aves muertas; dime si una vez trenzados tus muslos allí, en el viejo recuerdo de mi sombra hecha piedra, deseaste haber muerto, olvidada, sin delfines, sin rudos navíos, sin más molicie que este viejo truco llamado poema.



Mi mundo era estar de pie frente al espejo



De los inauditos escrúpulos que padecí, sólo quedan las vísceras de un coro que invadía mis pequeños jardines. Mi encierro y la barba de chivo se fueron al carajo. Recuerdo que una vez estuve asando elotes en una hoguera improvisada en la montaña y, viendo el chisporroteo, deduje que todo debe ser señalado como baladí. Si nada se detiene tanto tiempo, visto en todos sus ángulos, como mis pasos al doblar una esquina; entonces debe ser ignorado, renunciado, malherido. Mi mundo era estar de pie frente al espejo, la ocasión fugaz, el cerro de murmuraciones y de huesos; las derrotas y los golpes de rodilla.

Ningún aficionado cruza el Jordán dos veces a nado y queda estrictamente prohibido pensar en la gloria. No hay condimento ya. Hamlet fue lenguaje puro, mercancía para el cine de las multitudes y los cuerpos satisfechos.

El maldito bufón pretende alcanzarme otra vez con la hipocresía del orden, la disciplina y la lógica, y yo he puesto en movimiento mi añorada hazaña, el deporte ruinoso de la fiebre. ¡Frenen el camino que brota de mis pasos! ¡Detengan la hechicería deliciosa! He ahí a los viajantes contentos en su eterno descanso. Por fin los muertos hablan. No aceptamos bagatelas ni distribuimos espantos.



La maldad es la decoración


Y mi amigo Montaigne subió a su caballo sublime, una especie de Shakespeare amaestrado. Lujosamente anduvo en el jardín para degustar el resplandor soleado, el breve asidero de la fuente pedregosa. Una piscina al fondo rebullía y recostó su cabeza en el suave lienzo de plumas y finísimo macramé. Pensó el silencio y la decorosa calidez del aposento. Lejos, en la espantosa orilla, Van Gogh enterraba su oreja devuelta y Leopoldo Panero buscaba una cucaracha de ojos azules. Quizás yo me derrumbaba en las escaleras del burdel y al viejo repartidor de panes se lo comían las hormigas pensantes.
- Hoy me he dedicado a escribir poemas sin precio. El maldito decorado es único.



No tiene sentido hablar culeradas


Era el tiempo de las palabras felices viajando hacia el lago maldito de la mentira. Las niñas caían bellas, fluidas y graciosas desde los encajes azules. Sentadas en la yerba, antes del salto, balanceaban sus deditos rozando las barbas de Dios; un dios bello, alto, blanco y de aspecto saludable…
El día antes de morir por la noche, mi hermano rompió un sol equivocadamente y la cucaracha negra salió del bote de la avena. Demasiadas damas y perras bestiales se reunieron en la parte trasera de la casa. ¡Oh, mierda!, dijo Mr. Laky, recién venido de Ámsterdam, a pasar sus tristes vacaciones. Desde arriba, entre los cajones de cartón guardados para el viaje, se desprendieron los ratones grises armando el escándalo.
Más tarde, pasada la tempestad, Mister Laky sorbía su café negro con dos cucharaditas de azúcar.
-La poesía es una fruta dulce, dijo.
-Es una puta mentirosa, le dije, no es más que esta pocilga llena de ratas. Tómese el café, mister Laky. No tiene sentido hablar culeradas.


Salí a morir


Todavía estás bifurcado entre escribir bonito y escribir como hombre. Si tu sillón hablara te diría la verdad, te contaría como apesta tu trasero acomodado a la fama, al perrito pequinés del confort. Todavía tus demonios son desnutridas bestias violinistas, sin conocimiento del mundo. Soñadoras y curiosas damas ambulan como deidades en tus libros, y no podés dar un paso sin arreglarte el cuello, sin verte al espejo y pensar en tu caso. Has visto los atardeceres claros, pero no has sentido el eclipse, la caída de la noche en su verdad oscura, el holgorio pueril; la trabada parlantería de la imbecilidad. Sin embargo, podés salir a buscarte, al encuentro de tus viejos experimentos perdidos. Nadie te ordena quedarte clavado a la apariencia que has ido dibujándote, nadie tiene un plano del dique con el que has tropezado.

Salí a morir, violinista, maldito guardia de las lunas muertas.


¿Y si de pronto nada se vendiera?


¡Y si de pronto nada se vendiera! Si desapareciera el dinero y quedaran únicamente las manos diosas, las portentosas obras sin culpa. Si el silencio volviera a las sinagogas  y a las iglesias donde Dios cobra su basalto. Si el hallazgo inmediato y la cura de la lepra volvieran a su fuero, sin precio, como tu corazón que nadie compra y que nadie osa colocar en anaqueles. Debes hacerte la pregunta sin juzgar, ¿Y si de pronto nada se vendiera? Caminar con el aliento tranquilo de morir sin pagar de antemano el cajón del viaje, sin anhelar el vino por sus años, ni el sexo por su maña. Lo que se ha hecho verdad y bullicio antes tuvo  indiferencia, y las pobres multitudes sucumbieron a  la mercancía sin saber lo que perdían. La basura y el grito de la mulería se instalaron bajo el cielo para sembrar el espanto, para esconder la lluvia con sus pieles, para crear un mundo aficionado a la opulencia inútil. Pero aún los vendedores ciegos suelen preguntarse ¿Y si de pronto nada se vendiera?


La sangre sacrílega


Pudieron haber nacido miles de poemas, pero preferimos vivir, saltar al abismo y encontrarnos con la verdad: La poesía no existe, existe la vida, existen las piedras, existe el dolor, existe la noche y el espanto de morir. Si no dice la vida, la poesía está muerta; si se zambulle en la ridícula utopía de la gloria, la poesía está muerta; si no habla de la sangre que late en el hombre, la poesía está muerta. Muerta. Una vez peleamos en el Merendón, nos golpeamos después de tanto beber; absolutamente borrachos nos descuajamos, desconsolados por la vida, por los amores perdidos, pero ya no había musas y había que llamarle dolor al dolor y raspones a las peladuras de las rodillas y los brazos.  Fue efímera la existencia de Los Poetas del Grado Cero, murieron al nacer. Morimos. Muchos huyeron avergonzados por la avalancha de mojigatos lanzando diatribas contra la movida del tapete. Pero la poesía estaba muerta. Está muerta. No sirve para nada, excepto para fabricar viajes y pequeños escenarios de gloria donde no se dice nada más que la burda adulación de la estulticia. El licor una vez fue trigo, de igual modo, la poesía una vez fue vida. En ese camino murieron Los Poetas del Grado Cero. Y la infamia sigue golpeando su sangre sacrílega.



Mi gibosa madre no entiende de palabras



Yo no fui un bardo. Mi mérito fue menor. Quizás yo fui el obtuso, el ciego cuyo pecho pudo albergar un corazón en mansedumbre. De hecho, mis primeros poemas fueron palabras de amor, palabras de tiempo, palabras trenzadas para saborear su forma, su textura, su color. A esto le llamé la forma interna del poema, a la intención que tenían mis palabras. Palabras temerosas, aterrorizadas, paralizadas. Entonces Neruda fue un maestro sobrio, un verdadero bardo que campeaba en mis palabras con su enseña gloriosa. Pero pronto su ampulosidad continental cedió al rebanar su garganta con un tiesto seco, con un hueso de asno. Fui burdo, lo reconozco. Me fascinó su poesía amorosa, sus odas, pero acabé con el festín disecando su melodía una noche que me dediqué a mí mismo, con una botella de ron, la Canción desesperada. Un año antes habría sufrido más con César Vallejo. César Vallejo ha muerto, me decía, como si dijera Jorge Martínez ha muerto. Y miraba a los transeúntes con su ladrillo a cuestas. Neruda y Vallejo estaban vivos entonces, oscuramente encerrados en mí, y su celebración y su llanto eran mi risa y mis lágrimas, y sentía a través de sus versos. No echo de menos ese tiempo, mi porción de mojigato, mi cursilería. Pero había que aprender, había que crecer y dejar la actitud mendicante en la poesía. Aparecieron entonces Juan Bañuelos, José Carlos Becerra, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Antonio Cisneros, Vicente Huidobro, Octavio Paz. Y detrás de ellos André Bretón, Pierre Reverdy, Tristán Tzara, Mallarmé; y más atrás estaban Rimbaud, Baudelaire; en fin, el mundo de la poesía es inmenso, inconmensurable. Hacia dónde caminar si había encontrado una clave para andar. Luché con las palabras. La poesía abundaba. Hacia cualquier rincón del mundo donde pusiera la mirada se levantaba un poeta: Ungaretti, Cuasimodo, Cavafis, Li Po, Matzuo Basho, Cavalcanti, Montale, Borges, Parra, Whitman, Pound, Eliot, Maiakovski, Seferis, Lihn; la inmensidad, un universo en permanente expansión. Mi alegría infantil, mi porción de felicidad divina, el aire matinal, la sensación de llegada a la monstruosa fuente de la belleza. Entonces la belleza era la poesía y escribí  sin escepticismo, y caminé por el campo con mi morral satisfecho de libros y encontré la noche y las velas. Y dije que no tenía sentido el amor que finaliza, que no tenía sentido la desesperanza, que no podían morir los sueños del hombre. Y en mí residió el himno del amor y la humildad de las semillas. Yo no fui un poeta consagrado a la zozobra, ni mi corazón se derramó en los charcos. Yo tuve una vez en las manos una carta para leerla al mundo y murmuré a mi propio riesgo contra el régimen y la poesía estuvo muda ante los muertos. La poesía fue un pasquín para aliviar la sangre y atenuar el olvido.

La poesía nació para ocultar que estamos muertos, para mentir sobre la vida y mentir sobre la muerte.

La poesía embozada, de hogazas tibias y suaves alabanzas.

Pero encontré la noche verdadera y palpé sus carnes magras, su amarga carne rechazada. Mi gibosa madre no entiende de palabras.

Maldita, oscura, jamás tendrá una estatua; su pelo esculpido tras las ventanas mojadas, como una madre, me llama.



Hablaré igual que se rompe una esmeralda



I


Soy un dios de mármol y no intento volver a mi alma. Desde mi sombra hecha para los ciegos, en la absurda terraza hablaré igual que se rompe una esmeralda.

No sobreviviré a mi propia voz y opulento me perderé de pronto. Partí, y fui un caballo veloz desde mi nacimiento. El enorme sendero por el que una vez mi madre, mi pobre madre lejana me siguiera convertida en muchedumbre, me sirvió de epitafio, y nunca lo supe.  Hubiera sido genial gritarle a mi hermana Vilma, decirle pedregosa y púrpura, mujer alzada desde la piedra; decirle a mi otra hermana, a Toña, te amaré desde la seda del cielo al que renuncié definitivamente por blasfemo.



II



Como un niño que traza por primera vez en el aire una raya oscura con la tiza blanca de Pepe Luis,  trazo la palabra y suscribo estos paisajes bajo los árboles, embebido en un impalpable incienso, y yazgo con las manos abiertas, encerrado en esta ciudad en la que  nadie jamás leerá mis versos. Y haré florecer enormes ramas para la vacuidad y los helechos. Todo lo haré para abismar y fermentar a la incorruptible turba. Ellos vendrán por su cuenta a desenterrar mis huesos.



III



Después las víboras sobre la hierba y el día del volcán, la luz voraz  antes de la noche que no conoceremos. Después el viento contra el cerro antes del bisonte, antes de los árboles de piedra extendidos sobre la aurora. Después miles de obsidianas fluyendo al sur disueltas en el espejo negro del agua, convocadas por la mano que desolla al tapir, en unánime acuerdo con las hojas y los campos donde antes pastaran. Esta hubiera sido una historia.


IV


Como poeta hubiera construido las imágenes en suaves ondulaciones, la aurora como una hoja ebria por el sendero que concluye en mi lago. Nada es breve cuando calla. Es demasiado. Procuro sentir la bruma, la hierba y los árboles quietos antes del día. Me hubiera gustado verte antes de que dijeran tu nombre, sosegada bajo la lluvia. Me hubiera gustado verte antes de que te lastimaran o jamás haberte visto o jamás haberte visto lastimada. Me hubiera gustado verte antes. Antes de que te lastimaran o dijeran tu nombre.





No hubo ningún fin


Era tanta nuestra ceguera que no podíamos ver la sangre de la atmósfera, su corazón derramado en la colina y la enorme roca estrellándose contra la desmelenada alcoba del arte. Repletos como estábamos, nos limitamos a ver la dorada marea y las cuerdas azules de las lunas. Alguien a mi lado dijo mi nombre y yo me reí de semejante tontería. Tomé el camino que iba al campanario de la iglesia, a pesar del toque de queda, sólo para rememorar una tarde en que ebrio, como nunca, a mis quince años blasfemé contra todo. Mi amigo Wilmer, el más pequeño del grupo, se había sepultado solo, colocando piedra por piedra en su cuerpo. Las señoras de la iglesia se arrodillaron debajo del campanario rogando para que me volviera la cordura o al menos para que no me lanzara. Entonces levanté la mano como quien oficia y grité Dios no está por encima de las algas y las bestias sagradas. Esa vez fui un marrano igual que el sacerdote.

Pero hoy todos se habían ido a la colina o se quedaban en el sendero, en las alamedas o en los claros del bosque, atemorizados por la música ronca de la tormenta vecina. En el aparatoso silencio, muchos bajaron a las mansiones construidas en la arena de los puertos, seguros de ver los últimos atardeceres. Todavía resuena en mi memoria la burla de Dios o la imbecilidad del hombre. No hubo ningún fin. La humanidad perdida sigue domando los mares y las montañas hasta el hartazgo.



La convicción del invicto


Ellos eran burdos para matarnos, pero nosotros demasiado mansos para morir. No teníamos justicia ni descanso. Sólo nuestra libertad profanada y un derrotero de rebaño habituado a marchar silencioso por el oscuro valle. < ¡Oh patria, nos sentimos demasiado tristes y cansados para seguir muriendo!>, dijo un poeta mustio tirado en la hierba. Nuestra mansedumbre fue símbolo del escarnio y de nuestro orgullo extraño. Prisioneros y dóciles ambulamos miles de noches y miles de días infinitos. Por las tardes nos vimos marchando en la inmensa caravana contemplando los pies heridos de los ancianos y las lágrimas en los niños. Nada poseía nuestra gente más que los viejos y raídos sombreros. Las mujeres, acostumbradas a la sumisión y al llanto, no lloraban, su altivez y una inusitada valentía eran la señal más clara de nuestra humilde gesta. ¡Yo vi a nuestro pueblo victorioso en toda su derrota! ¡Le vi andar con un solo pie, descalzo, y vi su casa desvencijada y su cielo claro, y vi su llanto contenido, escondido en sus manos!  Nos mataban nuestros mismos hermanos por la vileza del dinero, eran burdos para asesinarnos; pero nosotros demasiado mansos. Un maestro dijo que nuestro pueblo era sabio, que sabría alcanzar su libertad. Y nuestro pueblo luchaba en mansedumbre, sin odio, con la invicta convicción de un viejo árbol.



El club de las gallas y las trescientas hormigas


A Natalie Roque, Mayra Oyuela, Tutu, Karen Valladares, Lucy, Mayte Rivas, Mili, Zue y Gloria.


Las hijas del verano arden otra vez con más inteligencia. Esperan pacientemente a que sus hijos concebidos en junio peguen su boca en la colmena agria fermentada en largas caminatas por las pedregosas y enroscadas calles. En las noches que antes rezaban, ahora colocan su mirada oblicua en el techo, con el ceño casi fruncido, y sueñan que sus enormes enaguas de mujeres frigias se convierten en tormenta, mientras el agua de la lluvia lava la sangre de sus hombres muertos a manos del régimen.

Ellas, que aman ver sus casas coronadas de flores silvestres, ahora se visitan más a menudo y juegan como niñas descubriendo un mundo lejos del hocico lascivo. Abren el ropero y desenganchan antiguos corsés, ríen, y observan su cuerpo en el que todos los pájaros y bestias nocturnas quisieran acampar con su bullicio. Al desnudar sus pechos, sus gemas se jactan en una delicia de vaivenes por la que pequeños gnomos corren escurridizos al llamado de un amor inédito. Quién diría que en una luciérnaga podrían encontrarse registrados miles de azotes antiguos y el siseante mandato de los gansos. Una vez percibida la farsa de su felicidad al lado del cornudo, y visto el hombre en su miseria solitaria, la doncella enciende la antorcha y vuelve a caminar en el club de las gallas y las trescientas hormigas. style="font-family: Georgia, serif; font-size: 12pt;">

-          Si la amas, tienes tres amigas, dicen; y trescientas hormigas si la maltratas.

Yo he disfrutado su abrazo, las he oprimido contra mi pecho y desaparecido cuando cantan. En mi patio fuman y beben y narran su historia y su sueño insurgente. Por las calles podrías confundirlas y hasta enamorarte de su bamboleo. Pero no te acerques demasiado con intención lasciva.



Definitivamente, México tiene un culo triste



Entonces se me acercó el salvadoreño con su afable manera para decirme “Estás vivo, nadie ha destrozado tus sueños y sos el intelectual más salvaje que he conocido”. En el camino recordé que no era posible un hombre más malo o imbécil que yo, que lo salvaje en mí consistía en destruir al otro, que mi especialidad literaria estaba definitivamente consignada a las termitas, es decir, a la perniciosa técnica de desmontar todo lo que no sea acero niquelado, es decir, poesía. Mi primera impresión de mí mismo fue el espanto. Me dio tanto miedo ver de lo que era capaz que tuve fiebre por la noche. Era una fiebre distinta, una fiebre moral. Habíamos llegado al burdel con el grupo de amigos centroamericanos, en cuenta dos mejicanos entusiasmados con la idea de conocer “el culo de México”. Nos metimos al lupanar sin ninguna guía. Era un enorme antro con forma de U. En la segunda planta estaban las habitaciones dedicadas a la complacencia sexual. Nos habíamos tomado unas cervezas mejicanas y ya estábamos prendidos. Realmente no había ninguna mujer bonita, todas eran hijas de la femme  fatale. El mexicano se acercó a mí con una especie de curiosidad encubierta “¿Y qué, güey, no le vas a entrar a una vieja”? “Yo sólo vine a ver”, le dije. Y me empiné la cerveza con intención suicida. Debajo tenía otras dos cervezas sin destapar. Esa mujer quiere estar con vos, le dije, señalando a la deforme bestia que se acercaba. Era una gorda desmelenada, una verdadera causa perdida con extremo sentimiento de culpa. ¿Entonces, papi? Le dijo. Vamos al cuarto, la atajé yo. Él quiere coger, yo sólo lo ando acompañando, le dije, y me empiné la cerveza. La mujer se sentó al lado del gordo peludo y el gordo peludo se sintió atraído por la desgraciada mujerzuela, con la mirada de perro moribundo le preguntaba si quería estar con él. La mujer estaba en trance. “Chi pech”, dijo, y entre gimoteos le pidió una cerveza a pesar de la evidente borrachera. El gordo peludo la analizaba. Yo ya me terminaba la última cerveza. La mujer se le sentó en las piernas.  Vámonos al cuarto, dije, conseguinos más cervezas. Y le largué el billete de diez mil pesos. La mujer se levantó y regresó pronto con una provisión para toda la noche. Fuimos a la habitación. Yo sentado en la silla de la mesita, el mejicano sentado a lo largo de la cama y la mujerzuela recostada en sus piernas, llorando. El mejicano le hacía pequeños bucles y ella le tocaba la punta de la nariz con los dedos. “Definitivamente, México tiene un culo triste y lleno de culpa”, les dije, y me levanté con dos cervezas aún llenas. Me sentía en completo dominio de mí mismo y me repugnaba la escena fallida.




A PUNTO DE ESTALLAR 




Nadie sabe qué va a pasar, o cómo se va a desatar lo que nos está pasando. Hemos estado ahí, visibles para todos, nos hemos hecho mirar y dejamos fuera lo que teníamos dentro. Demasiadas ganas tenemos de cambiar tanta porquería. Tenemos hambre, es cierto, estamos hechos verga, pero no es por el hambre que nos hemos expuesto, es por la humillación, porque nos han querido ver la cara de imbéciles. No sabemos cómo putas hacer una revolución, no sabemos qué camino tomar, si lo supiéramos, ya lo habríamos tomado, o quizás lo estamos tomando sin darnos cuenta, porque nadie sabe cuando exactamente empieza una revolución. Sólo tenemos los pasos, las ganas, la desdicha de no contar con un ejército que nos llame a estrechar filas. Es una desolación inmensa, un estar solo en medio del gentío, somos muchos y aún no somos tantos. O tal vez somos suficientes pero no hacemos lo debido, algo nos falta; algo que empiece el combate real, como cuando nos echaron de la embajada del Brasil y nos retiramos a nuestras barricadas en los barrios; cada tugurio fue una barricada en un segundo. Quisieron contenernos, nos vimos amenazados por las tanquetas militares, y aún ahí, en medio del fuego y las piedras nos sentimos mil veces mejor. Amenazados, pero dispuestos a contraatacar con nuestros pequeños puños, que no eran pocos. No somos obreros hambrientos ni campesinos harapientos, somos una revolución en camino, un hombre sólo a la víspera de su revolución. De nosotros no se volverán a reír, ni de nuestra desdicha. 






DÍA DEL APRENDIMIENTO


(La Babilonia de Mayra, Fabricio, Karen y Jorge)*




En el patio de los gatos queda mi alma, un aullido sin mariposas, mis poemas, el gusano aplastado que me picó antes de morir, mi pequeño sarcófago de Houdini cuando vuelve a casa. Impresiona tal vez la sombra, que suspendida en agua ha ido erosionando la tarde, no hay ninguna música que en este momento me haga desaparecer bajo la tibia luz de la noche. 


Poseída por Juana Pavón, la noche sonámbula se limpia las uñas en el filo de las estrellas. Busqué después si había hormigas alrededor del gusano muerto, y estaba limpio. El gatito imperialista aún jugaba con el cadáver que simulaba estar vivo. 


¡Tempus fugit! Llevo una fuga hasta las últimas consecuencias, como un verde leopardo que se ha subido al mango a pronunciar sus sueños. 


Me han llevado entonces los sueños, y ahora que escribo he quedado completamente sola, sin palabras ni gritos, ni llanto. 
Mucho menos estrellas en el techo húmedo de la casa.Beso la palidez creando en cada respiro la fuga que me conduce al cementerio de los gusanos. Habrá que amanecer con la boca del silencio y vendar los ojos a las mariposas. 
Yo soy el gato jugando con Juana Pavón, el gato que defeca en la mano de Satán. Yo soy Papasquiaro tratando de revivir al maldito gusano que finge estar muerto. 
Y qué importa que los dedos taladren desde la oscura muerte a la carcomida vitalidad de este disfraz de madera con que me sepultas, ay, blanca, ay, ondulada ternura. 
No alucino viajar en ningún ataúd hacía ningún sitio. No me interesa la muerte, mucho menos la vida. Yo simplemente suelo ser quien soy, sin tartamudear ninguna consecuencia del destino. 
Bizarra la alegría, fingir con un Papasquiaro en los zapatos, cruzar las calles de la muerte, disfrazar de madera los pasos para dejar hundida la melancolía y seguir fingiendo muerte entre  los muertos. 
El miércoles 31 de marzo de 2010 nos reunimos en la casa de Fabricio y Mayra, nos convidaron una botella de Habana Club 7 años. Conversamos sobre los asuntos del día y escribimos un poema colectivo. Recordamos el día de la captura de Jesús de Nazareth.



A mis espaldas la ciudad dormida


Del cardumen el ornato fecundo, tal como he soñado. Las tristes palabras con las que me quedaba a solas. Siempre por la mañana. Preparaba mi café, una taza con dos cucharaditas de azúcar viendo de reojo el fregadero como un cementerio de palabras mudas. Cáscaras de huevo, frijoles, desperdicios de huesos, cuchillos, pocillos con agua, y otras muchas cosas no del todo calladas. Luego rebuscaba en los andamios de mi propia memoria, más atolondrado que visionario. Me quedaba en completo silencio esperando la frase con la que arrancaría este escrito y escuchaba palabras absolutamente anquilosadas. Ignoti bonumignoti bonum, me retumbaba en la cabeza, pensando en el juego muerto de la inspiración. Lastimero recurso me decía. Y vagamente pasaban por mi cabeza embebida en cafeína las réplicas obscenas y las burlas que siempre dirigía a mis amigos, ya para entonces menos. A mis espaldas la ciudad dormida y enredada en infinitos hilos de alambre, anudados al inútil perro que ladraba encerrado, quizás menos estúpido que yo ladrando en silencio.




Era difícil no prestar atención a la deformidad






De pronto nos fuimos viendo más a menudo en los hospitales construidos de esponja y cartón comprimido. Los que antes fuimos revolucionarios ahora no éramos más que una extraña golilla de enfermos terminales. El poeta X cubría por momentos el enorme agujero de su garganta con el antebrazo y modulaba sus graves acordes con acompasados movimientos. Era difícil no prestar atención a la deformidad. Las bancas repletas de literatos, pintores, payasos, violinistas y bailarinas envejecidas mostrando su pedazo de papel, su contraseña para la sesión médica. Por los pasillos, a la izquierda, las camillas cargadas de alimentos vencidos y desperdicios pasaban impúdicas. Las conversaciones cada vez más nostálgicas hacían brillar ocasionalmente los ojos de los que antes fueran reconocidos intelectos, brillantes y ocurrentes pensadores, ahora al borde humillante de la muerte más sombría de la que yo mismo tuviera memoria. “Recordá lo que te hicieron a vos”, le dije, “tuviste que exiliarte por más de diez años. Y cuando volviste sólo encontraste esta maldita miseria en la que hemos a penas sobrevivido”. “Si vos lo observás bien…”, me dijo, “…todo pareciera programado para hacernos morir de la manera más degradante”. Por la puerta lateral del fondo asomaban los ataúdes de fibra negra de vidrio. Las yeguas que descargaban el carromato en el cementerio de al lado, apenas rezongaban entretenidas en comer los desperdicios del hospital.




Enorme lío era vivir simulando estar cuerdo






Había algo que celebrar, pero no sabía qué cosa. Todos bajábamos por esa calle que daba a una especie de gimnasio. Íbamos caminando y sabíamos para dónde. Bajábamos a jugar o algo parecido. En el camino sonreíamos y el sol era fuerte, muy fuerte, era temprano, de mañana. Caminamos despacio conversando entre nosotros. Llegamos al sitio lleno de muchachos y muchachas que se preparaban para el juego o algo similar. En el anfiteatro las cosas aparentemente estaban listas. Yo había sido diligente, hábil, y no contaba ninguna deuda, podía celebrar, podía jugar y todos querían ver mis resultados. Bueno, no todos, pero se notaba que ambos equipos me ofrecían el uniforme. Estaba contento porque todos estábamos ahí. Cuando me detuve en las graderías, una mujer demasiado joven y madura para su edad, trabó conversación conmigo haciendo notar que en ese lugar el sol haría pedazos mi espalda. Me mostró, quitándome la camisa, los miles de cuadritos que tendría mi piel; aunque fuerte, sufriría mucho. No era recomendable. “Estará fuerte el sol”, dije, y bajé despacio las escaleras. Salí caminando y el sacerdote de la comunidad, camuflado con ropas ciudadanas, me miraba con atención esperando mi saludo. Yo a penas lo reconocí. Por la insistencia le hice un gesto con las cejas y seguí andando muy alegre. El otro dirigente lenca, también se puso de pie y extrañamente me hizo un saludo militar muy circunspecto. Al pasar por la cabina me llamaron los directores del juego. No ha planchado su ropa, me dijeron. No, les dije, cuesta energía, y está escasa el agua, hay que ahorrar recursos, pero estoy bien. Era necesario mostrarse tranquilo, sin ninguna fisura, muy seguro de sí mismo. Eso era crucial. De ahí provenía la entereza. Evidentemente jugaría con algunas interrogantes. Quizás mis medias de color verde demasiado intenso hicieran un contraste robusto con el adoquinado. Pero conversaríamos alegremente al final del encuentro y poco a poco la escena se iría diluyendo. Cada quien para su sitio después de subir la cuesta. Nadie se iba a dar cuenta de mi profunda preocupación, de mi extraña inteligencia para sobrevivir mostrando cordura ante semejantes disparates. Enorme lío era vivir simulando estar cuerdo. 




Yo te volví a ver




Yo te volví a ver una tarde inesperada. Te vi de otro modo, con la cabeza descargada sobre el hombro. Alter ego expuesto a la mirada de todos, horrible, como en verdad te mirabas. Te vi, poesía mía, te vi cuan fea eras hasta atemorizarme. Llena de plagas y viejos accesorios para la risa. Antes de irte, sin alegría, con aquella enferma tristeza aparecida de pronto entre los aldeanos, reclutada ya para la muerte; te llamé y te dije: ¡Cuánta falta me haces! Y me viste otra vez con tus ojos dibujados en mi libreta. Dos arquitos arriba y dos puntitos negros abajo. Y me abrazaste. “Siempre ibas a venir”, dijiste, “ya lo sabía”.



Yo he decidido acuerparte



Yo he decidido acuerparte debajo de esta tierra, debajo de estas mil toneladas métricas de incertidumbre que produce tu nombre. Te han arrancado la boca, te han restregado en la cara los orgasmos de la traición, te han descuartizado la risa, te han soplado como a una botella hasta reventarte, te han amenizado una fiesta de la cual te han lanzado a patadas, te han pescoceado la barata mueca del bolsillo roto, te jodieron la velada y estás tirado en el suelo, bajo la lluvia  de mierda en la que estás hasta el cuello. Estás atorado, viejo, estás atragantado en la historia, hay que matarte, anestesiarte de verdad las vértebras de los días que has vuelto desperdicio. Vení, mogigato de mierda, acercá el trasero para lanzarte lejos, a la realidad de esta maldita muerte que no querés aceptar. Estás sepultado, y sólo yo he decidido acuerparte, arroparte de silencio, apagarte la luz, callarme igual que vos, sacarte de debajo de esa puta mesa burguesa…






Volarle la tapa de los sesos a la mala poesía




A mi amigo Cervantes



Cuando Roberto Bolaño dice que la misión de los Infrarealistas era volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial, se refería no sólo a no mirar con los acostumbrados ojos piadosos a una poética falsa, sino a reventarla, a partirle el cráneo. El problema de los enamorados de la contemplación piadosa es que se entregan con los brazos abiertos a la literatura sin pensamiento. Yo, kamikaze de los Poetas del Grado Cero, los acuso de utilizar materiales inciertos, de construir delicados monumentos para la religión pomposa de la nadería. ¿Podríamos decir que en Honduras tenemos una cultura oficial? No. En Honduras la oficialidad de la cultura no ha estado al mando de los intelectuales de derecha. Casta burguesa que no ha podido construir nada, si es que realmente existe. Sin embargo, de los intelectuales de izquierda, exceptuando algunos casos concretos de la generación madura de los poetas del país, la mayoría de los escritores jóvenes se encuentran anclados, enterrados en las profundidades de una religión muerta parecida al modernismo.  O simulan acoplarse a “la realidad” con unas llagas poéticas que dan lástima, pero que nadie entiende. ¿Por qué recubrir con excesiva intención decorativa o aparente dislocación del sentido? Este es un mal que se viene observando desde los ochenta y que no ha sido superado. La poesía no es escondrijo del sentido, ciegas conexiones baladíes, sintaxis caótica por ignorancia. Existe enorme evidencia en una cantidad voluminosa de textos en los que se amontonan imágenes ininteligibles, que no  transfieren absolutamente nada al timorato auditorio que aplaude en la más pasmosa y atroz bobería. Un poeta que finge saber construir estructuras artísticas con el lenguaje y un auditorio que finge inteligirlas. La multiplicidad del sentido no se encuentra en el sin sentido, sino en la transparencia universal de la palabra. Volarle la tapa de los sesos a la mala poesía, a la mala literatura que es, hoy por hoy, la cultura oficial, no del estado, sino de una intelectualidad fingida, falsa y mediocre: He ahí la misión.




Una lectura perdida



El problema de la narrativa tuya es que es totalmente impersonal y no logra siquiera un fruto muerto, no late, no vive, no tiene constitución ni estatuto. Tu historia es un inmenso tesoro encerrado en la supuesta sabiduría de la técnica. Hace falta tu crimen, tu propio asesinato. En lo que a mí respecta, ya estoy curado de falsedades, de jornadas infantiles, de un mundo sin riesgo ni aventura, sin vida. No es necesario que me guste nada tampoco, quizás ya no me gusta nada y lo que menos me gusta es la literatura acartonada y pretenciosa, que finge un mundo. Supongo que ya es hora de la estocada final. ¡Muerte a la literatura! ¡Muerte al relato virgen! ¡Amá tu vida, fornicá, despeinate un poco y vestite de luto porque la pobre puta jamás resucitará!



 Ciudadano de Palundra


I


Palundra nació aquí, en este desfiladero. Ninguno de nosotros, islas absurdas, conoce al otro. Nadie sabe de dónde venimos, dónde comenzó esta manera de reproducirnos sin genio, en medio de este insano griterío. No gozaremos nunca, jamás encontraremos ese lugar que alguna vez nos prometieron. Nuestra propia madre nos golpeó en la boca al nacer. Jamás supimos hacia dónde lleva esta pesadez grosera de vivir. Todo se degenera y muere tan velozmente delante de nuestros ojos que nadie tiene oportunidad de repensar las cosas. No hay oportunidad para la filosofía. No hay lugar para los presos, para los locos, para los desahuciados de los hospitales. No hay uno sólo aquí que pueda hablar por nadie, que pueda ser escuchado, llevar la voz que comunique las azoteas; un moralista, un filósofo. Viendo una piedra o una hoja muerta, o la labor de un poeta, se materializa Palundra. Estamos absolutamente separados, como si no existiéramos. Pero vivimos, estamos aquí, en el desierto, sobre la cima de un mito del que forman parte la muerte con su adorada metáfora del origen, y la vida, con su novedad truncada del futuro.
Y no obstante pensamos, tenemos ideas, imágenes que asoman sus ojos al abismo y se reconcentran en el sentido de la muerte. Tenemos miedo de morir, tenemos la imagen de caer y nos aferramos al aire, a la imagen de nosotros mismos, seres humanos, individuos con ego, plantados como un tronco a la orilla. Nos aferramos al deseo de vivir materializados en la imagen de un árbol. Somos un árbol con raíces de precipicio.

Pero también hemos perdido el miedo de morir y a veces pensamos que no tenemos miedo de morir a secas, sino miedo de matarnos, de asesinarnos, de encontrarnos un día ante nosotros mismos y hundirnos la estocada.

Temor de estar solos porque afuera, lejos de Palundra, no hay nada, sólo el desierto baldío, las montañas arrasadas y el viento.

¿Cómo iba a creer en mi deseo, en mi razón, en mi hambre? Sólo Edilberto Cardona Búlnes yuxtapuesto horizontalmente, atento a su silencio, como un Edipo muerto, intentaría embuste semejante.

Palundra jamás fue visitada, nació sola, nadie sabe de dónde, ni por qué de esa manera, en el desfiladero. Quizás no he muerto porque nadie vino.

Vi una vez a un campesino cavando un pequeño foso, lanzando a cada pala hacia atrás, sin ver,  piedras y raíces. Le vi alzar el hueso del viejo Neanderthal, perplejo, ignorante, y lanzarlo al desfiladero, para seguir cavando[1].

Nada crece en la tierra baldía. Yo mismo, ya viejo, cavo el foso para enterrar mis dientes caídos al unísono, los pongo en un tarro de bronce para escuchar lo que cuentan en la lejanísima casa o para multiplicar los destellos del sol en la arena.

Después de todo, como el viejo Pound, he salido a cazar gorjeos e hilos legendarios al atardecer. No soy el centro de atención.  En el  foso, tratando de ver mi rostro como Heráclito, no hago más que replicar la estúpida visión.

¿Por qué no crece nada en la tierra baldía? 



 II



Todo termina siendo militante


No de lo negativo, no de la castración, no del límite, no de la ley, no del espacio triste del pensamiento; todo termina siendo militante de la risa, de la burla del tiempo. Recuerdo haber visto  a Yuliana Mostega bajo la lluvia una tarde tormentosa. Titubeaba antes de caer a la laguna. Ella me sostuvo el brazo antes de bajar, era sagrada y durante largo tiempo la vi elevar los ojos sin miedo. ¿Cuánto tiempo estuve callado mientras ella reclinaba la cabeza para mirar la lluvia? La noche inundada no detenía sus pasos, ni su risa hecha música. Yuliana Mostega nacía de la brisa como un ángel. Yo construí una casa debajo del agua y ella hacía trizas el viento. Yo hice una caricia que flotaba en los charcos; ella aprendió a vivir por más tiempo en mis ojos. ¿Cuánto tiempo pasé viendo mariposas y llovizna?

Todo termina siendo militante del recuerdo, de la diferencia, de la caminata, de la canción sorda del agua.

Debí seguir caminando más tiempo sin saberlo, era nómada, anduve ciego, abominable. Derroché días y noches bajo el peso de la lluvia.
Yo también soy un militante de esta canción perdida, de esta brumosa representación de la vida.

Yo también soy un asesino de la forma, un nómada de la construcción. Aquí empiezo algo que no terminará nunca. Nada podré restablecer, nada tendrá otra vez la forma del horizonte.

Muchas veces salí al encuentro de la mañana, al encuentro del sol[2] que realmente brilla, arde, y nos tuesta, pero por la noche siempre llego, indefectiblemente, a ver desde el terrible balcón de los muertos. No sé por qué he contado esta historia. Igual podía haber contado otra o no haber contado nada. Pero mi vida no es especulación, yo también he vivido, he intensificado toda forma de destrucción, y de alguna manera he sido fascista, violenta pudrición, individuo.

No reconozco más trampa que el lenguaje, he sido militante de la palabra, manipulador del verso, falsificador de documentos públicos, criminal de la risa, torturador de los escuadrones literarios, detective salvaje, amargo tirano que escarba en la mierda, aplastada cucaracha de lo cotidiano.

Ciudadano de Palundra.


La resurrección de las putas



Le conté a Karen que no me gustó para nada la actitud de Pepe Luis Quezada, especialmente la última escena cuando llegó con Roberto Sosa hojeando mi último libro, que yo le había prestado para que lo viera.

-Tiene hojas- dijo Roberto, -tiene hojas blancas.
- Es mejor que lo lea él- continuó Pepe Luis, nadie se dará cuenta.

En el mercado, decenas de poetas abandonados comenzaban su retorno a los cubículos, encendían sus cigarrillos y se echaban en las camas de madera.

-Lo mejor de todo es que nadie escribe absolutamente nada- dijo uno de camiseta blanca, acomodando su almohadón verde. -O le duele la espalda o tiene inflamación en las articulaciones.

En otro cubículo cercado con alambre ciclón, una famosa escritora acomoda su brazo dentro del refrigerador para conservarlo fresco.




Un viento de pez



Teodolinda, por favor, repite esto: “He colocado un ramo de orquídeas debajo de mis sábanas”.  Escucha bien, Teodolinda: no tengo absolutamente nada/ y empiezan a cerrarse mis ojos/ Mi pez- libro está en desuso/ mi arcolirio/ mi tabaco de porcelana, mi viento de pez.



Seguí al poeta



Malicioso, como siempre, el desdichado poeta avanza con mi libro bajo el brazo. Llega a su cubículo y lo tira al excusado. Toma la toalla ennegrecida y se la pone al cuello. Luego orina mientras se limpia la cara con la toalla. Para mi fortuna, no perdí la memoria y regresé por donde había venido. Arriba, Karen aún conversa con Ros ¿Dónde estás? Le dice. Desde hace algunos días raspo una fecha en la pared: 2017. Noviembre es frío, el muro es grisáceo y el musgo tiene algo qué decir. Dos mil diecisiete. Un elefante camina inclinado entre mis cejas.


Todo pasaría bajo el efecto de la lluvia


Entonces llegaría al café y un anónimo muchacho pasaría buscando un libro de Bukowski. Tendría que ir con una chamarra azul debajo de la lluvia, porque del otro lado de la calle, alguien saltaría para guarecerse.

Mario Gallardo, molesto por una lectura reseñada con sordera en una revista de la capital, endulzaría su café recordando a Bolaño y se imaginaría a Santiago levantando su bote de licor en un pequeño bar.

En una de las mesas del rincón, se escucharía la voz persistente de dos tipos empecinados en un lejano proyecto literario, un boletín, una revista, un video clip, cualquier cosa, con un maravillado sentimiento. Todo pasaría tan fugaz bajo el efecto gris de la lluvia para que ese recuerdo empezara a materializarse.

Armando García y Helen Umaña, emocionados, leerían un inmenso tomo de la nueva literatura hondureña en la pequeña radio que nadie enciende siquiera por consideración, pero leerían con fe en que alguien escucha. Helen tendría cierta plenitud en la voz, un poco de humor inusitado que Armando celebraría riendo por debajo de sus lentes.

En la librería de al lado, el joven administrador volvería a revisar las cuentas cada vez más rojas, escuchando sus pasos de madera. El semáforo de la esquina se quedaría en rojo por más tiempo.


En la esquina contraria, una mujer anciana señalaría con su índice la mejilla de la pequeña que se ha detenido de pronto.

Todo se prepararía para este recuerdo.

Ya he abierto la puerta de cristal y visto el reflejo gris de la lluvia. Y sé que después de ese acto será demasiado tarde y no podré decir más nada…

La ciudad se ha alejado tanto. Pero siempre llegaría para decir algo al entrar al café, y alguien curaría mi desamparo al mencionarte.


















































[1] Nelson Merren, Hallazgos
[2] Samuel Becket: El Expulsado

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