Por Jorge
Martínez Mejía
Jorge Luis
Borges nació en Buenos Aires, Argentina en 1899 y murió el 14 de junio de 1986,
en Ginebra, Suiza.
Después de la publicación de su colección de cuentos Ficciones, el año 1944, su reconocimiento
solo es comparable al de Kafka, Becket, Hemingway o James Joyce, que lo posiciona
como uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Poeta, ensayista y
cuentista, representa lo más elevado de la literatura de la Argentina, y su obra
adquiere el rango de lo más valioso y representativo de dicha literatura. Es
decir que Jorge Luis Borges es el más representativo escritor argentino de
todos los tiempos.
Si alguien
pregunta quién es el escritor argentino más reconocido, nadie dudará en
responder: Borges.
Sin embargo, ante
la pregunta ¿El lenguaje de Borges (en
Ficciones) representa al escritor latinoamericano? La respuesta inmediata
es no. Entonces, ¿a qué canon literario responde la literatura borgeana? Al
canon de la literatura latinoamericana no es. La intemporalidad de sus textos, en
su mayoría memorables por una connotación altísima, sostenida en el principio de
la invención antes que en el de la realidad misma, la sorprendente
extrapolación metaliteraria de sus cuentos, especialmente los recogidos en Ficciones, apunta a una inscripción literaria
de lo irreal. Pero esta adscripción a la ficción pura, a la irrealidad como
fundamento literario no es un antojo, una broma literaria.
En general, los
escritores latinoamericanos del siglo XX vinculados al boom, se reconocen con
facilidad por su adhesión a un realismo social comprometido ideológicamente con
un modelo discursivo que antepone la interacción política de distintas culturas
unidas por la lengua española. Sin embargo, aunque la cultura impone un uso
verbal estandarizado bajo las mismas reglas, no es la fuerza de la cotidianidad
del lenguaje lo que identifica a la mayoría de los escritores latinoamericanos,
sino el discurso de lo real, sea este mágico, maravilloso o social.
Borges no pertenece
a este grupo. Su discurso narrativo se aleja de la herencia cultural inmediata,
no solo de la Argentina, sino del continente latinoamericano.
En Ficciones, se ancla en las raíces primarias
de la cultura occidental y en lo más próximo de las culturas de oriente o del Asia Menor. Las
figuras de la enciclopedia, la biblioteca, Babel, los juegos del alfabeto, los
jardines laberínticos, la brújula, la espada, la caída del fénix, la tragedia
de Judas, la obsesión de la memoria, los infinitos circulares; en fin, la obra
de Borges no abreva en las aguas culturales de América Latina. Su nexo es con el
más profundo escepticismo de occidente. Jorge Luis Borges no cree en la
realidad, es decir, no cree que seamos capaces de conocer eso
que llamamos realidad en su totalidad. Bien podría haber dicho que el universo no cabe en una palabra.
Su escepticismo
lo lleva a dudar de etiquetas y corsés temporales. Borges aspira, no solo en términos
literarios, sino en las propuestas filosóficas que subyacen en el sustrato de sus
cuentos en Ficciones, a responder
todas las preguntas y a indagar sobre el verdadero origen del hombre y la palabra,
de su herencia cultural que es la representación del más secreto atributo de la
condición humana. Aspira a una libertad más allá del ámbito de lo real. Para él, la única libertad posible es la de la
imaginación, la que sólo puede ofrecer la literatura.
En la
literatura están contenidos los valores persistentes de la tradición, los que
no cesan y son permanentes; cambiantes y necesarios a los tiempos. Cada
individuo participa de ellos en el texto literario porque la naturaleza del
hecho artístico es eminentemente cultural.
Borges aspira
a un lector que no solo es latinoamericano, sino a uno que trasciende las
barreras políticas y se instala en la experiencia artística en el incuestionable
desafío de responder por sí mismo a la interrogante de enfrentarse a una
palabra que no lo subyuga ni lo somete al terruño donde nació.
Borges condena
a sus lectores a estallar en la búsqueda de significados que no se encuentran en
su propia geografía.
Aquí debo hacer una digresión para intentar adentrarme en una reflexión razonada sobre la relación de Borges con la palabra. Borges, en sus escritos, escudriña el poder de la palabra, su facultad secreta de evocar, no de representar. Su búsqueda va
más allá de la idea estandarizada en occidente, más allá de los nacionalismos y las fronteras que nacieron en el siglo XIX. Para Borges la palabra es más que una marca sobre
las cosas, es una imagen en sí misma. Es "la cosa". Para él, siguiendo a Benedetto Croce,
en la palabra "rosa" está la rosa.
La intención
de encontrar en la palabra la "cosa designada", corresponde a una
visión que se sostiene en la relación imagen-percepción, más que en la relación
percepción-conocimiento. Michel Foucault señala en Las palabras y las cosas:
"Al hablar del lenguaje en términos de representación y de
verdad, la crítica lo juzga y lo profana. Manteniendo al lenguaje en la
irrupción de su ser y preguntándole por lo que respecta a su secreto, el
comentario se detiene (...) y se propone la tarea imposible, siempre renovada,
de repetir el nacimiento en sí: lo sacraliza". (Foucault, 1966, p 86).
Sin
embargo, la sacralización del lenguaje, entendida como la búsqueda de su
facultad evocativa, no precisamente constituye, a la manera del renacimiento,
una búsqueda esotérica o mística. Y, aunque el peso de la racionalidad objetiva
de occidente impone a las palabras una máscara de interpretaciones, la literatura,
particularmente la poesía, ha hecho resurgir su enigma. Mallarmé, Bretón,
Reverdy, Rimbaud, Huidobro, Octavio Paz; han apretado el cuello a las palabras,
las han partido en dos, o pulverizándolas, han encontrado en los diminutos
fragmentos el oscuro y encerrado poder con que la imagen pervive más allá de la
memoria.
Jorge Luis
Borges es un poeta, un hacedor del poema. Además, un crítico de la historicidad que corroe, como la cotidianidad, el sentido original
de las palabras. Sin
embargo, su calidad de poeta, de observador de la palabra, lo lleva a reconocerla en el susurro, en la pronunciación original de su origen, en la breve
duración de la imagen que conserva como señal intemporal, como en la
palabra “tablero”, “río”, o “rosa”.
“El
retorno al origen como restrospección progresiva es, materialmente, una
quimera, pues la memoria del hombre está determinada por su propio espacio y
temporalidad, esto es, por su historicidad”. (Foucault, 1966, p 65).
Borges cuestiona la historicidad, los códigos de las épocas, porque son un limitado basamento
racional. Y la subjetividad del hombre constituye una vastedad en la que la imagen irrumpe contra la propia racionalidad.
Aquí concluyo mi digresión para volver al asunto central de este escrito. La búsqueda del
origen en Borges, en su producción literaria, particularmente en Ficciones, no la podremos encontrar en
un contexto estrictamente latinoamericano, porque su horizonte se desplaza más allá
de las barreras fronterizas de las nacionalidades. Su búsqueda es lo ilimitado,
la intención de ruptura del orden de representaciones establecido no solo por
el lenguaje, sino por el condicionamiento histórico, político o cultural. Su
aspiración esencial es la de encontrarse con la memoria sin forma del
principio, con la música sin
tiempo.
La búsqueda de
Borges es metaliteraria, pues su única patria reconocible es la literatura,
o cuando mucho, el lenguaje en su expresión más amplia. Borges apuesta
a la memoria de la humanidad, y entre estas se encuentra la memoria gaucha,
pero no como centro, sino como fragmento.
En el cuento Pierre Menard, autor del Quijote, Borges nos ofrece generosamente la imagen de un palimpsesto para poner en claro que ningún autor es dueño de su obra. No obstante, nos señala que, en el encuentro del hombre con la palabra se produce una interrogante que aniquila a la representación y que deja al hombre frente a frente con el objeto señalado, es decir, con la imagen que subyace en su propia subjetividad.
“Se
ha establecido que todas las obras son obras de un solo autor, que es
intemporal y es anónimo.” (Borges, Ficciones, 1944, p 439).
El lenguaje de Borges no representa (en Ficciones) al
escritor latinoamericano, sino al hombre inconforme de vivir confinado
a una realidad, a una frontera, a un país, a un continente, y a su propio
nombre.
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