Imagen del fotógrafo Maurizio Moro (Italia en B/N)
Por Jorge Martínez Mejía
Calladas, remotas, desde un atardecer
se despiden las hojas
que una vez desnuda como el agua
te bañaron.
Las piedras aún llevan ese aroma
con que las mariposas colorean
la yerba.
Tú también dejabas acampar el aire
en tus ojos,
mágica,
extraña ceguera agitándose como una lanza
sobre el musgo de
la tarde.
En aquel refugio donde todo se hacía música
fui un pájaro.
¿Lo recuerdas?
Despertaba desconocido
para ver el cristal en que oficiabas
resplandores,
temblores,
catedrales estremecidas.
Obstinada
araucaria,
seducías, destruías intacta
la pesadumbre inmóvil de la calma.
Ardorosa entre sombras,
la luna arriesgaba su beso
lastimándose,
y tú extendías tus ramas
hacia este bosque de raíces
nupciales.
Ah, la caracoleante humedad
de la tierra,
el blando mantel de hojas muertas
palpando tu cuerpo
de espaldas a la luz.
Fuiste una leyenda,
un sueño de flores reclinadas,
de tallos,
de vírgenes eucaliptos y savia
enloquecida.
Mi araucaria,
ahora serías más dura
que una herida,
y la danza de este aire solitario
podría
recordarte.
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Del libro Papiro, publicado en 2004.
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