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Sobre Papiro

Papiro: El erotismo y lo otro


Por Salvador Madrid



Jorge Martínez Mejía (Las Vegas, Santa Bárbara 1964).






Martínez, en Papiro, se detiene en la temática del erotismo y lo otro, el viaje al interior psicológico del hombre, visto como la suma de sensaciones ante la realidad. Si la sensación es la característica del hombre (este hombre), Martínez la edifica como mundo poético, hace del poema un acto introspectivo. El desplazamiento de un tema a otro dentro del poemario redefine esa interminable alianza que termina en un conflicto: intimidad y relaciones con los otros. Si el erotismo hace al hombre partícipe de la naturaleza por aspiración espontánea, la otra visión casi existencial y religiosa lo mutila. Por un lado, en el erotismo, Martínez, eleva al hombre porque participa no sólo de lo carnal, sino de la creación misma. Por otro lado, al discernir sobre el papel del sujeto en la realidad o al referirse a la naturaleza social del ser lo destroza. no por simple procedimiento poético, sino por una implacable necesidad; como animal social, este hombre es incapaz de proponer un orden nuevo, nada más se interna en él ya establecido, es casi un reducto o una suerte de azar en las relaciones materiales.



Salvador Madrid, La hora siguiente
poesía emergente de Honduras (1988-2004)




PAPIRO: AUTÉNTICA CELEBRACIÓN DEL AMOR





Foto de Jean Loup Sieff



Por Helen Umaña



Jorge Martínez Mejía (Las Vegas, Santa Bárbara, 1964) escribió Papiro (2004), libro que evidencia un largo y paciente ejercicio en la manipulación del verso. En poemas de gran aliento (1), dentro de una atmósfera de contenida nostalgia, el amor y el canto a la mujer constituyen la faceta de trabajo más destacada.

Papiro deviene en auténtica celebración del amor y del cuerpo femenino. La boca, los labios, los senos, el cabello, la piel..., encuentran su creativa transformación en motivo poético. Para ello, el autor construye metáforas de tipo racional, trabajadas, generalmente, con elementos extraídos de la naturaleza.: Estallas en el clamor de las manos,/ hueles a trigo, a fruta, y te desplomas en hilos de miel/ sobre la sombra. ("Lira", Martínez Mejía, 2004, 14); Eres la danza de la luna o un pétalo tendido/ en el mantel de la noche.// Te nombro libélula, llama, lama de azogue,/quemor, espina en el sexo,/ grito,/ y el cielo se derrama/ en tus labios. ("Palmera de luna", 22); Calladas, remotas, desde un atardecer/ se despiden las hojas/ que una vez desnuda como el agua/ te bañaron.// (...) Tú también dejabas acampar el aire/ en tus ojos,/ mágica,/ extraña ceguera agitándose como una lanza. ("In memoria", 26); (2); Como un puñado de polvo/ que se elevara hecho mariposas/ hecho mariposas/ sobreviven tus ojos. ("Noche", 30).

"Papiro" -poema inicial- establece, con nitidez, los términos del diálogo: el yo anclado en un presente en donde el amor sigue incólume (soy el que navega en tus lagos aromados) y el tú proyectado hacia un futuro de resonancias casi míticas, esfera en la que, en una especie de vaticinio, su recuerdo permanecerá intacto: Serás la hembra asediada por el sol/, el arco de piel y la boca incendiada/, la danza que se fuga sobre un camino de ceniza rumbo al cielo./ Tu talón de fuego frío será la imagen del poeta que aún mira tus huellas/ en la tierra. (13). Mujer-noche, mujer-agua, mujer-fuego, mujer-luz, son motivos recurrentes. La mujer-centro: origen y justificación del existir. Paradójicamente, también se la visualiza como construcción mental del yo: Te construyo con palabras, dice (23). En otros términos, en el mundo de la conciencia, sólo adquiere consistencia real aquello que se verbaliza. En Papiro hay pues, otra veta: la de la poesía de reflexión general. En "III", de "Oscilación del Fénix", las sugerencias de la muerte, de la nada, del aniquilamiento, se condensan en pocos versos: procura sentir el vaho/ de la hoja muerta,/ la fragilidad de su hueso,/ la proeza de su tallo/ antes de caer/ y el abismo tan hondo;/ la silueta hiriendo el aire,/ la escritura del salitre,/ el arrullo de la sombra/ cada vez más cerca del polvo. (62).

Dentro de ese orden de ideas, uno de los mejores textos es "VIII", de la sección "La espiga fúnebre". Un reto en el cual la figura del buitre (con una insinuada referencia al famoso de Prometeo) adquiere una gran amplitud simbólica. Copiado en su totalidad dice: Vuela buitre,/ revienta el aire, mancha, incendia,/ roe la cima,/ traza tu garabato en la altanera blancura.// Fornica./ Desciende tu beso/ al ojo en que se mira la muerte.// Picotea, amamántate/ como antes en la oscura leche.// A la vieja humedad de la luz,/ al brillo esquivo,/ a la escarcha que recuerda la tibieza/ en la carroña; no la desdeñes.// Y no te apresures/, la noche va en tus alas. (57). Versos cuyo aleteo deja una resonancia siniestra, ominosa: cólera, indignación, impotencia.

En "Las hojas lluviosas", dedicado a Moisés Landaverde -teatrista asesinado durante la gran represión de los años ochenta-, el yo poético, sin perder el carácter de voz íntima que recuerda con acendrada ternura al compañero desaparecido, encamina sus pasos hacia el terreno de la poesía social: La mar, el agua lenta o una bufanda tirada en la noche sonreirían siquiera con saberte distante.// Podrías cambiar el color de la tarde/ por uno que sea menos triste que el vestido del mundo.// (...) Nada podría separarse de ti, ahora,/ ni las nubes que viajan a la velocidad de tus manos/ cuando descubren el lenguaje de las rosas,/ ni la madrugada blanda,/ que repite tus ademanes al ritmo del alba.// (...) Hacia ti venimos con el lenguaje naranja del crepúsculo/ y con el trino de las hojas lluviosas,/ con la luz que se oscurece y es brillo de luz sobre la sombra,/ con todo lo que hace de tu barro una estación de sueño/ porque de tu sueño nace el vino que calcina la sed de los hombres.// (...) Las cosas renacen por tu nombre. (67-69). 

Sin permitir que la indignación o el dolor se precipiten hacia formas disonantes, los versos, a través de refinadas connotaciones, convocan la presencia viva y actuante, no vencida por la muerte. Significativamente, con estas palabras tan esperanzadas termina el poemario. En ningún momento hay fracturas o subversión del orden sintáctico o semántico. El poeta, tanto conceptual como estilísticamente (al elaborar imágenes cuyos términos comparativos permanecen dentro de postulados racionales), conecta con una manera de enfocar el hecho poético en la cual podríamos incluir a José Antonio Funes y Marco A. Madrid.





Helen Umaña, La palabra iluminada,
Editorial Letra Negra, 2007.








PAPIRO: LÍRICA DE LA SENSUALIDAD


Imagen de Jean Loup Sieff


Por Fausto Leonardo Enríquez


Jorge Martínez Mejía, (1964), Las Vegas, Santa Bárbara, Honduras, es el autor de «Papiro», ed. Comun, San Pedro Sula.

Con este poemario J.M. aparece en el panorama hondureño de la literatura una nueva voz poética cautivante. En este comentario crítico querría acercarme yo mismo al autor -apenas lo he saludado dos veces-, y acercar, a través de una lectura detenida, a quienes quisieran incursionar por el poemario que va a ocupar estas líneas. Advierto que este trabajo, como todos mis intentos críticos anteriores, recoge algunas claves de lectura, que no todas, ni mucho menos.

1. Sensualidad lírica de Papiro.

La obertura poética de J.M. es cadenciosa y fresca de principio a fin. Uno de los símbolos usados en Papiro es la noche. La noche, con su misterio, representa a la mujer. En verdad, noche y mujer una y la misma cosa. La noche guarda secretos, rincones ocultos, aromas, serenos, pero sobre todo guarda para sí el mejor vino para escanciarlo en la entrega de los amantes: «La noche tiene el aroma de un jardín lejano… / Noche es mujer, / hembra oscura, cumbre silenciosa, / caída horizontal y misterio».

Octavio Paz[1] traduce unos versos memorables de Lawrence acerca de la pasión de Plutón y Perséfone que ilustran –espero no resulte forzosa la asociación- lo que afirmo arriba: la noche es un «reino ciego donde el obscuro se tiende sobre la obscura, / y ella es apenas una voz entre los brazos plutónicos, / una invisible obscuridad abrazada a la profundidad negra, / atravesada por la pasión de la densa tiniebla / bajo el esplendor de las antorchas negras que derraman / sombra sobre la novia perdida y su esposo».

El símbolo de la noche-mujer anima la voz poética de J.M. y lo impulsa a incursionar en el placer. Las imágenes recaudan diáfanamente las impresiones hedónicas en un rito de pasión amorosa. No obstante, al poeta le gusta jugar con lo oscuro, lo nebuloso y sombrío del erotismo. Lo revela y lo oculta: «Soy el poeta que te canta, / soy el que navega en tus lagos aromados, / soy el que vaga en tus olas… / Soy el que ama tu tarde más muerta, / y tu polvo, / y tu cabellera poblándose de estrellas. / Soy el que bebe tus aguas profundas / tus leguas antiguas y oscuras. / El que besa tu grama caliente / el que muerde las uvas de tus labios de sombra / y rocío» (Papiro).

La lírica sensual de J.M. subyuga y recrea con gracia la imaginación del lector. El estilo llano, con peso en la palabra, sorprenden a cada paso. Dicho de otro modo, cada verso es testigo del esfuerzo creador del poeta. Y esto es un signo clave de que la poesía joven hondureña se orienta hacia mares más profundos donde anclar imágenes poéticas memorables: «El muslo de un lirio, / la llama que gotea / se apaga… Serás los animales de nube desapareciendo a cada / mirada posible, / la madrugada cediendo su pezón adolescente / serás hembra asediada por el sol, / el arco de piel y la boca incendiada, / la danza que se fuga sobre un camino de ceniza rumbo al cielo» (ídem).

J.M. recoge en imágenes poéticas las variables del placer, en este sentido la actual poesía hondureña alcanza un notable avance. Aunque el poeta no se desprende de la tradición de poesía de la erótica-amorosa, renueva su impulso con notable maestría: «Bebo la música de tu cuerpo cuando es una brasa / en la delicia de fuego. / Estallas en el clamor de las manos, / y hueles a trigo, a fruta, y te desplomas en hilos de miel» (Lira). Los versos profanos de J.M. me llevan, inevitablemente, a pensar en Rubén Darío[2], el célebre poeta de “Prosas profanas”, el cual dice de Eva que: «vio la manzana del jardín: con labios / rojos probó su miel; con labios rojos / que saben hoy más ciencia que los sabios»

La energía creativa de J.M., en el sentido pleno del término, no pasa desapercibida. El lector avezado la notará sin mucho esfuerzo: «Pero yo soy el rumor nacido de tu voz apagada / y tú la humedad deslizada en el ardor de la noche. // Desata de una vez el agua que nace de tu sueño / y deja que sea un pájaro apretado en tu abismo» (ídem).

El poeta retoma los símbolos alusivos al amor: la luna, la noche, el agua, el mar y los procesa de una forma original, es decir, no vista e infrecuente, a mi juicio, en los poetas jóvenes de la actualidad literaria hondureña: «La luna ama tus ademanes y se hace pequeña / esperando tu abrazo. / A ti se te acostumbran el alba y la hora / más dulce del día, / y el sol no puede con tu beso[3]» (Ermita). También: «la luna danza / manando caricias de una herida. / El aire resplandece» (Alumbramiento).

El deleite que produce la poesía de J.M. deviene de la forma de cómo procesa la palabra. Crea versos jugosos con ingeniosidad y garbo: «Me despeño como un pequeño verano / para quemar tu boca» (Ermita).

El deseo, que es distinto al amor, queda simbolizado en la luz, el fuego y la sed insaciable de placer que suscita la amada: «Luz prematura el deseo… en tu boca se incendia la lluvia del estremecimiento… / tú enciendes la leña que profana los templos… / y sé la llama sosegada en el agua» (Alumbramiento).

Resulta muy interesante ver cómo el poeta J.M. sustrae elementos de la naturaleza con mucho dominio de la palabra para comunicar sus vivencias. No se conforma con los límites del cuerpo o de los cuerpos de los amantes, sino que halla en las cosas los efluvios líricos que realzan el bello decir: «Se mece tu cabello, se hace pájaro, paraje, / polvo en el aire: cascada» (Palmera de luna).

El lirismo sensual que descubrimos en Papiro, lejos de ser perturbador o morboso, es refinado y limpio en el que el principal ingrediente es la imaginación. Este es un logro notorio en el libro que nos ocupa: «Una gota de sed se ahoga en tu vientre. / Mis dedos te surcan, trazan líneas, constelaciones, / pasadizos que se abren al encontrar un sollozo» (Mar).

El deseo, la pasión ardiente dura poco y cuando pasa la tormenta y la llama amorosa deviene un extraño vacío, dejando sólo las cenizas. Cuanto más grande es el deseo, más grande es la pasión y mayor la nostalgia y el dolor cuando se llega a la consumación del placer, cuando éste se ha ido. Es inevitable recordar los versos de Jorge Manrique: «Aviva el seso y despierta contemplando / cómo se pasa la vida tan callando; cuán presto se va el placer, / después de acordado da dolor, / cómo a nuestro parecer / cualquier tiempo pasado fue mejor». En Papiro hay un poema que, a mi juicio, sintetiza en gran medida lo dicho arriba, esto es, el sentido de pérdida y desgarro[4]. El clamor del aeda ante el amor ido es visceral: «Debí abrigar tu desnudez más tiempo / entre mis ojos, / debajo de la sangre donde tu piel reinaba / sin temor a la lluvia, / sin temor al silencio que antecede a los labios que / se juntan. / Vuelve a la labor de la fruta segada por la sed de las manos. / Vuelve a ser idéntica al sol cuando camina / a plena luz del día, / cuando el viento es un pájaro aleteando / en la humedad de los ojos» (Coda).

Ya que el amado no puede tener a su amada, porque la ha perdido, recrea su imagen vívida aún en la memoria, digamos que se deleita en los recuerdos, con la imaginación. El poeta explora las experiencias del amor en un evidente desgarramiento: «Ardorosa entre sombras, / la luna arriesgaba su beso / lastimándose / y tú extendías tus ramas hacia este bosque de raíces nupciales» (In memoria).

En un intento forzoso por conservar la imagen de la amada, cuya belleza platónica alcanza los rasgos míticos de Beatriz (Dante). El poeta idealiza solemnemente a la amada y la eleva casi al grado de la divinidad: «A esta hora dabas al viento un refugio… / Aparecías en la sombra, / sobre una rama coloreada con algas oscuras / sobre la cima brillante de la luna, / sobre un abismo. / Nadie te vio en la hierba, / ligera y desnuda, / herida por la luz. / Nadie miró tu pie de música, / tu pequeño pie destruyéndolo todo» (Habitación de la tarde).

2. Energía y belleza, sazón de la creación poética de Papiro.

Hay en cada verso de Papiro una secreta energía –este es un dato capital en estos apuntes- que el poeta trasuda con natural brillo. Esta fuerza creadora no decae en todo el libro, salvo en contados momentos que no afectan el conjunto de la obra. El poeta canta desde su propia atalaya, herido, nostálgico.

Es esa fuerza, precisamente, la que está de telón de fondo en Papiro como una persistente querella por el amor ido: «No es por el agua / o por el aire, / es por la oquedad de dormirse lejos / por la herida con que se añora la lluvia, / por la lumbre, / por el oscuro césped en que nadie responde» (Noche).

No es presuntuosa la asociación con el romanticismo shakespeariano, con la herencia de los románticos ni con “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada”, de Neruda, con quienes muy probablemente J.M. ha tenido contacto por medio de la lectura. Me atrevo inclusive a asociar Papiro, al menos remotamente, con la poesía náhuatl que resuma cierto erotismo. J.M. no parece un novel poeta, sino un sazonado creador que no se ruboriza al hablar del placer y del amor con la palabra precisa: «¿Hacia dónde avanzaba nuestra sangre cuando un poco de luz / caía en tus hombros? / ¿En qué paredes quedaron las miradas y los gemidos / que escribían tu nombre?» (ídem).

Papiro tiene algo que no he mencionado hasta este momento, belleza. Es decir, el constante muestreo de imágenes líricas bien logradas y artísticamente sonoras. Todo esto demuestra una intencionalidad y un alto sentido del oficio poético. J.M. apura bien la palabra para destilarla en versos como estos: «Quédate cayendo en desnudez de luz, / sin temblor de ramas… / Atrápame en la neblina rota de mi voz» (Lago); «En la oscura perfección / basta una palabra» (Ventana).

Todo el tramo primero del poemario sirve al aeda para cantar a su amada, a sus ojos, a sus manos, a su cuerpo, en una palabra, a su beldad: «Un paisaje de aves volvería a tus manos / para elegir tus ojos… / No hay abismo, no hay sombra que invada la redondez de tu beso» (Huella).

Seducido por las emociones y encantos que le produce la amada, J.M. halla resonancia de su pasión en todas las cosas, como si se tratada de un pan-eros: «Como un imposible perdido, / encontraría en la niebla, desnudo, tu cintura… / Desde una malla de rocío antes del alba. / Desde un mallarmé tallado en un diamante de luciérnaga» (Niebla).

El poema es el lugar que le sirve al poeta para revivir la experiencia amatoria y, de ese modo, perpetuarla. La palabra poética deslumbra nieblas y oscuridades. La sola convocatoria de la presencia de la amada, el roce de su cuerpo y el contacto estalla en un luminoso instante: «Apretado en la luz / de tu boca me bebías» (Mapa).

J.M. ha cribado su bello decir con batea de minero, es decir, lo ha hecho minuciosamente clasificando la imagen precisa de la vacua. Este es el camino de la maestría: «Cae la lluvia. / El agua besa la hierba, / roza un tallo y regresa / en silencio, enmudecida» (Paisaje del cuerpo I).
El cuerpo de la amada es la silueta que inspira todas las melodías de Papiro. Mil variaciones sobre un único canto, armónico y rítmico: «Una silueta se desliza, / florece. / Se eleva la canción de la carne» (ídem II).

La liturgia de los amantes es tal que donde los reclame el deseo, allí mismo se realiza el rito acelerado de la llama amorosa. Da igual que sea sobre la hierba de un descampado, en un campus universitario, que en un lugar oscuro y solitario: «Gime la piel sobre la hierba, / se desliza, / crece. / Un canto suave golpea las hojas» (ídem III); «Una flor alumbra la noche» (IV).

De aquí en adelante el poemario sufre una variante que rompe la unidad temática. Sin embargo, querría destacar en la sección “Espiga fúnebre” y “Oscilación del Fénix” la capacidad de síntesis de J.M., camino que le llevará a lograr una obra depurada y sólida. El poeta exhibe su destreza en versos como el citado arriba: «Una flor alumbra la noche»; o en estos: «Desprendida / y elevada, / una hoja del árbol / bajo el ámbar violento / raya el cielo» (Espiga fúnebre I); «El árbol con su lengua de hojas contra el cielo dibuja su sombra» (II); «Una y otra vez la llaga lluviosa del cielo golpea la rama» (III); «Y en su afán de mariposa, / una hoja de celinda / apagó el mundo» (V); «No te apresures, / la noche va en tus alas» (VIII); «Y jamás tu hocico intacto de luz / tuvo más vasto / florecer, más bello fango» (IX).

Finalmente, “Espiga fúnebre” recoge una actitud crítica hacia los poetas no depurados, ásperos y grises. Introduce la reflexión, la cual vuelve al poeta hacia sí mismo. En este intento de sinceridad, el autor mira nacer su propia voz órfica: «veo renacer mi voz profana» (VII).

3. Juicio crítico.

J.M. vertebra su poética epicúrea, sensual, líricamente. Versos profanos, pero cargados de poesía, es decir, de música, fuerza y dominio del lenguaje. Dicho con otras palabras, nuestro aeda hace de la poesía lo que Octavio Paz califica de “erótica verbal”. Para mí que de entre los jóvenes poetas que han publicado al menos un libro en Honduras J.M. se revela como el poeta orfebre, el poeta de la metáfora, de la imagen. Digamos que el poeta vuelve a las formas originales de hacer poesía, tan apaleada por el prosaísmo periodístico. En Papiro no vamos a hallar una poesía del yo profundo, espiritual y reflexiva, sino una poesía volcada esencialmente al Eros.

Valoro la energeia y la poiesis de Papiro, signos elocuentes de que el autor asume su papel como aeda. Un nuevo poemario salido de sus manos deberá o conservar el nivel de Papiro o superarlo.

Belleza de la palabra, síntesis y dominio del léxico son otros fuertes de Papiro. Quiero decir que J.M. apretó bien la palabra, logrando una gran síntesis poética encomiable.

J.M., por último, cristaliza lo mejor de sí en este libro y lo hace como quien sabe que el bello decir tiene mucho que ver con la lírica. Estamos ante un poeta con sentido del oficio y hay que esperar siga trabajando con profundidad. Sin embargo, los yerros también son propios de los genios y sabios. Puntualizo que dejó escapar algunos gerundios que pudieron evitarse y algunas preposiciones. Son muy pocas los versos desafortunados: «Tu cuerpo era una mariposa gris orinando en el aire… / Me diste una gota de orín celeste» (Paisaje del cuerpo V).
Por lo demás, querría apostillar que estamos ante uno de los poetas con mayor talento de la actualidad hondureña. Acojo Papiro como un libro digno de ser leído y de estar en cualquier biblioteca.

Nota: Un fallo notable de edición es la falta de ISBN.
San Pedro Sula, Honduras, 4 de julio de 2005.

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[1] Paz, O. Llama doble, p. 29.
[2] Darío, R. Prosas profanas, poema “Alaba los ojos negros de Julia”.
[3] Asocio estos versos con los de Catulo, poema Nº 5, “Los besos” escribe: «¡Vivamos, Lesbia mía, y amemos!… Los soles pueden morir y renacer; nosotros, cuando haya muerto de una vez para siempre la breve luz de la vida, debemos dormir una sola noche eterna. Dame mil besos, luego cien, después otros mil, y por segunda vez ciento, luego hasta otros mil, y otros ciento después…»
[4] Papiro en el fondo canta un erotismo elegíaco, el de un amor que se perdió. Juan Valera x. XIX escribió, aludiendo a Lesbia, amor platónico de Catulo: «Llorad, oh Gracias, y plegad las alas, / dulces Amores de dolor transidos, / el avecilla de mi blanda Lesbia / lánguida expira»

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