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®El Oonte


 Antiguo monte El Oonte, conocido posteriormente como Palundra









 ® Jorge Martínez Mejía 







¡Maldita jauría de falos!



Todas ellas arrastraron sus ojos
lascivos y lamieron su dulce
pelambre.

Todas abrieron su carne sedienta
y ellos tuvieron el ámbar, 

el maravillado sortilegio de sus
mares desnudos.

¡Maldita, maldita jauría de falos! 













Liza


Liza nace debajo de mi cuerpo
con el talle firme, con una
melena de ausencias y sus
sueños son pequeños barcos de luz,
pájaros que marchan.












Su piel desterrada te ha buscado
en medio de mil cosas. 
Te ha visto caminar hacia ninguna
parte, 
hacia tu lejana existencia.

Ve, corre en reversa.

Su piel es un tiesto olvidado, 
atado a la cicatriz 
de tus extraños pasos.













El secreto de las mujeres de Verna
se encuentra viendo al interior de la
laguna.

Es algo similar a la noche.

Solo la noche y la laguna conocen a
las mujeres de Verna.



















La arena es brillante 
y golpea los ojos. 

Una piedra diminuta, 
una pequeña roca de estas puede
aniquilar los peces.

Cuando los cazadores de peces vienen, 
se cubren los ojos, 
toman un puñado de piedras rojizas 
y las lanzan al lago.

Los peces salen y se dejan cazar 
como mariposas.

También el agua puede
herir las manos de los cazadores,
por eso los dejan correr hasta secarse.
De noche no se acercan al agua.
















Este pedazo de tabla roja 
fue encontrado 
lejos de la tierra 
del Oonte. 

Tenía escrita la palabra
POIESIS y nadie pudo descifrarla. 

Uno de los Anecdóticos 
sonreía
maliciosamente 
cuando pasaba sus dedos por ella, 
pero nadie le escuchó
decir nada. 

También la escribía 
en la arena tratando de encontrar algún
significado. 

Y sólo es una palabra.













Si el viento mueve 
la hoja de un árbol, 
el viento viene 
de más lejos que el árbol;
si el pájaro toma el fruto 
del árbol; 
el árbol viene 
de más lejos que el pájaro.

Si nosotros 
tomamos al pájaro,
es porque venimos
de más
lejos.













Todos los hombres caminaron 
sin ninguna esperanza.

Rasgaron el cristal 
del agua, 
subieron a la cima 
y clavaron su grito. 

De sangre
la voz, 
los ojos, cada paso 
fue de
sangre.

Así dividimos este camino. 

Ellos continúan y su grito nos llega
como un débil presagio.













Mi padre regresó con una
brillante piedra atada al
cuello, 
dijo que en ella podía
mirar el destello del día 
y que esa piedra era
hermana de la luz. 

Los otros
caminantes no cesaron en su
contemplación. 

Es curioso. Ahora
mi padre va al frente del grupo
aunque no sabe por qué sendero.

La piedra debe ser hermana de la
luz, por eso le siguen.

















No sonrías.
La sonrisa es una 
puerta. 

Por ella entran y salen los
Póstumos
hasta conocer el origen de tu
verdadera tristeza.











Al final, el agua imitaba su 
música en la multitud de las
rocas. 

Él tocaba.
Tocaba para
alejarnos de la sed y el agua le
imitaba.

















Toca la llama con los dedos, 
no le temas.

Tócala y conoce a esa
mujer,
ella quemará tus deseos.


















Melquías, el de los Cavec, 
envejece cada tarde 
viendo a Liza, 
la zurita, 
a través de la ventana 
cuya cortina vuela 
como una mano 
en el aire.













No bebas de esta agua, 
no comas de
estos frutos.

Los ancianos nos
enseñaron el camino para evitar el
deseo, 
pero su sed fue ardiente y su
hambre quejumbrosa. 

Esperan 
con ansia el beso de tu boca 
contra el
polvo.













En esta pared blanca dibujaron su
rostro impecable. 

Todas las tardes
nos decía sus últimas disposiciones
y los niños reconocían su voz 
aún en sus juegos acalorados. 

Todas las tardes 
la pared blanca se abre 
y su rostro impecable 
aparece para
nuestro deleite.













No pudimos cargar con nuestras
viejas esposas. 

Sus miembros
heridos y sus ojos llorosos nos
impedían apresurar el paso.

Lesbia y Beatriz y Laura 
fueron
las últimas en mover sus manos
con un ademán apenas
reconocible, 
similar a los
atardeceres 
en que anduvimos perdidos.













Nada quedó 
de la lumbre ciega
de los días. 

El enfado es sólo una
remota evocación, 
un tributo a la
costosa tarea de encontrar el
camino.
















Un pájaro, 
un pájaro de sacrilegios
fueron las estaciones.

Y el viento golpeando la
profunda madera, 
la humedad de la hierba, 
la árida circulación de la
tierra.
Sólo un pájaro ha cantado 
para dejarse escuchar,
inconfundible, 
como la
luz que nos hiere.













Abajo quedaron los ropajes rotos.
El ácido gastó hasta el último tejido.

Nadie bajó nuevamente
al río 
en procura de esparcimiento.

Con la explosión del viaducto
disminuyó la presencia de
viajeros.













Este color limpio 
lo trajeron en aquel tiempo. 

Los que lograron verlo 
dijeron que
era preciado como la luz, 
por eso lo entregaron 
como un tributo a las mujeres
de Verna. 


Ellas siempre van desnudas. 

Los Anecdóticos cuentan 
que el Soberano 
lo puso personalmente en la laguna, 
ellas lo recogieron con cautela, 
como quien
encuentra un pedazo de luna.


















Siempre hubo fuego. 
Los primeros residentes creyeron hacerlo saltar 
rozando dos piedras. 

Por esa primera ilusión, 
el Oonte permaneció en secreto hasta la
llegada de los temidos Póstumos. 

Ellos
acorralaron la luz y la hicieron brotar de la
misma sombra. 

Ahora, no bajes sin
compañía, 
ni te dejes llevar por un grano
de curiosidad. 

La luz esta ahí, cerca, 
por ella gobiernan los Póstumos,
no lo intentes.













Se tienen pocas noticias de los hombres
que cantaron a las aguas y a la oscura
sedimentación de la tierra. 

Ellos sufrieron
la ineptitud y no lo supieron.

Cuando llegaron los primeros viajeros
creyeron tener nuevos motivos para sus
cantos. 

Fueron ineptos, 
tuvieron que tomar un puño de tierra,
y jurar hasta la
última fibra.

De sus cantos dependía la claridad del
agua.


















Las mujeres fueron la primeras en
cubrirse de la lluvia. 

No estaban
desesperadas, pero el agua hería la piel de
los niños y ellos lloraban interfiriendo el
discurso normal del Soberano.

Bajo el árbol de tupidas algas hicieron
instalar la cortina, 
luego se refugiaron con su habitual mansedumbre. 

Después del saludo final, elogió la normalidad con que
se efectuó la asamblea, tomó un niño en
sus brazos 
y preguntó por la piel enrojecida. 

Las mujeres callaron. 

La tez pálida de su rostro parecía más bella.

















Después de notar la carencia de sabor en
su desayuno, 
los niños atravesaron la sala
sin autorización del director de escena.

Fueron directamente hacía el panel de la
nave del Soberano y desnudaron sus
cuerpos en protesta.

El soberano llamó
inmediatamente a la estación local de
alimentos solicitando rectificaran el error. 

Los niños salieron de
la mano del señor 
como si nada hubiera pasado. 

En las estación local 
hubo un desorden después de lo acontecido. 

Ya no nabía programas que sustituyeran los
sabores acordados por la Academia de
Atención de Menores.















Gran emoción experimentaron 
al caerse en medio de su danza anual. 

Los Anecdóticos como se les hace llamar a los
Ancianos, disertaron acerca de las
diferentes épocas en que 
tales espectáculos despertaron la curiosidad del
soberano. 

Dijeron que nunca uno de los Póstumos cayó al dar un paso 
sobre su ritmo más conocido, 
por lo que
recomendaron escribir en la tabla de fibra 
lo acontecido esta mañana.













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Jorge Martínez Mejía mantuvo esta obra en reserva desde el año 1993, hasta la fecha. 























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