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LA SED DE BALAM, UN ANÁLISIS CRÍTICO DE "EL ÁRBOL DE LOS PAÑUELOS" DE JULIO ESCOTO




Jaguar



Por Jorge Martínez Mejía


Críticos de literatura, estudiosos de las letras hondureñas y estudiantes, han analizado la obra de Julio Escoto, particularmente su novela El árbol de los pañuelos (1972). Se han producido ensayos y tesis de maestría y doctorado, abordando distintos aspectos de la obra. Sin embargo, la relación tensa entre el protagonista y las figuras de autoridad no han sido analizadas desde la perspectiva de la sociocrítica. 

Quien más se aproxima para hacer este abordaje es Héctor Miguel Leyva, indicando que “en ella (El árbol de los pañuelos) encuentran en la Historia a los héroes no oficiales y plantean de una forma alegórica los problemas ideológicos y prácticos de los guerrilleros del presente. En estas novelas los guerrilleros siguen siendo los protagonistas de la acción. Pero en la novelística centroamericana, como se adelantaba antes, también aparecieron los guerrilleros como personajes secundarios”, Leyva (2002).

Se refiere a que, en El árbol de los pañuelos, Balam Cano se encuentra relacionado con los jóvenes enmontañados del presente por la relación de estos con la figura de civilizadores de los Cano, pero sobre todo por esta duda común. La duda común a la que se refiere es a que los jóvenes guerrilleros “enmontañados”, “deben dejarse llevar siempre compulsivamente hacia la violencia y contestar al odio con odio”, Leyva (2002).

Helen Umaña, en el ensayo El árbol de los pañuelos, centra su atención en la descripción estilística y afirma que la novela “Desde planos simbólicos, se inscribe dentro del afán escudriñador del ser americano que observamos en los títulos más destacados de la novelística latinoamericana del siglo XX. Un esfuerzo del autor por penetrar y dilucidar las claves de la hondureñidad que se ratificaría en obras posteriores”, Umaña (2003).

Su tesis central es la búsqueda de las claves de identidad de la hondureñidad. Pero también plantea que las motivaciones centrales del protagonista es la venganza. “…el tema que rectora la novela es el de la venganza”, Umaña (2003) y consigna que J. María Tobías Rosa y Carlos Izaguirre lo consignan con anterioridad. 

Reseña que “Balam es en sí un ser que está compuesto por elementos contradictorios -la reconciliación de los opuestos". Umaña (2003).

Destaca del autor “la excelente puesta en práctica de las técnicas que la narrativa contemporánea había aclimatado ya en hispanoamérica”, también “el acertado tratamiento lingüístico del material narrativo”, Umaña (2003).

Enumera otros temas: “El del poder del amor -con sugestivas páginas de corte erótico- y el del sacrificio personal para buscar el bien del ser amado”, Umaña (2003). 

Indica que el autor se preocupa en la obra “por dilucidar interrogantes claves relacionadas con el ser del hombre en general. Balam Cano, cuando siente que la muerte es inminente, concluye que la búsqueda de una definición personal no es lo esencial y reflexiona sobre una condición humana en la que - ¿intervención del destino?, ¿imposibilidad de alterar las circunstancias que se le imponen al hombre? - quizá prevalezcan las fuerzas del mal”, Umaña (2003).

Sin embargo, en El árbol de los pañuelos existen estructuras significativas que se relacionan con las estructuras mentales de nuestra sociedad actual, es decir que la visión de mundo del protagonista aún se sostiene, tiene vigencia en la actualidad. La tensión que producen las relaciones del protagonista con las figuras de autoridad nos permite observar que las motivaciones de Balam Cano no responden exclusivamente a motivaciones subjetivas como el “afán de venganza”, suscrito por otros autores, ya que la dialéctica del poder no se circunscribe solo al ámbito estrictamente psicológico, sino a relaciones sociales que determinan su comportamiento. Esto es muy importante porque nos alumbra la concepción que el autor tiene sobre la rebeldía del protagonista. Por otra parte, si es fallido su intento de redención, estamos ante una concepción de un héroe que se mueve en solitario, desconectado de una comunidad, de la relación directa con sus ancestros, caracterizados por su estrecha conexión social con una comunidad que se ve enfrentada a las mismas figuras de autoridad con las que se enfrentaron su padre y su tío. Recordemos que desde el fusilamiento de los hermanos Cano a la rebeldía de Balam solo han transcurrido veinte años. 

El análisis de las relaciones de poder en El árbol de los pañuelos nos devela a un hombre producto de una época histórica, sujeto a taras subjetivas, vinculado al complejo universo de una subjetividad emocional que se arraiga a una cosmovisión aplastada por el dominio colonial que representan las figuras de autoridad, sean esta iglesia, alcalde municipal o ejército conservador.

Los hermanos Cano

En el prólogo a Los brujos de Ilamatepeque (1985), Longino becerra afirma: “El 4 de abril de 1843, a las cuatro de la tarde, fueron fusilados en la plaza pública del municipio de Ilamatepeque o Ilama, departamento de Santa Bárbara, Cipriano y Doroteo Cano. Ambos habían sido acusados de ejercer la magia entre las gentes del pueblo y de tratarse con el Demonio, por lo cual tenían la capacidad de convertirse en animales para efectuar sus desafueros contra los lugareños, así como de introducirles tortugas en el estómago a sus enemigos para matarlos. Las acusaciones fueron presentadas ante la augusta autoridad pueblerina, el alcalde Gervasio Lázaro, quien, instigado por los notables de la comarca, sobre todo el señor cura, les formuló un juicio sumarísimo y los llevó al paredón de fusilamiento”. 

Ramón Amaya Amador describe a los hermanos Cano como “hombres de legítima estirpe indígena”.

Héctor Miguel Leyva (2002), describe la novela El árbol de los pañuelos de la siguiente manera:

“El árbol de los pañuelos es una especie de continuación mítica de la historia de los hermanos Cano, dos soldados liberales que fueron fusilados a mediados del siglo XIX en Honduras acusados por todo un pueblo de brujos. Los dos hermanos habían tratado de poner una escuela en el pueblo de llama y habían tratado de ayudar a los campesinos a progresar enseñándoles a leer y escribir, y a utilizar nuevas técnicas de cultivo. Ciertas casualidades hicieron que se les imputaran infundadamente algunas muertes que habían sido naturales, hasta que un día todo el pueblo, junto con el cura, los condenó a muerte y fueron fusilados. 

El caso fue recogido en un proceso judicial de la época y convertido en novela por el hondureño Ramón Amaya Amador en 1959. 

Julio Escoto tomó como punto de partida la novela de Amaya Amador y a partir de ella narró con la perspectiva del realismo mágico la que pudo ser la historia de Balam, el hijo de Cipriano Cano.

Frente a la alternativa de un realismo objetivo, la novela de Escoto se hace eco de la visión mítica de los mayas -cuyos descendientes siguen habitando la zona de llama-, y presenta la acción en un ambiente sobrenatural en el que se confunden los tiempos y las situaciones.

Balam es criado por sus abuelos y carga toda su vida con la duda de si es o no el hijo de un brujo. Su propio nombre revela esta dualidad: Balam significa al mismo tiempo ‘tigre’ y ‘brujo’ en lengua maya. Movido por fuerzas que lo dominan emprende la tarea de vengar a su padre. Y lo venga con sangre. A cada momento, sin embargo, lo asaltan las dudas de que si lo que hace será correcto, y de si el odio es una solución.

“Bebió rencor en los pechos de su madre… Sabe que ha matado, seducido, hecho daño, pero no sabe exactamente por qué. Simplemente el impulso le corroía la conciencia, le agotaba la voluntad y lo hacía. Pero a Balam no le fue explicado su deber. El sólo recibió odio por lección y ese odio era precisamente su deber...” (El árbol de los pañuelos, pág. 111).

Balam, con su venganza intenta restituir un estado de armonía que fuera truncado con los fusilamientos. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que nada bueno puede nacer de la violencia. Evidentemente, Balam se encuentra relacionado con los jóvenes enmontañados del presente por la relación de estos con la figura de civilizadores de los Cano, pero sobre todo por esta duda común. Por la incertidumbre de si el hombre debe dejarse llevar siempre compulsivamente hacia la violencia y contestar al odio con odio. Leyva, 2002 (págs. 187, 88,89).

Según Helen Umaña (2003), en El árbol de los pañuelos “se aplican las técnicas y los aportes de la narrativa contemporánea (secuencia narrativa alineal, monólogo interior, diseño circular, ambivalencias entre mundo onírico y realidad...). Habría que añadir la ambigüedad, el misterio, la intención de trascender la trama hacia planos existenciales mediante todos esos efectos estilísticos, el uso de la introspección, un flujo de voces que irrumpen desde los planos oníricos y un ambiente saturado de flashbacks, circularidades o vueltas en círculos y recomienzos, un conjunto de recuerdos en distintos niveles, la ruptura del hilo conductor de la historia por la incorporación de fragmentos narrativos que hacen alusión al mundo pasado del personaje central.

Julio Escoto también ha refrendado su independencia creativa al señalar que: “mi novela encierra un mundo mágico, o lo pretende. En ese sentido hay un propio punto de vista de la realidad, pero no de la cotidiana sino del envés de la realidad… Hay igualmente una simbología que aspira a ser hondureña y universal, ofrecida por medio de un juego múltiple (palabras, planos, conjuntos) que de tan cerrado ha escondido aún cierta oscuridad. Y sobre todo hay introspección, búsqueda de las motivaciones, de las causas, de los orígenes de las reacciones del ser humano. No digo que lo he encontrado, pero bien sé que lo intenté afanosamente”, Gallardo (2006), Identidad e historia en Julio Escoto, revista CriticArte, No. 2, pag. 2.

Este criterio sobre la intencionalidad de Julio Escoto también la comparte el escritor José Antonio Funes.

En El árbol de los pañuelos, Balam es descrito como un cipote, un joven de ojos oscuros y profundos, de mirada fija y temible, inteligente y desafiante. Sus ojos y su mirada causan temor por la fiereza, oscuros como la boca de una sepultura. Es un niño huérfano porque su padre Cipriano Cano y su tío fueron fusilados acusados de brujería y su madre está encarcelada. Su comportamiento es errático, pero dominante. Odia a la gente de Ilama porque el pueblo es responsable de la muerte de su padre. En el amamantamiento de su madre mamó el odio hacia la iglesia y la gente que asesinó a su padre. Por eso es extraño, huraño con todos. No perdona que hayan fusilado y luego apedreado los cadáveres de su padre y su tío. Siente miedo de no lograr vengar su muerte.

Balam Cano es una fuerza que empuja todo el complejo narrativo en busca de justicia. Es un sujeto que encarna un dolor no aliviado, un personaje eminente de rasgos indígenas con una visión mestiza, confundido entre dos maneras de ver la justicia: La que viene de un sometimiento y la que se busca en la razón liberal abanderada por los hermanos Cano. 

Es la quintaescencia de una cultura de la hibridez. Sus rasgos no son idealizados en la novela sino como fuerza, como potencia que busca validarse. Sus acciones no corresponden a las hazañas del héroe occidental, sino a las de un héroe no nato. No quiere salvar a nadie, sino la memoria, “la paz de los muertos”. Sus rasgos no encajan en el estereotipo del héroe tradicional de occidente. No lleva a cabo hazañas de honrosa valoración moral, pues su gesta, la venganza, va contra toda una institucionalidad cultural que ostenta no solo el poder sino el consenso popular. Es decir, la colonialidad.

De ahí su rasgo de héroe fallido, con una misión por cumplir, con un llamado más allá de la racionalidad, y con la única complicidad de la herencia de una cultura dominada y sometida (la cultura maya). Se trata de esa confusa configuración del “héroe villano”, porque su antagónico no es sino “el pueblo”, “la iglesia”, “el ejército”.

Balam, al igual que los hermanos Cano, constituye una entidad heroica desdibujada por la fuerza del discurso colonial. Francisco Morazán fue fusilado como resultado de una confabulación de poderes antagónicos a su gesta liberal, encabezados por representantes de la colonialidad española y la nueva colonialidad inglesa, representados por la iglesia y los ejércitos anti federalistas.

Todo el discurso de las autoridades a las que adversa Balam en El árbol de los pañuelos, se sostiene en las falacias construidas por la iglesia católica contra Francisco Morazán para debilitar su gesta. Se trata de acusaciones de brujería. Los rasgos que personifican a la iglesia, al alcalde, a los soldados del ejército; son rasgos de villanía. Hay un discurso sostenido en la idea maniquea del bien y el mal, en la que Morazán, los hermanos Cano y Balam, representan el mal. Esta idea construye el malévolo discurso de las acusaciones de brujería contra los hermanos Cano y representan la dubitación de Balam y su sentimiento de culpa, es decir, la transmutación de su búsqueda de justicia en venganza.



Balam, a ciegas, dando tumbos, identifica los rasgos del villano personificado en la iglesia y el alcalde, ambos herederos de un poder colonial enfrentado desde sus orígenes con los pobladores originarios, poblaciones indígenas con epistemologías propias, consideradas por los conquistadores como paganías heréticas.

La estructura significativa detrás del discurso de la iglesia y el pueblo colonizado, se representa sobre el desconocimiento de otras epistemologías o formas de pensar que no se correspondan con el discurso cristiano católico. Todo lo ajeno a ese discurso es “el mal”, y se representa como diabólico. Sin embargo, la villanía consiste precisamente en la utilización de una mentira que da coherencia y sentido a una población, al pueblo de Ilama, que llega a convertirse en asesino por la motivación de este perverso y malicioso discurso.

En la primera parte de la novela hay un fragmento valioso que orienta mi análisis:

“En Ilama hay caballos de palo por la calle. Caballos de estático perfil detenido. Vara larga por anca. La patacola haciendo líneas inútiles en el polvo. Líneas extensas que se detienen en una conversación de paredes para dar la oportunidad al jinete. Disparo. Grito. Explosión de la lengua. Mínimo sonido gutural. Remedo de los juegos de la vida. Manos de juguete que halan la rienda de cabuya… Yo tenía mi caballo y mi caballo me esperaba tras la puerta, pacientemente. Despertaba y la montura de palo sin protesta. 

Yo era jinete y las patas del caballo. Mi caballo era mi caballo y el palo de la escoba.
La escoba tenía vida porque yo se la daba. O ella me la daba a mí. Sentía un mundo nuevo que no conocía, abrírseme, delante con sus dos valvas ligosas. Entonces fue cuando me empezaron a rehuir, cuando me miraban darle besos a mi caballo. ¡Era mi caballo! Podía hacerlo. ¿Acaso los jinetes no dan besos a su caballo? ¿Yo porque no? Si yo era un niño con un caballo y mi escoba era un caballo con su jinete, ¿por qué no querernos? ¿Comprendernos? Y jugaba con los rijosos del barrio, al principio… después me rehuyeron… 

Me quedaban viendo y corrían. Antes de correr, cuando jugábamos, se detenían repentinamente y yo les percibía una vibración en las orejas. Yo corría. Corría en mi caballo. Disparaba. Corría y los demás corrían también, lejos de mí. Yo oía los cascos de mi caballo y no me sorprendía. Tenían que sonar como cascos de caballo. ¡Era un caballo! ¿Por qué no iban a sonar como cascos de caballo…? A veces relinchaba. Pero muy pocas veces. Cuando cruzábamos la iglesia solamente. ¿Por qué los demás se asustaban de que mi caballo relinchara y le sonarán los cascos sobre el empedrado…? Ahora no hay empedrado. Pero antes, para mí, era muy bonito oír los golpeteos sobre la piedra. A veces seco, a veces húmedo, hueco por abajo del casco. Sonido hueco, pero siempre elegante, como los sonidos del caballo de mi papá, (págs. 48 y 49).
La novela arranca con un narrador que intenta mostrarnos que la responsabilidad de persecución captura y fusilamiento de los hermanos Cano, recae en la figura del cura de la iglesia.

Esta intención va prefigurando la estructura significativa fundamental relacionada con la oposición del protagonista con las figuras de autoridad, esto es, con la iglesia. Ya en la página 48 (fragmento anterior) nos encontramos con un monólogo del protagonista rememorando sus juegos de infancia. La relevancia del fragmento recae en el hecho de que se trata de una narración del origen del sentimiento de revancha, marcado en términos simbólicos por los elementos escoba, caballo e iglesia.

En términos semánticos, la mayor carga de intención simbólica recae en la figura caballo. El caballo es una metáfora, una transformación de una escoba en un animal fuerte, poderoso, de cascos sonoros sobre las piedras. El sonido de los cascos en las piedras representa, auditiva y visualmente, la intrepidez, el arrojo, el atrevimiento y el carácter sacrílego del jinete. El fragmento se corresponde con la idea de fuerza, potencia, de la figura caballo; y con el temple temerario del niño. Esta se estructura en oposición a la figura de la iglesia, el caballo relincha solo cuando pasa frente a la iglesia, cuando pisa su empedrado. La percepción es de un sentimiento negativo. Los otros niños ven asustados al protagonista cuando besa a su caballo. La escoba tiene vida, se transforma en caballo, en fuerza. Esa vida y esa fuerza se encuentran, como una cabuya, en las manos de un niño que las toma como riendas. Los demás ven este arrojo y atrevimiento con temor, por lo que representa la iglesia.

La estructura significativa de este fragmento está cruzada por ese discurso en el que a la iglesia se opone una fuerza que se origina más allá de la voluntad del protagonista. Y se cruza con el temor de ajusticiar a una iglesia responsable de asesinato. Pero el protagonista cumple con una misión que él mismo no se ha impuesto, sino que la ha adquirido en el contacto con la memoria de sus ancestros. Esta fuerza empuja al protagonista a cumplir su misión de ajusticiar a quienes, representados en la institucionalidad de la iglesia, basados en la mentira y la difamación malintencionada, asesinaron a los hermanos Cano y encarcelaron a su madre. 

El texto parece decirnos: “Hay caballos de palo, detenidos, que se pueden transformar en caballos de verdad y moverse contra la iglesia”. Esta es la estructura significativa fundamental de la novela. Un afán de justicia contra un poder inyectado en el alma del protagonista, al punto de confundirlo y hacerle sentir culpa por cumplir una misión de justicia por el asesinato de su padre y su tío, por la humillación de sus ancestros.

La relación de Balam Cano con las figuras de autoridad de su entorno socio cultural, es de abierta oposición desde su origen. La herencia del mote de “brujo” parece una sentencia, una carga cultural de signo negativo que lo empuja de manera natural contra la autoridad, y a estas, contra él.

Balam significa jaguar en lengua maya. La palabra se aplica también en la mitología maya a sabios o seres letales (el Uay Balam) protectores de los campos y las cosechas. Se les rendía culto antes de empezar la siembra y por tanto algunos los consideraron como deidades, aunque no aparecen en el panteón maya, (wikipedia.org/wiki/Balam, 2018).


Leonora Carrington, Baño de  aves



La relevancia e importancia del nombre del protagonista radica en que lo enlaza de manera directa con las culturas precolombinas. El autor ha querido mostrarnos la oposición cultural, el choque epistemológico original en que descansa la tensión de los personajes en la trama de la novela.

La perspectiva en la que se encuentra Balam Cano, su padre y su tío fusilados por mandato de la iglesia, al igual que Francisco Morazán, es la de enfrentarse a un poder colonial que ha echado raíces en una población que ha aceptado su condición subalterna, supeditada y sumisa. 

Es una realidad en la que el pensamiento común se sostiene en los mitos impuestos por la iglesia; la visión del mundo de Balam Cano es la misma que la de sus padres y, quizás de algún modo, la de Francisco Morazán, es decir, la visión de que sus comunidades han sido secuestradas por el mundo del conquistador blanco, para hacerse con sus recursos. 

Las estructuras mentales a las que remite la novela El árbol de los pañuelos se han consolidado en una continua práctica colonial que ha desplazado de las mentes de las poblaciones sus saberes ancestrales, y ha construido la sospecha y desconfianza de cualquier otro saber contrario al de la religiosidad católica. 

Las decisiones tomadas por la población no se corresponden con sus necesidades reales, como el de aprender a leer y construir soberanía, sino con un discurso religioso que al final es político, respaldado por las instituciones de un estado que representa los intereses de quienes les han arrebatado, no solo sus medios de producción, sino su cosmovisión, su manera propia de ver las cosas. 

Otros autores como Mario Gallardo, han observado en El árbol de los pañuelos dos horizontes de intertextualidad. El primero es la referencia directa a la novela Los brujos de Ilamatepeque, de Ramón Amaya Amador. Un segundo horizonte nos instala frente a la anécdota de Pedro Páramo y el lenguaje de El llano en llamas, de Juan Rulfo. No se trata de una interpolación de estilos ni de planos narrativos, sino de un tratamiento del mundo rural, de una visión de mundo del hombre del campo, sujeto al dominio de una religiosidad dominante, que aún ejerce su violenta imposición en la depredación de la soberanía ciudadana del hombre y la mujer campesina.

En nuestros días, de tensa y tirante oposición de los mismos actores que representan a Balam Cano frente a las figuras de la autoridad colonial, no es difícil observar episodios similares en que cierta ceguera clama por una justicia frente a los mismos actores villanos que ordenaron la muerte de Francisco Morazán y los hermanos Cano. Se trata de autoridades que representan a sujetos colectivos históricos que siempre han funcionado en villanía para sostener el statu quo de la modernidad colonial.

El comportamiento rebelde de Balam Cano es orgánico, visceral, quizás inconsciente porque proviene de un aversivo y arraigado impulso de venganza. Sin embargo, este estímulo ha sido construido sobre una subalternidad colonial que lo rechaza por representar la herencia del pueblo indígena. 

En la actualidad no es difícil leer el mismo discurso centrado en el poder de una oligarquía que encuentra su mejor aliado en una iglesia de origen colonial opuesta férreamente a las fuerzas originarias, más más allá de la figura o voluntad de un Balam Cano que puede ser cualquier joven hondureño indignado. 

Siguiendo a Helen Umaña, somos hijos de un mestizaje violento, en el que desde nuestro origen nos hemos visto enfrentados a la colonialidad europea. Somos un sujeto colectivo que resiente el sometimiento de una institucionalidad estatal ajena.

El árbol de los pañuelos es acerca de la identidad política de un(a) hondureño(a) que se busca y no se encuentra en la institucionalidad estatal. El árbol de los pañuelos visualiza no solo un problema de búsqueda de identidad. Se trata de un sujeto colectivo en la frontera de un estado hecho para otros. Su conciencia es aún fuerza buscando transformarse en poder político.

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Julio Escoto, escritor hondureño nació en San Pedro el 28 de febrero de 1944. 
Es uno de los más reconocidos autores hondureños dentro y fuera de Honduras. Recibió los premios: 

Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” (1975).
Premio José Cecilio del Valle, rama de ensayo.
Galardón en el XII Recital de otoño (1994) en San PedroSula.
Premio Gabriel Miró, rama de cuento, en Alicante, España.

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Leonora Carrington. Lancaishire, Inglaterra, 6 de abril de 1917. Pintora y escritora inglesa, nacionalizada mexicana.



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