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LA RÉMORA COLONIAL







Pueblo lenca de Honduras de pie defendiendo su patrimonio ancestral






Por Jorge Martínez Mejía



Hacia donde sea que miremos, hacia la calle, los parques, los pasajes del barrio o los callejones empedrados, los altos edificios o las covachas de los cerros, los puentes sobre los pútridos ríos o las escaleras eléctricas de los centros comerciales; las escenas bucólicas en un caserío o una movilización social en la capital; en fin, donde sea que pongamos nuestros ojos, siempre será una mirada construida con la trama cultural dominante. Nuestra mirada no se ha construido en diez, veinte o cincuenta años. Aún en las aulas universitarias cuando discutimos sobre nuestro entorno social inmediato, los insumos de dichas discusiones tienen la misma procedencia, el mismo poder sostiene los puntos de vista, la misma colonialidad del saber: el eurocentrismo y su dualismo. Un único punto de vista y una visión del mundo reconocida como válida, universal, legitimada y avalada por el Estado a través del Programa Académico. El eurocentrismo implica que el “verdadero” conocimiento es generado por la sociedad occidental.

Esta mirada eurocéntrica se sostiene en un dualismo que clasifica lo humano y sus organizaciones sociales en dicotomías jerárquicas como: occidental-no occidental, desarrollo-subdesarrollo, moderno-atrasado, hombre-mujer, blanco-negro, entre otros, siendo superior lo occidental(izado).

En la escuela primaria y secundaria se nos enseña, en historia de Honduras, que la colonia es una etapa de nuestra historia superada por la independencia. Pero la colonialidad no tiene que ver con formalidades, si bien estas formalidades pueden constituir evidencias históricas. La colonialidad es un proceso de dominación que se transmite y prolonga mediante distintos dispositivos culturales. La colonialidad inicialmente se impuso para sentar las bases del capitalismo, para la reproducción del capital. En Honduras, nuestra sociedad ha sido empujada hacia una modernidad adecuada a los intereses de los mismos actores imperiales, por los mismos factores externos que originaron la colonialidad. Hay contenidos y reglas impuestas desde afuera que continúan sostenidos en los mismos principios y conceptos imperiales. A pesar de la formalidad de la independencia, la colonialidad continuó.

El colonialismo se mantiene vigente en pleno siglo XXI, más en nuestro país, donde el poder y el dominio de la soberanía del Estado se ha mantenido inamovible en manos de los herederos de la colonia, no se ha movido un ápice en el reconocimiento de los pueblos originarios que se enfrentaron a los conquistadores españoles del siglo XVI, y sus líderes son perseguidos, encarcelados y asesinados desde las estructuras de seguridad del Estado.

En general, el Estado nación como rasgo de la colonialidad se ha reforzado en los últimos años, especialmente en lo que respecta al cierre de fronteras a los migrantes; y la globalidad imperial del capital se ha incrementado rompiendo las fronteras de los países de la periferia. En Honduras se observa esta dinámica en más libertades para la circulación del capital extranjero, expresa ahora en un extractivismo exacerbado; y mayor restricción de las libertades ciudadanas alcanzadas en las reformas liberales, además de una represión abiertamente racista.

Esas son las líneas más visibles de la colonialidad actual.

Las ciencias sociales reproducen esa estructura fabricante de imágenes de nuestra realidad específica con el mismo modelo eurocéntrico. Una fábrica que parece congelada en el tiempo donde Marx y Gramsci se siguen sirviendo en novedosos envases y donde no solo escasea el uso de la filosofía de la liberación de Enrique Dussel y la pedagogía de la liberación de Pablo Freire, sustantivos pensadores latinoamericanos, sino que la visión de nuestros propios pueblos ha sido desterrada de por vida. A pesar de las revoluciones sandinista, zapatista y bolivariana, es decir, a pesar de tres décadas de revoluciones latinoamericanas, la visión dominante en nuestro país sigue centrada en Europa y Estados Unidos, porque el dominio poscolonial sigue parapetado en dispositivos clave como las instituciones del Estado, la universidad, los partidos políticos y las organizaciones civiles.

Arrancar la rémora colonial, a pesar de los esfuerzos de los pueblos que se debaten en abierta pelea por la construcción de un nuevo Estado decolonizado y pluricultural, llevará bastante tiempo, pero es imprescindible comenzar al menos por arrancar de nosotros mismos el arraigado egoísmo sembrado en nuestras tierras y nuestras conciencias por los conquistadores. 

Quedarnos de brazos cruzados viendo como los herederos de la colonia se blindan en el poder del Estado de nuestro país, como si no pasara nada, es una obscenidad de cara a los pueblos originarios, una vergüenza imperecedera en el tiempo. Mucho mayor desconocer la lucha abierta y frontal de nuestros pueblos en la defensa de sus recursos ancestrales, que van más allá de la idea de la materialidad, porque la decolonialidad no puede visualizarse en Honduras, sino a partir de la visión auténtica de los pueblos originarios. Imprescindible para la construcción de un nuevo Estado, pluricultural, nacional y soberano.















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