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Tres maneras de decir ¡Maldición!





Imagen de Yorch Martínez








Por Jorge Martínez Mejía





En este país donde la literatura no existe, yo fui el escritor que cometió todos los errores. Me hubiera gustado imaginarlo mejor, construir personajes capaces de vivir de verdad, de mover el cimiento al mejor crítico, es decir, crear una vida en la literatura, pero eso no fue posible. Mi mayor error fue imaginarme como escritor, creer que era capaz de escribir algo artístico, valioso.

No me pasó lo de Montano, en la novela de Vila Matas, no fue miedo a imaginar ni a escribir.

Otro error fue creer, después de echarme el cuento de escritor, que la literatura es un invento inútil.

En fin, me hubiera gustado contar una historia imaginaria que lograra instalarse en la vida como algo vivo. Un relato real, como una nota periodística de un suceso verdadero que lograra filtrarse en la vida con autonomía. Que se escamoteara entre las librerías y espantara la modorra de esos viejos lectores especializados, institucionalizados en las letras y los libros. No una broma ni un chiste de relato, algo fuerte, verdadero. Sin embargo, me di cuenta de mi débil imaginación y opté por vivir primero, para después contar algo de lo que tuviera pleno dominio. Una historia real.

Cuando le mencioné a Hernán Antonio Bermudez de  mi proyecto, se detuvo un rato y me encomió no seguir cometiendo los mismos errores del pasado. Algo así como «Usted no está obligado a ser el cronista de ninguna historia». Yo traté de defender mi idea, pero él solo se encogió de hombros y se fue, con verdadera cara de desencanto.

Al final me di cuenta que no podía construir mi historia pensando en los lectores, así es que decidí irme a vivir a Tegucigalpa para cambiar el escenario de mis tristes días. 

Entonces, comienzo este trabajo aclarando que se trata de un relato de tres vidas que fluyeron y chocaron solo para hacerse daño.

El primero es un joven fotógrafo croata que llegó a las costas de Norteamérica en una rutina de trabajo. La segunda es una bella mujer hondureña, que también bajaba del mismo barco en su última noche en el Luisiana Blues. El tercero es un amigo de la segunda, un hondureño solitario con un trabonazo en el alma. El último soy yo. Las tres historias corresponden a personajes reales que se encontraron en distintas situaciones, tal vez inconexas, pero que finalmente concluyen trágicamente. Y aunque quise aferrarme a la idea de construir una historia real, la verdad es que, al final, la ficción salió ganando. No pude sostenerme en un lenguaje sobrio porque mi origen es la poesía, género al que renuncié por incompetencia. Y debo reconocerlo olímpicamente, la poesía me cansó, la literatura misma me cansó y por eso la renuncia al intento de ficcionar. Vivir la historia para que la historia penetre en la literatura y la acomode, aunque ella se retuerza y termine triunfando, al menos que le cueste. 

También, en esta misma historia pude dar cuenta de mí mismo, reinventándome, ya que en otra novela había muerto en un incendio, pues en esta resucité. Soy un personaje que deambula en cada uno de mis libros.

Finalmente, quisiera confesar que siempre he sobrestimado mis propias capacidades, que si bien es cierto he recibido aplausos en algunas ocasiones, mi nombre no figura para nada en el concierto de las tristes letras de este pobre país iletrado. Espero que este continuo comportamiento de megalomanía no afecte el interés del lector. Es cierto que siempre he creído que mi intelecto y mi fuerza física son levemente superiores al común, pero no tengo delirios de grandeza, solo se trata de que no puedo salirme de mis propias historias.







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Fragmento de la novela Tres maneras de decir ¡Maldición!







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