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Mostrando entradas de agosto, 2013

LA POESÍA APESTA

  .... Por Jorge Martínez Mejía  Yo soy el hombre que asesinó a la poesía, y nadie se ría, dijo el viejo Yorch, tirado en las gradas de la vetusta catedral. ¿Y por qué no entra? dijo el hombre de camisa roja. -¿Para qué? ¿Volver a las grietas, a la descascarada mueca del moho, al polvo roto, a las lámparas, a la sombra debajo de mis zapatos, a los muebles dispuestos en orden contra los perros muertos? La poesía apesta.

MI CASA MUERTA

      Imágenes de Zdislaw Beksinski ...  © Por Jorge Martínez Mejía Estuve días enteros matando moscas, ... sacándolas del destripadero, arrojando agua podrida por el agujero del centro de la casa, y cada día volvían con más furia. Ni los pájaros negros se aventuraban a acercarse, ni las gaviotas más atrevidas, ni los borrachos desdentados a fuerza de comer latas y plástico, ni los perros carroñeros cuyas tripas flotaban en el agua verde; nadie podía meter sus narices en el pecho de aquella oquedad reservada a los poetas. Y no obstante, una tarde que husmeaba debajo del lavamanos, encontré un maldito papel doblado, untado de hongos, telarañas y pequeñas algas grises. Era un poema con el tono inconfundible de Neruda, una lamentable postración amorosa, ahora agrietada y rota. Con la bolita estuve jugando como un gato hasta enviarla de un puntapié al hoyo del resumidero en el que se hundió abrazada a una tripa. Afuera, el carro ciudadano era empujad

LA ÚLTIMA NOCHE DE AGOSTO

.... ©Por Jorge Martínez Mejía Entonces salís del maravilloso antro de la marihuana recordando la plática con el pecesito negro. Das la vuelta a la esquina, avanzás uno, dos pasos, y la imagen del power moliendo la mota detrás del búnker se te echa encima: - Venís lanzado, cabrón. Los peces gordos se comen a los peces chicos, este pecesito negro que te habla sos vos. Y mirá al cabeza roja, nadando en las calles achicharradas de San Pedro Sula. De pronto recordás que vas loco, perdido, la última noche de agosto. Detrás de vos, el tipo inmenso de camisa naranja te sigue imperturbable. Abajo, al fondo de la calle o la pecera, dos cipotes balancean sendos garrotes, al pase de aplastar ratones. En la acera de al lado, detrás del cristal de agua, la cipota de pelo largo mueve el trasero tan rico, que se te hace imposible aceptar sus nalgas como arma letal contra tu resistencia. ... De Poemas para las ratas