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LA SEGUNDA CALLE


 
 
(Madona Latina) Imagen de Guillermo Morgana
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Por Jorge Martínez Mejía
 
 
 



Esta es aquella calle donde una vez desolados nos detuvimos a encender un cigarrillo. Nadie hubiera dicho que nos movíamos hacia otra dimensión, la del oscuro y profundo frío. Esta era la 2 calle de la ciudad. Esta mortandad. Esta demencia. Este griterío enfermo, esta calamidad, esta asquerosa pedorrera de muertos. 

Por esta calle, en la que antes he caminado con miedo, ahora camino con asco. Aquí enterraron los pájaros que cubrieron de gloria a los hombres de la esquina. Date la vuelta y mirá al demente que toca el asfalto en la estridencia de esa música resignada a morir en ruido. 

Ciertamente nos movimos a esta dimensión de vejez, de caprichosa avaricia…Es rotunda la resignación de los labriegos que se hicieron comerciantes de huecos y rumores y tinieblas sobre sus propios huesos. 

Pero recordaba aquella vez que conversábamos sobre una luna de albores, sobre un tranvía que se desplegaba con todos sus vagones hacia el mar saturado de sábados. Todo era música esa vez, música de valles, de hojas enormes flotando en el aire…Era ese sentir que vos dijiste: “Eso no debe morir”… Lo recuerdo bien…éste lugar era sagrado para los que se desvanecieron en silencio.

Nada había aquí… en este reguero de personas hechas cascajos inocentes…hechas cenizas y terror creciente y terror creciente y terror creciente y terror creciente creciente crec crec crec cien ciennnnnn te…
El tipo demente tocó el asfalto y dibujó un instante. Él era un cristo muerto, fascinado por esa botella de alcohol que vende un chino de la esquina en la Primera Avenida y la Segunda Calle…lo vende clandestino por la parte de atrás…fascinado se la llevó a la boca, entonces sintió el recuerdo elaborado de un beso a la tierra, un impulso sacro.


- ¿Vos has falsificado dólares? 

- No, pero conozco a un tipo que los hace idénticos.

- ¿Dónde?

- En Nueva York, cerca de una barraca estilo New Orleans…el tipo te los puede mandar… A nadie le viene mal un doble sábado a las tres de la tarde ¿O no?

 ¿Quién no recuerda esta puta calle y su belleza a la luz de los años?


Yo una vez vi a un torogoz volar de una a otra rama cuando éstos sólo eran guamiles. Y viéndolo bien, este parece ser el peor funeral que haya conocido una calle. Si al menos alguien se detuviera a contemplar este destripadero humano, esta cocina de mierdas y pedos, esta balacera maldita.

Esta época tiene inflamada su arteria principal, tiene carne negra, mocos amarillos y cafés rancios; sal y azúcar y nata muerta. Aún los que dejan de fumar mueren de cáncer, o se les caen los ojos y los dientes de pura educación familiar, de puras recetas y listados, de puras facturas falsas.
 
A menudo, cuando pasamos por esta calle, apresuramos el paso, no por miedo a morir, sino a quedarnos estancados sin decir nada. 
A quedarnos estancados sin decir nada.
A quedarnos estancados sin decir nada.
Sin decir nada.







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