Entonces, el poeta sacó su papel y comenzó la vieja tradición del verbo. En
el salón vacío, para variar, la alquimia había disuelto al auditorio:
“Vos
siempre lo has sabido, cosa muerta, cosa de silencio. Tu triste musiquilla se
borra antes o después del verso. Más nos valdría volver a nuestra turba profunda,
a la canción eterna del mercado. Nada es más divino ni sagrado que la
ignorancia santa de Babel, de donde jamás debiste haber salido. Esta es sólo mi
voz que habla por hablar, mi voz confusa, queriendo recordar por qué demonios
soy poeta. Es tan risible verme aquí, para gente que no ha venido o se ha
marchado.
Y el viento afuera ladra ¿para qué poetas?"
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®Jorge Martínez Mejía, de poemas para las ratas
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