«Un
tiempo llegará en que la pústula del mal reviente corrompida.»
Shakespeare,
Enrique IV
Cuando te llamen Rata, te vas a dar cuenta que es a vos a
quien escribí estos poemas. Porque vos sos la materia de la memoria, vos sos el
«Hypocrite lecteur, - mon semblable, -
mon frère!». Sos el heredero del tiempo perdido de Proust, el hijo maldito, sos La Rata.
Como una larva
entrás en el ojo de Dios. Entrás en las palabras, las corroés de indignación.
Las palabras también habitan el túnel, son larvas que viajan a la ciudad podrida.
Ya antes fuiste hombre, ahora sos una rata gris, una rata muerta tirada detrás
de un muro en las afueras. Estás muerto, pero subsistís en las larvas que
viajan en las palabras, en el redil sinuoso de un discurso hecho a la usanza de
la hipocresía. Lo más sano de este mundo son las ratas muertas. Vos estás vivo,
sos una rata muerta que camina en medio de las larvas, de las palabras
extintas.
Debés encontrar tu
punto cero, tu lugar de origen, tu manera de sentirte despierto en el centro de
la muerte. Sólo tenés que pensar una palabra distinta, una en la que tu viaje
no esté marcado por el éxodo inútil de la serpiente.
Y no irás sin rumbo
cuando avancés al sepulcro. Todo allá está perdido. Es un nuevo sitio el que
buscás, aunque perecido. Los estúpidos
hijos de Schopenhauer se torcieron el cuello en la delicia. Vos sos otro. Sos
La Rata. Y no te detengás en el fragmento, en el vocablo sin sangre. Otras
ratas muertas han quedado en el camino y sus larvas se han embelesado en la
sanguaza sin ritmo ni fortuna. Seguí, corré, el único norte es la montaña de
cadáveres existenciales, debajo de los miles de huesos aún hay sitio para
fundar una corte con los andrajos de esta tierra yerma.
De poemas para las ratas, DR. Jorge Martínez Mejía
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